IX: The ending always stays the same

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―Odio los poemas, Dazai. Quédatelo.

¿Qué? No. No era posible. ¿Estaba escuchando mal? Sí, seguramente lo hacía. No era posible que Chuuya le dijera eso. No era posible que odiara los poemas, era una idea irrisoria, sin sentido. Entonces, ¿por qué seguía tendiéndole aquello que escribió para él? Con esa mirada tan fría, sin brillo e inamovible, pero al mismo tiempo endeble y temerosa de repetir la misma historia una segunda vez.

El temor no le permitía cambiar de opinión o ver más allá. Prefirió escudar detrás de la inseguridad los restos que quedaban de su corazón, convenciéndose a sí mismo de que eso era lo mejor. Y aún así, Dazai lo intentó. Incluso si notaba lo que Chuuya estaba haciendo y en parte le frustraba, lo intentó.

Soltó una risita nerviosa, rota y tambaleante que desesperadamente intentaba sostener lo que quedaba de su ilusión.

―¡No eres divertido, Chuuya! ―señaló, e intentó devolverle el sobre al pelirrojo―. ¿Tú? ¿Odiar los poemas? ¡Pfff! Sí, claro, solo toma el sobre. Si lo leyeras, entonces entenderías que...

―Quédatelo ―interrumpió, con ese tono tan hiriente y débil al mismo tiempo, tan duro como endeble, y luego casi un susurro―, no lo repetiré, Dazai.

―Chuuya...

Antes de que pudiera decir más, el pelirrojo golpeó su pecho con el sobre. Se sintió como el impacto de una flecha, pero quien la disparaba, era la antítesis de cupido, y atravesó su pecho de principio a fin, dejando un agujero que silenciosamente comenzó a sanar en cuanto la mano de Chuuya se alejó y el poema se resbaló.

Temeroso de que este cayera al asfalto, Dazai lo sostuvo contra su pecho, bloqueando la salida de aquella sangre imaginaria, y sin saber si realmente sostenía ese simple pedazo de papel o bien su corazón.

Cuando recuperó un poco de sentido y el impacto del golpe se aligeró en su consciencia, levantó la cabeza y notó a Chuuya marcharse. Sin decir nada más, sin mirarle por sobre el hombro o darle una última palabra. No, nada, no se merecía nada. Chuuya tan solo se dio la vuelta y caminó de regreso al local.

Y así como casi cinco años atrás, ahora con los papeles invertidos, Dazai lo siguió. Sosteniendo el poema, negándose a que todo terminara de esa forma una vez más.

―Chuuya, espera...

―No me sigas.

―Chuuya, escucha, sé que fui un imbécil ―dijo, alcanzando al pelirrojo, pero aunque logró posar su mano sobre el hombro ajeno, este no se detuvo.

No importaba cuánto lo intentara, su mano no era suficiente para detenerlo. No era suficientemente fuerte, nunca lo fue. Pero Chuuya sí. Tan fuerte que fácilmente podía arrastrarlo con él, caminar sin mirar atrás y sin detenerse.

¿Por qué no lo miraba? Se estaba desesperando cada vez más, y se sintió invadido por las únicas emociones que lograban hacerle perder el control de su voz. Insistentes, aferrándose a una esperanza que para ese momento se sentía ridícula.

―Sé lo que hice mal ―dijo, intentando mantener la tambaleante voz por lo bajo―. Sé que te hice daño, pero yo...

―¡¿Tú qué?! ―explotó Chuuya, y se detuvo sin darle oportunidad a Dazai de procesar lo que estaba ocurriendo.

Con una fuerza que no podía sostener, se quitó la mano del moreno de sobre el hombro para gritarle a la cara, mientras más veía aquel poema que el otro sostenía. Casi parecía una broma, una que no estaba dispuesto a escuchar y que le dañaba mientras más pensaba en lo que significaba, mientras más recordaba el momento que reflejaba y al cual no podía regresar.

Leave the kiss for later [SKK]Where stories live. Discover now