Capítulo 18

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AVISO* (contenido 18+)

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Sobre Adam Backstrow flotaba un halo de magnificencia. En la zona de recepción intercambió unas breves palabras con el maître, que le señaló la ubicación de su reservado. A su paso entre las mesas del salón, recibió un minucioso escaneo de los clientes más cercanos. Su cabeza erguida, con una leve inclinación hacia la derecha, destilaba imperiosidad, al igual que la constitución impecable y aviesa que había adquirido con los años. Los pómulos marcados añadían atractivo a la dureza de la edad. La autoconfianza era su mejor aliada. Nada como el amor propio para creerte amo y señor de la plebe a la que matas de hambre.

≪Mirad quién está aquí. Alabadme≫, demonizaban sus ojos. El traje que entallaba un cuerpo escultural era obra del mismísimo "Maestro". El aire de vanidad del torcimiento de sus labios hacía constar que muy poco le habían dolido los veinte mil dólares que costaba confeccionarlo. Corte de pelo milimetrado, barba rasurada, tez impoluta... Había trabajado la silueta que quería que el mundo recordara.

Adam Backstrow era un líder nato.

En suma, Adam Backstrow era un hijo de puta.

Esa mente ágil y despiadada encabezaba los equipos directivos de la empresa a la que había entregado veintidós años de su vida. Tenía el don de la palabra, ese era su poder. Un discurso convenientemente elaborado y una sonrisa idónea. Sus dotes de mercado hipnotizaban a la competencia, y veían justo lo que él deseaba. Centraba el interés en su persona. Los embaucaba. Y picaban el anzuelo.

Los proyectos exitosos se acumulaban a sus espaldas. Era gracias a esa necesidad de poder que exprimía al máximo que todos acudían a él. Listas y listas de clientes peleaban porque Adam fuera su asesor personal. Se había ganado una silla en la mesa de los hogares más privilegiados de la sociedad neoyorkina. Era la mano derecha de magnates y millonarios filantrópicos.

Adam era el culmen de la serenidad cuando el caos desplegaba una crisis imprevista, el único con la capacidad resolutiva de tomarse un whiskey mientras en los puestos subordinados se mascaba la tragedia. Carente del estrés que comprometía a profesionales de su talente, cogía las riendas, hacía trabajar a su arsenal estratégico y liberaba toda la competitividad de una personalidad como la suya. Sacaba del atolladero a los que se habían ahogado en lo que para él resultaba un pasatiempo.

Ejecutaba con excelencia el maquiavelismo de un cerebro preparado para la negociación. El mundo empresarial tenía fe ciega en aquel hombre de cuarenta años, y no se andaban con excusas a la hora de extenderle cheques que abonaran viajes de empresa, entretenimientos de lo más sofisticado y mujeres.

Bueno, en su caso, hombres.

Adam Backstrow era homosexual. En los cuchicheos de la élite pestilente a ambos lados del atlántico se comentaba sobre su gusto en hombres, sexo e inhaladas de oro líquido. Y más que desmentirlo, Adam enfrentaba con una sonrisa dura y cuestionable los rumores acerca de la dureza del sexo al que se veían sometidos quienes terminaban arrodillados a sus pies.

¿Que cómo sabía yo todo esto? No es muy complicado extraer información en los garitos en los que Adam Backstrow saca su vena sadomasoquista. En la oscuridad rojiza y morbosa de esos pubs, murmurar un nombre determinado conlleva una retahíla de antecedentes medianamente ciertos. Para desgracia de aquellos que conocieron a un joven rubio de mirada traviesa y ganas de probar a ricachones con doble vida, había prestado atención.

Desde la cristalera lateral del restaurante no pude negar que Adam era un hombre seductor. Entendía que más de uno aceptara subirse a su coche durante los minutos que durara un revolcón con él.

El asesino de personalidadesWhere stories live. Discover now