Capítulo 52

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Toda mi infancia era una mentira.

Mi nacimiento en el seno de una familia privilegiada, mis años creyendo ser un Lauder. La ira injustificada de Jeff hacia mí, la indiferencia de Margie. Todo cobraba sentido. Yo era un objeto adquirido por una gran suma de dinero para acallar la angustia vital de una mujer que quería ser madre. ¿Madre? Bueno, de una mujer que quería saber qué se sentía al tener un niño a su cargo. Creo que se dio cuenta bien temprano de que el rol maternal no era lo suyo. En pocos meses me convertí en un objeto olvidado al fondo del armario. Jeff había cumplido el deseo de su esposa de ser una más del grupo de amas de casa de su círculo empresarial. Lo hizo por ella, y por él. Jeff Lauder era capaz de comprar cualquier cosa con su dinero. Y un bebé no iba a ser menos.

—Estás en shock —dijo AP.

Me había quedado inmóvil con los papeles en la mano. Sin ser consciente, los brazos del asesino al que podía llamar hermano me arropaban.

Ava estaba tan estupefacta como yo. ¿Por qué no reaccionaba?, expresaba su mirada de incomprensión. ¿Por qué no utilizaba ese instante para enfrentarme a él? Pero no conseguía mover un mísero músculo. Mi cabeza era como un mar en plena tormenta. Recuerdos de mis días con los Lauder me sumergían en las profundidades cada vez que braceaba para sacar la cabeza a la superficie y coger aire.

Me hallaba flotando en una doble realidad paralela. Me veía a mí mismo en los distintos episodios de mi convivencia con ellos. La sensación era desagradable. Había tapado esos recuerdos gracias a las pastillas. El LSD era un remedio eficaz que hacía meses que no consumía. Sus efectos paliaban esos viajes incontrolables al pasado. La falta de consumo ya no los bloqueaba.

El dolor de la herida que Ava me había cosido se disparó. Convocó a las cicatrices que saturaban mi espalda. Todo el cuerpo me dolía como si estuviera en pleno cólico biliar. El cinturón de Jeff volvía a dejar su marca. Los ojos alevosos de Margie miraban hacia otro lado. Recorrí la vida que había vivido con el apellido que tanto odiaba como un desvalido en mitad de una fuga disociativa. 

El problema del cerebro es que tiene la absurda manía de anticiparse. No espera a tener conocimiento de causa para hacerse una idea de las cosas. Tiende a interpretar para no saturarse, a usar atajos mentales con la información previa disponible. Así elabora el futuro. Pero ese futuro no es fiel a la realidad. La dificultad añadida es que el cerebro hace lo mismo con el pasado. Rellena huecos inconclusos con prototipos o situaciones ya almacenados de manera que parezcan tener algún tipo de lógica para nosotros, para nuestra realidad tal y como la vivimos.

En mí, supuso que imaginara la vida que habría tenido junto a los Pears. Una madre que adoraba a su hijo, un padre que lo admiraba. Momentos felices, recuerdos que no pinchaban como clavos. Cabía la posibilidad de que no me hubiera convertido en lo que soy, que hubiera tenido la oportunidad de ser uno más, de sentir una emoción, por miserable que fuera.

Volví al centro comercial al notar que AP me soltaba. Parecía profundamente emocionado. Yo todavía no tenía muy claro qué decir.

—Al final mi madre no estaba tan loca. ¡Bueno!, nuestra madre —corrigió—. Ya la habrás conocido en tu viaje a las afueras, ¿verdad? Por cierto —me puso el filo del cuchillo en la barbilla para atraer mi rostro—, tienes los ojos de su padre.

Me había percatado de las motas color perla en los ojos de Anne Pears cuando la sostuve entre mis brazos. Conque mi iris de ultratumba era herencia por parte de madre...

—¿No dices nada? 

Silencio. Entreabrí los labios.

—Por una vez no tienes palabras —entendió—. Y no te culpo. Tener los resultados delante de mí afirmando lo que yo ya sentía me dejó de piedra. Mi hermano estaba vivo. ¡Puf! —De un salto se pegó a mí costado derecho—. ¿Sabes cuántas veces he escuchado lo que mis padres darían porque su primer hijo estuviera vivo? Aunque mi madre daba por hecho que eras una niña. Mi padre prefería un varón... ¡El bueno de Cedric! —exclamó—. Así te habían puesto. Cedric.

El asesino de personalidadesWhere stories live. Discover now