Capítulo 54

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Sucede una cosa peculiar cuando tomas la decisión de matar a alguien. Una sensación desconocida cubre cada célula y nervio de tu cuerpo. Algo te satura por completo. Pero lo que AP proclamaba sentir era de un tinte muy distinto a lo que me invadió.

La realidad supera desorbitadamente a la imaginación. No hay punto de comparación entre soñar despierto con ser el responsable de quitar una vida y tomar conciencia de que acabas de apuñalar a un ser sintiente de carne y hueso. Traspasa toda frontera moral hasta ahora inexplorada. Caes de lleno en un espacio mental nuevo, uno en el que nunca te habías contemplado.

Me habían preparado para ello y, sin embargo, sentía que todos mis esquemas se habían roto.

—Tra-traidor...

Todo sucedió en un abrir y cerrar de ojos. No contaba con un espacio de reacción preciso, así que tuve que improvisar. Me agazapé sobre Ava para que mi cuerpo actuara de coraza. Mi cabeza quedaba por encima de la suya. Capté la posición de AP por el rabillo del ojo. Con las piernas en semiflexión, roté el cuchillo de manera que el canto quedara apoyado en mi antebrazo y orienté el filo de la hoja hacia la zona baja del abdomen. Con el único pensamiento en mente de acertar en el punto visualizado, impulsé el brazo hacia atrás.

Hendí el cuchillo todo lo que pude.

—Tranquila —le susurré al oído.

Observé a AP taponándose el orificio de entrada del cuchillo, arqueado sobre sí.

—Me... me has...

Había retrocedido torpemente. La sangre se deslizaba desde la abertura embadurnando su pantalón y parte del suelo. Mientras perdía fuerzas, desaté el nudo que inmovilizaba a Ava y le quité la mordaza. Lloraba en silencio, pero no emitía ningún sonido más. Estaba paralizada.

—Tienes que salir de aquí —le ordené.

La ayudé a incorporarse. 

—¿Estás bien? ¿Puedes moverte?

No me contestaba.

—Ava, reacciona.

Sabía que me escuchaba, que me entendía, pero no tenía control consciente sobre sí misma. Hablarle no serviría para que la nube mental que la mantenía en parálisis se disipara. Necesitaba un estímulo que la hiciera regresar al centro comercial. No me lo pensé. La cogí de los hombros y la estreché contra mí. La abracé enérgicamente a la vez que le frotaba la espalda.

—Venga, Ava, espabila, por favor. ¡Tienes que largarte! —le susurraba incansablemente.

Se estremeció entre mis brazos. Buena señal.

—Ava, yo... —carraspeé—. Lo siento por todo, Ava. Márchate de aquí y no volverás a saber de mí. Ponte a salvo, es lo último que te pido. Lo siento de veras.

—O-Oliver... 

Sus manos apresaron mi chaqueta.

—No digas nada, no hace falta. Sé que la he jodido.

Sentí que se escurría. Las piernas le fallaban. Traté de enderezarla.

—Vamos, vamos. —La masajeé con mayor intensidad—. Tienes que correr todo lo veloz que puedas y avisar a la policía.

—¿Y...? ¿Y tú?

¿Cómo podía preocuparse por mí después de que le hubiera arruinado la vida?

—Olvídate de mí. Tú eres el problema. Lárgate, por favor.

Balbució algo ininteligible. Alcé el rostro de su hombro con la intención de mirarla cuando una sombra en movimiento atrajo mi atención. AP había deambulado hacia nosotros. Estaba a escasos centímetros de Ava y empuñaba una navaja.

Actué sin pensar. Apresé a Ava contra mí al tiempo que intercambiaba nuestras posiciones. Ava se dio de lleno con la expresión desquiciada de AP, lo que consiguió que volviera en sí de un grito.

Había intentado protegerla de la puñalada que me desgarraba el dorsal. Me encorvé inevitablemente. El dolor se hacía más intenso.

—Esto no ha terminado —farfulló AP.

Un segundo navajazo se internó en mi lumbar.

—¡Oliver! ¡Oliver! —vociferaba Ava, asustada—. ¡¿Qué te...?!

La despegué de mí de un empujón. Tambaleó a escasos segundos de tropezarse.

—¡No!

AP curvaba el cuchillo. Quería eliminar toda posibilidad de huida de su querido hermano. Aquel con el que deseaba firmar un pacto asesino lo había defraudado. Pero si no podíamos ser dos en su macabro estilo de vida, entonces se decantaba por sí mismo.

—Has... has elegido a esa puta antes que a mí. ¿De verdad no comprendes esto? ¡Tú y yo somos iguales!

—Siento decepcionarte —escupí con una risotada sofocada.

—Tu interior está tan muerto como yo, ¡lo sabes! Pero te aferras a lo que la sociedad quiere que seas. Tenía ilusiones puestas en ti, en nosotros. Eres un gran timador.

—Es una lástima —solté casi en un murmullo—. Me haces un favor diciéndome eso.

—¿Un favor?

—Me has hecho darme cuenta de que tengo algo de principios.

—¿Eso crees? —Escuché el sonido de un cargador—. Tus principios te van a destrozar, hermanito. Di adiós a tu juguete.

Ava retrocedió. Sus ojos estaban quietos en el objeto que AP sujetaba sobre mi flanco derecho. Intuí el orificio de una pistola.

Repentinamente sentí una avalancha de energía inexplicable. El dolor se había transformado en una percepción insignificante. En su lugar, me cegaba una ira que jamás había experimentado.

Asenté la pierna a una distancia lo suficientemente amplia y me obligué a desplazarme. Me quedé sin aire cuando la navaja salió de mi espalda. En la fracción de segundo que utilicé para situarme de cara a AP, reparé en qué era lo que había cambiado en mí.

¿Por quién era capaz de matar?, era una de las preguntas que anegaron mi conciencia en ese momento. ¿Por quién era capaz de morir? Comprendí que para ambas preguntas, la respuesta era la misma.

Le di un golpe en el antebrazo para distorsionar la trayectoria de la bala. Al sujetarle la muñeca, AP accionó el gatillo. El estruendo ensordeció la atmósfera. El disparo había dibujado un boquete en el techo. 

En aquel instante de desconcierto, le retorcí el codo con la intención de que el dolor le obligara a abrir la mano. Cuando advertí que dejaba de ejercer presión en la empuñadura, me apropié de la pistola y la giré hacia abajo. Su dedo todavía estaba enganchado al gatillo, por lo que la maniobra le dislocó la segunda falange del índice. Aulló de dolor.

—¡Oliver, cuidado! —exclamó Ava.

Sujeté la pistola y tiré en mi dirección. Ahora estaba en mi poder.

Mi intención era herirlo. Dispararle bajo el omóplato derecho para no alcanzar el corazón, pero efectuando un nivel de daño que lo incapacitara. He de decir que la adrenalina me había borrado de la cabeza la cuestión de que yo también estaba perjudicado. El mareo hizo su inigualable entrada en el peor momento. El entorno se volvió borroso.

Mientras intentaba reponerme, me vine abajo con el impacto de AP. La pistola salió volando a un área fuera de mi ángulo de visión.

Estampó un puñetazo contra mi pómulo. Lo veía apretar los dientes, salivar como un animal contagiado de la rabia. Sus pupilas agrandadas absorbían el color de su iris, lo que le aportaba a su mirada una dosis de locura incomparable.

Sostenía la navaja con la mano que yo trataba de alejar de mí. Con la otra se había propuesto asfixiarme. Visualicé el cuchillo que le había clavado en el abdomen. Atrapé el mango y ejercí presión para introducir la hoja en su interior.

El asesino de personalidadesWhere stories live. Discover now