Capítulo 26

29 9 26
                                    

Tenía el encargo de vivir la doble vida de un neoyorkino corriente. O, más bien, del neoyorkino que debía haber sido. De mano de la psicóloga que nos había instruido en el funcionamiento de LovPer y del carismático agente Andrews, me vi recluido en mi ático durante una semana.

El extenso archivo documental con la identidad que representaría de cara a los desconocidos de la web de citas se reproducía en mi mente como una película insoportable. Antecedentes familiares, historial mental, distinciones académicas y laborales, relaciones interpersonales y hobbies. Empapado en sudor, me despertaba en la madrugada susurrando el nombre de aquel extraño. Imposible volver a conciliar el sueño. El insomnio se apoderaba de mi control mental.

Con un resoplido, me liberaba del amasijo de sábanas y me encorvaba en el lateral de la cama. El tacto frío del suelo contra mis pies descalzos era una prórroga momentánea a los pensamientos que iban y venían.

Recorría el piso a oscuras como un sonámbulo. No tenía a nadie a quien llamar, no tenía a nadie a quien vomitar toda la información sobre aquella vida inventada que debía tatuarme en la piel. Finalmente, a eso de las cuatro de la mañana, aterrizaba en el sofá de piel con los archivos esparcidos por la mesa, un paquete de cigarrillos y varios cafés que terminaban muertos de risa en una esquina.

Pero no podía concentrarme, los acontecimientos de aquella semana irrumpían en mi memoria y originaban un parón en el estudio del perfil. Con el cigarro medio colgando en una mano y la hoja que repasaba en la otra, mis ojos abiertos carecían de un foco de atención consciente. Reexperimentaba las conversaciones, las miradas, la confusión.

El diagnóstico de Emily me había calado hondo. Igual que los restos diurnos de una malnacida pesadilla, de vez en cuando me encontraba a mí mismo centrado en la etiqueta que el hombre que me odiaba y su psicóloga habían escogido para mí.

Y eso desplegaba otro aluvión de pensamientos. Desde nuestro enfrentamiento en el hospital, Anderson se había esfumado. Había delegado sus funciones en el cabronazo del agente oficial Andrews, quien fue el encargado de informarme de la quinta muerte del asesino serial. Escueto y tan capullo como siempre, me había relatado el escenario del crimen. Había enfatizado el nido de tarántulas que se apilaban sobre el cuerpo del fallecido. Sus queridas mascotas no se separaban de él ni muerto.

La perversidad de AP iba ganando puntos. No solo saboreaba el momento de la muerte. Ridiculizar era esencial para él. Desde las colocaciones sexuales donde se esclarecía una clara sumisión, los pulmones encharcados de la víctima a la que había ahogado en su propia comida, a la despótica empresaria a la que había despojado de su dominio. La humillación pública estaba asegurada.

Pero eso no era todo. Los noticiarios habían interconectado los asesinatos. El FBI no había previsto que en el edificio donde fue encontrada la quinta víctima residiera un periodista. Y no un novato de tres al cuarto, qué va. La agencia odiaba a ese tipo más que a los hombres de mi calaña. Hank Mitchell, un auténtico tocapelotas. O, lo que es lo mismo, un periodista de nota roja, un rondador nocturno.

Aquel periodista había sido autor de los titulares más morbosos. Todos ellos contenían dos elementos imprescindibles: muerte y sangre. Había estado relacionado con varios atropellos y algún que otro accidente en la vía pública. Pero las denuncias, los juicios, las multas, nunca llegaban a nada. Las causas probables o el peligro público inminente no significaban nada para él. Tenía contactos y sabía cómo y cuándo tirar de los hilos.

Un despliegue policial en su edificio era una mina de oro para su negocio. Oliendo la noticia, logró colarse entre los profesionales que entraban y salían. Fotografío la escena del crimen. Los cristales esparcidos por el suelo. El mobiliario ensangrentado. El cráneo destrozado de la víctima. Las tarántulas correteando por el salón.

El asesino de personalidadesOpowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz