Capítulo 40.

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Mi Joo fue la primera es escuchar los gritos. Pero no eran para nada gritos que ella hubiese escuchado antes. Estos eran alaridos de horror. Como los que soltaría alguien que esta siendo asesinado.
—¿Qué pasa?
Inquirió Ji Soo al ver a la mujer lobo ponerse de pie, con los labios azules y las palmas de las manos comenzando a sudar. Porque había detectado un olor extraño. Desagradable, un olor a muerte.
Y la sangre.
Sangre de los suyos.
—¿Mi Joo?
La chica soltó un gruñido, comprendiendo lo que estaba pasando allá arriba. Lo que ocurría con sus hermanos.
Ji Soo estiró un brazo, tratando de tirar de la otra chica, pero antes de lograrlo el sonido de pasos la hizo detener, quedándose quieta.
—Mi... Joo...
Y la familiar figura de Hee Chul apareció en su campo visual, seguido de cerca por dos hombres altos, delgados y con los rostros pálidos. Dos cadáveres ambulantes.
Mi Joo fue hacia ellos.
—¿Qué es lo que has hecho?
Hee Chul la miró con desprecio, con asco. Y su puño se traslado hasta la mejilla de la joven, derribándola de un golpe.
—No te atrevas a dirigirme la palabra, perra.
—Basta, Hee Chul, déjala.
Imploró Ji Soo, mirando con horror a la chica en el suelo y a los dos hombres de ojos rojizos acercarse a ella.
—No te preocupes, Ji Soo —y le sonrió, mostrando una blanca dentadura, una que ayudaba a incrementar su hermosura—. ¿Tengo planes muy diferentes para ti?
—¿De qué hablas?
Ji Soo retrocedió mientras Hee Chul sacaba un manojo de llaves. Y la joven cazadora recordó que Myung Soo tenía esas llaves. ¿Qué habría pasado con él? ¿Y Sung Kyu? ¿El Maestro estaba bien?
—Ji Soo, voy a necesitar buenos elementos para mi nuevo Gremio.
—¿Nuevo Gremio?
—Es una oportunidad de comenzar de nuevo, un nuevo día.
—¿Donde está el Maestro?
Hee Chul enrojeció, dando un golpe en el suelo, sacando una pistola plateada del bolsillo, apuntando a la chica.
—Yo soy ahora el Maestro.
—No te creo.
—Deberías hacerlo. Me he deshecho de todos los traidores. Y de los perros.
—¿Min Ho, Sung Yeol, Sung Jong... —Ji Soo intentó no llorar —y Dong Woo?
Sus amigos. Su Gremio.
—Sung Jong tuvo la suficiente sensatez para aceptar que un nuevo imperio esta naciendo. Renunció a ser el Segundo de Sung Kyu para ser el mío. El resto... basura inservible.
No podía ser cierto. No podía ser. Sung Jong no podía haberles traicionado. Y los demás... Ji Soo solía trabajar seguido con Min Ho, habían hecho un buen equipo. No podía estar muerto. No podía.
—Hijo de... puta.
Jadeó una voz a sus espaldas. Ji Soo se giró, mirando a Mi Joo en el suelo, sujeta por ambos brazos. Con la sangre bajando por su mentón.
—No te saldrás con la tuya —siguió—. Woo Hyun... te detendrá.
Hee Chul empezó a reír, volviendo a guardar el arma.
—Nam Woo Hyun, ¿eh? Huyó de la Academia antes del anochecer. Es todo un héroe, ¿no?
—Mentira.
Pero Mi Joo parecía haber perdido algo de aplomo, sintiendo todo su mundo derrumbarse, porque desde que era una niña siempre había confiado en Woo Hyun. La directora se lo había dicho.
Confía en él.
Y eso había hecho ella. Había confiado en que Woo Hyun les salvaría a todos. A los niños, a ella... A Ji Soo.
—¿Por qué, Hee Chul?
Inquirió Ji Soo, sin terminar de creer lo que estaba pasando.
—Es una larga historia, pero la sabrás a su debido tiempo. Como parte de mis seguidores, tú...
—Jamás he dicho que te seguiré —le cortó Ji Soo—. Jamás le juraría lealtad a un tipo como tú. El único Maestro que pienso reconocer se llama Kim Sung Kyu.
Pensó que Hee Chul reaccionaria de forma violenta, pero lo único que hizo fue soltar un suspiro.
—Es una lástima. Eras un elemento valioso —y el Titiritero se dio la vuelta, dirigiéndose a las escaleras, deteniéndose un segundo para lanzar una última orden—. Mátenlas.
—Ji Soo.
Mi Joo logró ponerse de pie, intentando correr hacia la chica, pero de inmediato sintió un fuerte tirón, inmovilizándola contra el suelo.
—Mi Joo.
La otra chica corrió a su encuentro, pero también fue inmovilizada.
¿Así era como iba a terminar todo? Después de tanto...
Buscó los ojos de Mi Joo. Y le hubiese gustado decirle algo antes de morir. Que no la odiaba, que no le desagradaba. Que a ella realmente le gustaba. Y mucho.
Vio las lágrimas en el rostro de su compañera. Unos segundos nada más.
Y cuando los colmillos se encajaron en la suave piel de su cuello los gruñidos se hicieron presentes. Escuchó un grito de dolor y después la voz de Mi Joo, llamándola.
Ji Soo se incorporó como pudo, con la sangre deslizándose lentamente por su cuello y se encontró con la cálida mano de la chica que había robado su corazón.
—Mi... Joo...
La aludida la tomó entre sus brazos y ambas cayeron de rodillas, sobre el frío suelo de las mazmorras de la Academia Dissander.
Y Ji Soo lo vio.
El pelaje rojizo, la furia asesina con la que despedazaba a los vampiros.
Porque él a veces era bueno.
—Jong Hyun.

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