Otra parte de la historia: Tortura

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Abrió sus ojos con pesadez, el dolor en su cuerpo era indescriptible. Lo único que pudo observar fue el techo, porque todo lo que había a su alrededor no era más que la oscuridad; a lo lejos, cuando logró acostumbrarse a ella, pudo divisar las rejas de la prisión. 

¿Cuánto tiempo había estado inconsciente? Recordaba hasta el punto en el que intentó burlar a Fyodor y huir, pero después de eso, todo seguía siendo demasiado confuso.

Intentó levantarse, pero el esfuerzo causó que la cabeza le diera vueltas y vomitara sangre; además, sentía escalofríos, insoportables. Con asco, miró la sangre que había caído al suelo y por inercia llevó las manos a su cuello buscando algo.

¡No está!

De prisa, olvidando que al mínimo esfuerzo vomitaría, comenzó a hurgar en la destendida litera el collar que Mijaíl le obsequió. Pero no importaba cuanto buscara, cuanto palpara en esa fría cama y debajo de la almohada, no aparecía.

Enrabiado, apretó el puño y contuvo la fuerte necesidad de estrellarlo contra la pared. Se dejó caer de nuevo en la cama, vencido por el dolor y el cansancio. Ni siquiera un grillo era capaz de ponerse a cantar, lo que lo deprimió un poco.

Cubriendo su rostro con el antebrazo, sin saber a quién más implorar, la imagen de quién esperaba se hizo presente en ese campo oscuro y con pesar susurró, —Dazai... Dazai... Dazai...

... así fue hasta que la voz se le quebró.

¿Dónde estás? ¿No se supone que ibas a protegerme? 

No. En realidad, siempre debiste ser tu quién se cuidara a sí mismo. Y mírate aquí, llorando por el bastardo que arruinó tu vida.

Rápidamente su mente comenzó a recrear escenarios de su vida antes de involucrarse con Dazai, empezando desde la tarde antes de decidir ir a ese bar a degustar una copa de vino, como siempre era usual después de trabajar arduamente en una sesión de fotografías con Albatross.

—Seguro que te has esforzado demasiado, querido —dijo Koyo sirviéndole una taza de té—. Tu equipo es excelente, ¿y qué decir de la hermosa y gentil Higuchi?

—¿Comprarás la revista cuando salga? —cuestionó, sintiéndose orgulloso de sí mismo.

—Todas y cada una donde salgas tu, Chuya.

El escenario cambió al bar.

—Ya empiezas a hablar barrido, Chuya. Y esa es tu primera copa de vino —señaló Pianista con la ceja.

—¡No estoy borracho aún! Te apuesto un tonayán a que el bastardo de aquí se tambalea al caminar.

—¿No crees que me estás retando demasiado, omega? —sonrió con malicia el alfa sentado a lado suyo, señalándolo con la pata del cangrejo.

—¿Hah? ¿Omega? Para tu información, soy un alfa hecho y derecho. Y no necesito que me señales de esa forma tan extraña, ¿acaso sabes que vas a perder?

Luego, a la habitación de hotel.

—Dime, Chuya... ¿Aún crees que eres un alfa? —susurró, acercando los labios del pelirrojo a los suyos, sujetándolo desde la nuca.

—N-No... Yo no...

—¿Tu no, qué? ¿Aún vas a vivir engañándote con la idea de que eres un alfa dominante? Sólo mírate... Estás tan húmedo sobre mí que podría tomarte en este momento... Tus mejillas están tan rojas, jadeas tan suplicante, ¡ah~! —expresó, deleitado—. Estoy tan dispuesto a tomarte, marcarte, anudarte... voy a devorarte, Chuya.

Comenzó a jadear, ahora su mente no era más que una maraña de recuerdos confusos que, si tenía que ser honesto, no estaba seguro de haberlos vivido; estaba intentando convencerse de que todo era una alucinación por la fiebre.

La salvación, ¿existe?

¿Existe alguien tan poderoso que pueda salvarlo de los recuerdos que lo atormentan; de la desesperación que lo invade, de la miseria que siente y de la que no puede escapar?

Su cuerpo fue levantado de la cama, sostenido por los brazos de alguien a quién no quería verle el rostro, ¿pero acaso está en posición de decidir a quién ver y a quién no?

Lo único que podía hacer, era suplicar por misericordia, por la salvación divina que le trajera de regreso todo lo que perdió... su libertad, su familia, el mundo común y corriente que alguna vez vio con desdén y superioridad.

Entonces, sus ojos se abrieron...

Ahí estaba, mirándolo, la única persona que podía otorgarle la libertad que tanto añoraba.

No esperaría más tiempo, ¿para que hacerlo?

—Estás ardiendo en fiebre —dijo.

Las manos frías y temblorosas de Chuya reposaron en la mejilla del hombre que le hablaba con preocupación.

—Me rindo —dijo, agonizante.

—¿Qué?

—Me rindo... sálvame... mata a... Dazai...

Una risa burlona se le escapó al hombre que cargaba al delirante omega entre sus brazos, aquellos ojos violetas que tanto le miraban eran siniestros porque se regocijaban ante el placer de sus palabras.

—Tus deseos son mis órdenes, petirrojo. Pero no seré yo quién se ensucie las manos —en voz baja, respondió—, porque no importa cuanto el ser humano suplique a Dios, siempre seremos nosotros quienes debemos tomar venganza a mano propia. Mi pequeño, débil y amado petirrojo, yo puedo concederte esa libertad añorada.

Un breve silencio se hizo presente, el corazón del salvador de Chuya palpitaba con tanta fuerza que sentía que iba a abandonar su pecho en algún momento. Sin embargo, esto no se debía a alguna enfermedad, claro que no...

Estaba feliz, ansioso; no había tenido que hacer mucho para que su amado canario llegara a esa terrible conclusión, al punto de sentir que matar a la persona que lo arruinó lo liberaría, en términos generales.

La consciencia de Chuya Nakahara había hecho el trabajo sucio por él: torturándolo, desesperandolo, quebrantándolo, corrompiéndolo...

Cuando ese hombre, Fyodor, pudo sentirse dueño —nuevamente— de sus emociones, continuó con la labia que encantaría a los oídos de Chuya.

—... Puedo concederte esa libertad añorada, porque yo, soy tu Inquisidor. No obstante, petirrojo, no me manchare las manos, y en cambio, te facilitaré los medios necesarios para que llegues a la luz que estará esperando por ti al final de este oscuro túnel...

Nuevamente, rio.

—Porque eso es lo que hace Dios, ¿cierto? Nos facilita los medios cuando escucha nuestras oraciones, porque él es perfecto y nosotros su creación más impura. Porque Dios jamás se mancharía las manos para llevar a cabo nuestros más retorcidos deseos. Petirrojo...

Inclinando su cabeza para poder susurrar cerca de los oídos del omega que lo escuchaba fascinado, dijo, —Mata a Osamu Dazai, venga al clan Dostoievsky y a los tuyos; reclama a Port Mafia como tuya y serás libre.

Unbreakable | Soukoku - Omegaverse | BSDWhere stories live. Discover now