4 - Pendientes de tres años atrás

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—¿Te quedarás hasta tarde? —asomándose a la sala de juntas, Verlaine preguntó al notar la presencia de Arthur.

—Ah, no me gustaría Paul. Pero tenemos muchos contratos que firmar y otros tantos hay que hacerlos llegar al oyabun; una empresa fantasma insiste con nuestra protección.

—Estás estresado —se sentó a su lado—. En ese caso, me quedaré contigo hasta que decidas irte a casa.

—¿No estás cansado? ¿Cuándo fue la última vez que tomamos vacaciones?

—Creo que antes de que Dazai-sama muriera.

Rimbaud asintió, dejó los papeles que tenía en mano a un lado y se frotó los ojos, estaba a punto de quedarse dormido.

—Que tiempos, ¿eh? Desde entonces no hemos parado con los problemas, siento que se están llevando los mejores años de mi vida —bostezó.

—También tu y yo hemos dejado cosas sin resolver, Rimbaud —miró de reojo al hombre.

—¿Ah? ¿De verdad? Que despistado, ¿quieres que lo hablemos ahora?

Verlaine se cruzó de brazos y mantuvo la vista fija en el montón de papeles que se encontraban sobre el escritorio; interrumpir el trabajo de sus compañeros para atender asuntos sin relación con su entorno no era usual en él.

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Tres años atrás, antes de que Osamu tomara las riendas de la organización tras la muerte de su padre, Paul Verlaine y Arthur Rimbaud comenzaron una extraña relación.

Si bien eran amigos y se conocían desde hace mucho tiempo, parecía que el único que había desarrollado sentimientos con el pasar del tiempo fue Verlaine.

Una de esas noches —donde se rumoraba que el viejo oyabun estaba moribundo en cama y que no le quedaba ni una semana de vida— un encuentro vergonzoso entre ambos hombres ocurrió.

Arthur Rimbaud entró en celo, los supresores que había estado tomando durante largos años por alguna extraña razón dejaron de funcionar en él, acelerando su ciclo. Y para su mala suerte, lo estaba consumiendo ahí, en la misma sala de reuniones de la mesa ejecutiva.

Su cuerpo temblaba con desesperación, estar rodeado de alfas en su área de trabajo no era de mucha ayuda; se esforzó por mantenerse distanciado de ellos, de modo que ninguno pudiera aprovecharse de su, ahora, debilidad y causar un alboroto en el trabajo.

Le costaba trabajo mantenerse de pie, la cabeza le daba vueltas y sentía que en cualquier momento colapsaría, hasta que escuchó pasos afuera de la oficina. A ese punto no sabía si debía alertarse o aceptar el destino que le deparaba la naturaleza.

—¿Arthur? ¿No vas a irte a casa?

—A-Ah, sí... En un momento —respondió nervioso, buscando aferrar sus manos a alguna parte de la mesa. Sin embargo, era inútil.

Los pasos se acercaron más, Verlaine se percató del escandaloso olor a lirio de los valles; cerró la puerta detrás de él con seguro, asegurándose de que nadie entrara al lugar y continuó su travesía hacia el omega que deslizaba la mitad de su cuerpo sobre la mesa, nublado de su consciencia.

—¿Quién diría que siempre sí eres tan descuidado? —se quitó el guante blanco de la mano derecha, mirando con tentación a Rando.

—Tsk... para de burlarte, estúpido alfa —levantando la cadera, contuvo un grito.

—¿Estás suplicando que te tome ahora mismo? —apretó el trasero del omega.

—Ngh... Piensa lo que quieras...

Unbreakable | Soukoku - Omegaverse | BSDWhere stories live. Discover now