Capítulo 20

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Dos meses después...

Jamás pensé que volver a respirar el aire contaminado de Nueva York me provocaría náuseas. Durante el periodo de instrucción había tenido un sueño muy repetitivo. Revivía los edificios luminosos desde la comodidad de mi ático, las calles atestadas de mentes inmersas en sus indecisiones vitales. El cielo alternante, inductor de mi dedo presionando el botón de la cámara. Había fantaseado con sentir el cuerpo de una mujer contra el mío, la contracción de nuestras vías de escape a la detestable realidad de ahí fuera.

Que Anderson me esperara a la salida de la academia y señalara la puerta del coche como saludo era un mal presagio. No conversamos en la hora de trayecto hasta el aeropuerto, ni estuvo dispuesto a una breve charla en el jet privado, donde se reunió filas atrás con varios oficiales.

Renuncié a preguntar por el destino del viaje. Yo era un suculento ratón para el gran felino que representaba el FBI. Habían dispuesto mi papel como carne de cañón desde el momento en que acepté que la cárcel no me parecía un lugar confortable donde vivir. Aunque creí que mi nefasto futuro tardaría algo más en llegar.

De ilusiones se vive, ¿no dicen?

Nos apeamos frente al Federal Plaza, una de las tantas oficinas del FBI en Nueva York. Tan lóbrego como lo que se movía en su interior, la fachada atiborrada de cristaleras no ameritaba ni una mísera foto del satélite. 

Anderson me dio paso al interior de la estructura. Pero antes de que mis zapatos ensuciaran un entorno dedicado a gastar dinero atrapando a gente como yo, me retuvo. Su expresión era crítica, la dureza de la roca hecha rostro.

—Esto empieza aquí, Oliver. ¿Estás preparado?

Vi verdadera preocupación en su semblante. Curvé una mueca.

—Inmolarme no estaba en mis planes de futuro.

Anderson exhaló con brusquedad. 

—No te preocupes, Anderson —contesté—. Mi función estaba clara desde el principio. Nadie se ha preocupado por mí antes. No lo hagas tú ahora.

Su mano se desprendió de mi camisa cuando me introduje en el edificio. Pese a mi indiferencia, las náuseas se intensificaron. Sentí ganas de correr en busca de los baños de aquel esperpento de edificio.

Anderson me franqueó de camino al ascensor. Se cruzó de brazos en el interior de aquellas cuatro paredes de hierros que se iban estrechando por segundos. ¿O era mi percepción enturbiada por las suposiciones que nublaban mi juicio?

—No me preocupo por ti, Oliver. —Recibió la mirada jocosa de los dos agentes que me custodiaban—. Sino del rol que vas a encarnar. —Espiró—: Te ha tocado el caballo ganador.

*

Anderson saludó con un gesto formal a los ocho agentes convocados a la reunión. Al frente de la sala, una pizarra blanca proyectaba las siglas del FBI. Los dos hombres que escoltaban mis espaldas me guiaron hasta la única silla vacía. Parecía contener la palabra psicópata escrita en el reverso.

Ni una sonrisa, ni siquiera un cabeceo, salió de ninguno de mis nuevos compañeros de trabajo. Podía sentirme orgulloso de que al menos no se retiraran de mi cercanía como si contagiara la peste. ¿Por qué hacerlo? Les estaba salvando el pellejo, literalmente. El insomnio, el dolor y la angustia no desgastarían sus organismos. No sufrirían el estrés, el malhumor. No desarrollarían un trastorno mental, una enajenación transitoria. Las ideas suicidas se mantendrían latentes.

Yo era el salvador de aquellos hombres y mujeres... en el tiempo que tardara en morir.

Anderson accionó el mando de la pantalla, donde segundos después aparecieron un reguero de imágenes. Una sesión fotográfica de cuerpos y sangre silenció la sala. Nadie pestañeó. Estudiaban las imágenes, la posición de los cuerpos, los orificios de entrada del objeto que había sido utilizado para cercenar la carne. El patrón de la sangre. La desnudez de dos de los cuerpos y su ubicación en una cama, a diferencia del tercero, acomodado en el asiento del conductor de un lujoso coche con la región pectoral y torácica agujereada.

El asesino de personalidadesWaar verhalen tot leven komen. Ontdek het nu