14 - Castigo a mano propia

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—Este es tu nuevo celular, las llaves del edificio y del departamento, y un arma para tu defensa personal. No es necesario que lo diga, pero por si acaso, debes mantenerte con un perfil bajo. No nos conviene que Dazai-kun te encuentre.

—¿Por qué querría una navaja?

—Es una daga escocesa, ¿nunca has llevado un arma contigo, lyubov?

—No lo creo necesario —rechazando la daga tomó el celular y las llaves—. ¿Y qué se supone que esperas que haga mientras tu no estás? 

—Esperaras por Gogol, te tengo una sorpresa. Mientras tanto, tengo que retomar lo que deje pendiente antes de que todo esto comenzara, ya sabes... la organización, averiguar los planes de Tolstoi...

—¿Hah? ¿Y que hay sobre lo que tenías que explicarme?

Fyodor soltó una pequeña risa, mordió su dedo pulgar y encogido de hombros estuvo considerando una de las tantas respuestas que tenía para su petirrojo.

—No hay prisa, Chuya. Tu celo debe ser en menos de un mes, seré paciente y no te obligaré a nada como lo hice la primera noche que pasamos juntos. Dejaré que vengas a mí, por tu voluntad. 

Este idiota, se está haciendo del rogar.

—Escucha, Fyodor... Estaba pensando en lo innecesario que es todo esto —los ojos violeta de Fyodor se posaron en el omega, causando que se pusiera nervioso—, ¿no era conveniente para ti quitarme el vínculo y dejarme en Japón? ¿No buscas torturar a Dazai?

—¿Y si Dazai-kun, hipotéticamente hablando, busca una forma de recuperarte? En esta lucha de intereses va a ganar el más fuerte, y el ganador se lleva el trofeo.

—¡¿En dónde me viste cara de trofeo?!

—Tienes razón —sonrió—. Eres más que eso, lyubov.

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Sus dedos temblaron, miraba a su alrededor esperando que el portero del edificio no hiciera una aparición fastidiosa; finalmente logró tranquilizarse y del bolso de su pantalón sacó la tarjeta que se esforzó por mantener escondida.

Rápidamente tecleó el número, si al tercer bip la persona con la que buscaba contactar no contestaba, todo estaría perdido y no le quedaría más remedio que rendirse a Fyodor.

«Cuando sientas que no puedes más con lo que está por caer encima tuyo, acordaremos llevarte a San Petersburgo y te enseñaré algo que calmara tu soledad.»

Su corazón latía acelerado por la ansiedad, pero cuando se dispuso a colgar la llamada ésta fue atendida.

Mikhail Dostoyevskiy, kto govorit? (Mijaíl Dostoievsky, ¿quién habla?)

—Para de hablar ruso, Mijaíl.

Ara~ —entonó con acento japonés—, ¿qué hubieras dicho si no hubiera sido yo, si no un hombre común con poco conocimiento de idiomas, específicamente el japonés?

—Me hubiera disculpado... Escucha, no tengo mucho tiempo —cubrió la bocina con la mano y continuó hablando en susurro—. No sé a dónde fue Fyodor, pero necesito que me ayudes a salir de aquí. 

¿Estás en San Petersburgo? Que agradable sorpresa, ¿no quieres primero invitarme una taza de té y luego considero tu propuesta?

—¡Para tus bromas, imbécil! Debo regresar a Yokohama, quiero... 

Tranquilo —lo interrumpió—. ¿Estás en el Edificio K? Llegaré ahí en unos minutos, ¿puedes salir de ahí por tu cuenta?

Chuya volvió a comprobar que no hubieran moros en la costa, asintió para sí mismo y regresó a la llamada, —Sí, tengo las llaves del edificio.

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