Capítulo 22

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Una unidad de oficiales ultimaba los preparativos de mi ático. En todos los teléfonos había instalados micrófonos. En algunas esquinas traicioneras relucían microscópicas cámaras de seguridad. Mi cuarto oscuro de revelación fotográfica había sido clausurado.

Todo lo que quisieran ver, todo lo que quisieran escuchar, aparecería en milésimas de segundo en las pantallas de los agentes que vigilaban mis entradas y salidas desde la furgoneta aparcada frente al edificio.

Aquel reality show me había robado mi completa intimidad.

Apoyado en el marco de la cristalera, atendía al reguero de agentes desvelando mis escondites más insospechados. Al agachar la cabeza, entreví a Anderson aproximándose desde el fondo de la cocina.

Hacía una hora que aquel hombre me había empujado desde una avioneta sin cuerdas de seguridad que ralentizaran la caída. Ahora, Oliver Lauder nadaba a contracorriente en el banco de peces de LovPer. Los informáticos del FBI se encargarían de oficializar mi entrada a la web. Elaborarían un personaje que activaría la necesidad de matar en el psicópata que se movía a sus anchas por la red. Me harían apetitoso.

¿Y cómo estar seguros de que mi perfil caería en sus manos? Toda aquella parafernalia para vincular personalidades utilizaba códigos al azar en función de rasgos y compatibilidades. El asesino representaba un papel diferente en cada ocasión. ¿Cómo seguirle la pista?

El FBI lo tenía todo pensado. Los creadores de LovPer fechaban encuentros mensuales en las ciudades con mayores porcentajes de usuarios activos. En este caso, Nueva York era un festín para la aplicación. En vez de pararle los pies a los que se habían lavado las manos con los clientes asesinados, el FBI les había propuesto una negociación: yo estaría incluido entre los manjares de la fiesta.

Mi opinión no contaba, así que no me opuse a ser utilizado como un soltero más con un perfil que debía aprenderme al pie de la letra. Aún no me habían entregado el historial de la nueva identidad, pero su gusto en cuanto a citas era similar al del asesino: mi personaje no hacía ascos a ambos sexos. Podía picar de donde se le antojara. Un gusto que yo no despreciaba, pero que tampoco casaba con mi estilo de vida.

No obstante, me habían advertido sobre la cantidad de ojos que estarían evaluando mi incursión. Nada de flirteos, nada de escapaditas con la primera morena que se me pusiera delante. Mi mente debía estar clara, concentrada en el objeto diana. Esperaban que se estableciera un vínculo fidedigno entre mi esencia psicopática y la de aquel al que apodaban AP. Que aquello que nos hacía diferentes conectara entre el cúmulo de asistentes a la fiesta.

Ya no era solo un psicópata, me jacté, sino también clarividente.

—Tienes unas cuantas llamadas que realizar —me dijo Anderson.

Suspiré. Desde mi vuelta a Nueva York no había pegado ojo. El viaje entre Quantico y las oficinas del FBI se había efectuado del tirón. Me pesaban los párpados. Mi cuerpo apreciaba el susurro hipnótico de la cama. Estaba hasta los cojones de que revolvieran entre mis pertenencias. Necesitaba mi soledad. Pensar.

—¿Estás preparado?

—¿Para convertirme en la putita del asesino?

—Es una forma de decirlo.

Intuí una sonrisa en su rostro. Trataba de ser cordial.

—Sé que esto se salta unas cuantas normas —manifestó—. No estás instruido en trabajos de campo. No has llevado a cabo ni siquiera una escucha de manual. Pero lo harás bien...

—Soy una granada de mano para tus jefes —le corté—. Que falle en la misión no es un problema de gran envergadura. Poseen nueve armamentos más haciendo cola.

El asesino de personalidadesHikayelerin yaşadığı yer. Şimdi keşfedin