Capítulo 22.

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Soo Eun tropezó brevemente con los escalones del invernadero. Soltó un bufido, alcanzando a sujetarse del borde de la mesa. Un poco más y se habría dado de narices contra el piso.

Y eso hubiera sido catastrófico. No podría tolerar ni el más mínimo rastro de alguna sustancia extraña en sus preciadas plantas. En esas a las que había dedicado su vida entera.

Claro que no era como si acaso pudiese hacer otra cosa. Sabía muy bien que dada su condición no debía esperar ningún tipo de aspiración en la vida, que en aquellos momentos lo único que le mantenía con vida era la Academia Dissander. Sabía lo que pasaba con los licántropos fugitivos, con aquellos que huían. Sabía muy bien lo que hacían los cazadores con ellos...

Soo Eun rodeó la mesa en busca de sus guantes y la regadera. Había mucho que hacer. Sus flores eran bellas y mimadas, necesitaban atención especial. Había intentado explicarle eso a Myung Soo cuando se decidió lo del toque de queda, pero el prefecto guapo lo había ignorado, argumentando que las reglas iban para todos por igual. Pero eso no era algo que Soo Eun pudiera aceptar.

Abrió el grifo de agua para llenar la regadera, dejando a sus pensamientos ir directo al Gremio. No era ningún estúpido y sabía muy bien porque estaban ellos ahí. Y no era por Woo Hyun y su relación con el cazador de ojos pequeños, de la cual todos hablaban. Sino por lo otro, el asesino.

Soo Eun no tenía ni idea de quién podría ser, pero no le extrañaba. Le habían mordido cuando tenía tres años, había pasado prácticamente toda su vida siendo un hombre lobo. Sabía como era su condición y había aprendido a aceptarla. Nunca tendría una vida normal. Cada luna llena tenía que acudir con el resto a las mazmorras, encerrarse y esperar a que todo pasara. Al principio siempre tenía miedo. Le aterraba saberse un monstruo, pero le aterraba aún más de lo que pudiese ser capaz de hacer en ese estado.

La directora tenía la firme creencia de que era posible mantener el raciocinio al entrar en fase, con voluntad y perseverancia. Sin embargo eso era algo que Soo Eun nunca había conseguido. Aún si Woo Hyun les había dicho que él lo había hecho una vez. Soo Eun sabía que todos los demás ignoraban cuando había ocurrido eso, pero él no. Soo Eun no era ningún idiota y le fue fácil leer en los ojos del prefecto rubio que tenía que ver con el cazador, con ese Kim Sung Kyu. Tal vez Woo Hyun había entrado en fase frente a él y había logrado seguir siendo él. No atacarle.

No era algo que Soo Eun dudara pudiera hacerse, pero a él no le interesaba. Estaba acostumbrado. Además del hecho de que él no era tan especial como Woo Hyun.

Aunque si pudiese cambiar algo de su condición sería aquel insoportable dolor antes de cada transformación, el sentir como su cuerpo cambiaba.

Soo Eun cerró el grifo, dándose la vuelta. Venía haciendo eso desde hacia años. Regar sus flores a la medianoche era lo que les permitía seguir tan bellas. Y era por eso que tenía que escabullirse a los invernaderos cada noche, so pena de ser pillado y castigado. Y en realidad esto era lo que más le preocupaba, no el asesino ni los cazadores, sino el castigo que Woo Hyun, Ho Won o Myung Soo le impondrían.

—De nuevo rompiendo el toque de queda, ¿eh?

Le hizo dar un salto una voz a sus espaldas.

Soo Eun dejó caer parte del agua sobre sus pies, sobre sus mullidas pantuflas azules.

Levantó el rostro, mirando al recién llegado. Lo conocía. Era un tío legal, pero pertenecía al equipo de vigilancia.

Y además estaba eso otro.

Yoon Joo, la idiota de los libros.

Soo Eun no tenía forma de comprobarlo, pero estaba seguro que la muerte de esa chica no había sido un accidente y que además él estaba en cierta forma relacionado. Claro que no era ningún imbécil como para decírselo a alguien.

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