Epílogo.

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¿Por qué el lobo siempre tiene que ser el malo?
El joven de piel nívea y cabello oscuro abrió los ojos, teniendo un vago y oscuro pensamiento en la cabeza. Uno que no tardó en desvanecerse entre la luz del amanecer, filtrada a través de la luz de las finas cortinas que cubrían las altas ventanas. Y aquel sitio… aquella habitación con un suave aroma a café y vainilla, con muebles de madera y paredes blancas… Era un lugar que nunca antes había visto. ¿En dónde estaba? ¿Cómo había llegado a ese sitio? Y, mientras se incorporaba, apartando las sabanas de seda de sus piernas, otra pregunta llegó directo a su cabeza: ¿quién era él?
Sintió un escalofrío recorrer su columna vertebral al pensar en ello, con el corazón latiendo a toda velocidad a causa del miedo. Porque no sólo desconocía el lugar en el que estaba, sino que también ignoraba su identidad.
La puerta de la habitación (una en la cual el joven en la cama ni siquiera había reparado) se abrió de forma lenta para dar paso a lo que parecía un carrito del servicio y, por detrás de él, un hombre joven vestido de blanco, con el cabello dorado y hermosas facciones. Un hombre que esbozó una enorme sonrisa nada más verlo.
—Buenos días, Sung Kyu. Hoy despertaste un poco antes.
¿Sung Kyu? ¿Se refería a él? ¿Quién era ese hombre?
El joven en la cama se removió con incertidumbre, pero no se atrevió a apartarse cuando el recién llegado se acercó, empujando el carrito hasta hacerlo detener a un lado. El chico de cabello negro pudo ver que llevaba una bandeja con comida.
—Mi nombre es Nam Woo Hyun —se presentó entonces el rubio, haciendo una reverencia —y soy tu esposo.
—¿Esposo?
Repitió Sung Kyu, con las mejillas ardiendo. Woo Hyun asintió, mientras levantaba una mano y le mostraba una argolla matrimonial en uno de sus dedos. Sung Kyu miró por inercia su propia mano, observando la argolla gemela del otro. Ambas bañadas en oro blanco.
—Tú eres Kim Sung Kyu.
Añadió el hombre de blanco.
—Yo no… yo no…
—Lo sé, cariño —Woo Hyun le sonrió tiernamente, acercándose al buró junto a la cama para tomar un cuadernillo negro—. ¿Quieres saber que pasa o prefieres desayunar antes? Traje café y crepas.
—Quiero saberlo.
Declaró Sung Kyu al momento, mientras Woo Hyun soltaba un suspiro. Siempre era igual. Le pasó el cuadernillo y fue a sentarse a una de las sillas junto a la ventana, pero sin dejar de observar el rostro de su esposo.
Sung Kyu apenas y notó esto, dándose prisa en tomar el cuadernillo, confundido y aterrado, luchando contra el nudo en la garganta. ¿Qué era lo que le había pasado?
La portada de la libreta negra era simple, con una sola palabra escrita en grandes letras blancas: LEEME.
Y el contenido…
Sung Kyu tuvo que tirar de las sábanas y aferrarse a ellas para poder comprender lo que estaba pasando. Lo que le había pasado.

Hola, Sung Kyu. Imaginó lo confundido que estás en estos momentos. Y lo entiendo, yo estaba exactamente igual ésta mañana, hasta que Woo Hyun me lo explicó todo. Y me mostró el anterior cuaderno. Parece que escribo uno nuevo cada año. Lo sé. Te preguntas quién soy yo. Soy tú. Kim Sung Kyu. Somos la misma persona, sólo que en estos momentos yo sé un poco más que tú. Pero tranquilo, antes de que entres en pánico quiero contarte como terminamos así. No recuerdas nada, ¿verdad? Ni siquiera eres capaz de recordarte a ti mismo. No es tu culpa, tampoco la de Woo Hyun. Por lo que sé hemos llegado a creer que es un secuestrador. Pero no. Woo Hyun es nuestro esposo. Tenemos cuatro años de casados, vivimos en una casa alejada de la civilización y estamos profundamente enamorados. Es un cuento de hadas hecho realidad. O lo sería si no fuese por nosotros. Hace seis años ocurrió algo y sufrimos un grave daño cerebral. Estuvimos cerca de morir, pero la intervención de Sung Jong nos salvó. Sung Jong es nuestro hermano menor, es Maestro de un poderoso Gremio. A veces sale en los periódicos y a veces nos visita. No te olvides de mirar las fotografías de la sala. Sung Jong es un lindo chico, está casado con Sung Yeol. Woo Hyun dice que son felices, pero también que Sung Jong sigue con Kim Myung Soo, el director de la Academia Dissander. Esa noche todos pudimos haber muerto, pero no lo hicimos. Ocurrieron muchas cosas, Sung Kyu, pero nosotros las olvidamos. El daño cerebral era demasiado y todos nuestros recuerdos se perdieron. Pero además nuestra memoria a corto plazo se daño. Y eso significa que somos incapaces de retener recuerdos nuevos. Todo lo que aprendas hoy, lo olvidarás mañana. Es curioso, ¿no? Teníamos el mundo a nuestros pies. Éramos el mejor Cazador del Gremio y ahora ya no somos nada de eso, pero no importa. Estamos vivos, Sung Kyu. VIVOS. Y quiero creer que mientras haya vida…

—Habrá esperanza.
Susurró Woo Hyun, quitándole con suavidad el cuadernillo de las manos. Conocía de memoria el contenido, recordando la tarde en que Sung Kyu lo había escrito, recostado en el jardín, con las fotografías de su familia, de sus amigos y de ellos dos.
—No he terminado de leerlo.
Se quejó Sung Kyu con voz nasal.
—Lo sé, pero estás llorando.
Era cierto. Kim sollozó, pero permitió que Woo Hyun lo rodeará con sus brazos. No lo recordaba. Ni a él ni a su hermano. No recordaba haber escrito nada de eso. No recordaba… no podía recordar…
—¿Siempre…?
Trató, aferrándose a la espalda del otro con desesperación.
—¿Siempre qué, bebé?
—¿Siempre te olvido?
—Cada vez.
—Lo siento.
—No es tu culpa. Nada de esto es tu culpa. Estás vivo, Sung Kyu y eso es lo único que importa.
—¿Qué pasó?
—¿Quieres leerlo o prefieres que yo te lo diga?
—Dímelo tú.
—De acuerdo —Woo Hyun lo soltó con suavidad —pero desayuna mientras lo hago.
Sung Kyu asintió, con Woo Hyun limpiando su rostro con una servilleta antes de comenzar a hablar. Había mañanas en las que Sung Kyu despertaba tranquilo, otras nervioso y angustiado (como esa), pero había otras en las que estaba alterado y violento. Y era un gran trabajo calmarlo y convencerlo de escuchar. De que no estaba secuestrado. Pero Woo Hyun jamás desistió. Desde la noche en que los elfos salvaron su vida y la de Ji Soo, Nam jamás vaciló. Estaba dispuesto a dedicarle toda su vida a Sung Kyu, aunque él nunca volviera a recordar, aunque fuese incapaz de reconocerlo.
Le habló del Gremio, de la Academia Dissander, de Sung Jong, de su equipo, de Jong Hyun y de ellos dos. Le contó las últimas semanas de su vida, viendo el rostro anonadado de Sung Kyu. Siempre que le contaba esa historia mostraba esa expresión.
—Lobos.
—Sí.
—¿Eres un hombre lobo?
—Sí, pero no te asustes. Soy capaz de controlarme y, de hecho, el director de la Academia Dissander, Myung Soo, instaló un nuevo programa para eso. En lugar de suprimir lo que somos, practicamos para controlarlo.
Sung Kyu lo miró con gravedad.
—Yo soy… ¿igual?
—No.
—¿Hemos ido con el médico? ¿Qué dice él de mi amnesia?
—Lo visitamos cada dos meses —Woo Hyun lo tomó de la mano con fuerza —pero nada ha cambiado.
—¿Nunca recordaré? ¿Nunca podré tener recuerdos nuevos?
—No.
Sung Kyu lloró. A veces lo hacia, a veces no, pero a Nam seguía doliéndole en el alma verle así. Deseaba tanto verlo reír, verlo olvidarse de todo eso. Deseaba poder darle esperanza, pero no quería mentirle. Hoya lo había sugerido en una ocasión. Si la falsa esperanza de recuperarse lo hacia sentir mejor… pero Woo Hyun se había jurado jamás mentirle.
Woo Hyun lo abrazó de nuevo, susurrándole que tenían un enorme jardín que estaba bajo su cuidado y que además poseían una biblioteca inmensa. Le habló de la sala de juegos que Sung Yeol les había obsequiado y, como siempre, logró calmar su llanto y convencerlo de ir con él. Era casi una rutina. Y dolía. Porque no podía hablar de eso con Sung Kyu al día siguiente, porque no podían hacer planes, porque para Sung Kyu no existía el futuro ni el pasado, sólo el presente.
Le preparó la tina, pero no se atrevió a ayudarlo. Para Sung Kyu él era un extraño, así que Woo Hyun lo dejó solo y se dio prisa en limpiar la habitación y preparar las cosas para ir al jardín, echándole un rápido vistazo a la carta de Mi Joo. Le escribía cada semana contándole de la Academia. Ahora era prefecta. Volvió por Sung Kyu, quién miraba hacia la nada, con la toalla sobre su cabeza.
—¿Quieres que te ayude?
Sung Kyu asintió, sin objetar cuando Woo Hyun lo desnudó y lo vistió con un elegante conjunto de camiseta y pantalones cortos, observando que era una de esas veces en las que Kyu estaba tranquilo y confiado. Y no pudo evitar estremecerse. Cuando Sung Kyu estaba así solían tener sexo. Y habían pasado casi tres meses desde la última vez.
—¿Quieres ir al jardín? Tengo la sombrilla lista.
—Quiero ver las fotos de… nuestras.
—Claro que sí, amor.
Woo Hyun lo llevó a la biblioteca y se aseguró de mostrarle sus recuerdos. Él y Sung Jong de niños, tomados de la mano. Sung Kyu en el colegio con un grupo de chicos.
—Dong Woo, Min Ho, Ji Soo y Sung Yeol.
Explicó Woo Hyun, rodeándolo por la cintura, sin ser rechazado.
—¿Min Ho? ¿Es quién dijiste que…?—. Nam asintió. Le había dicho que Min Ho estaba muerto—. Ji Soo es quién perdió un pie, ¿verdad?
—Sí. Actualmente es el enlace entre el Gremio y la Academia. Y además sale con una de las prefectas. Utiliza una prótesis hecha a medida.
Sung Kyu asintió, pero continuó mirando las fotografías, todas cuidadosamente guardadas en aquella caja de madera blanca. Vio más fotos de Sung Jong, de sus padres y del anciano que Woo Hyun era su abuelo. También había de algunos chicos en uniforme, los cuales supuso eran alumnos de esa Academia Dissander. Y después él. En una cama de hospital, con un vendaje en la cabeza, pero sonriendo y saludando a la cámara. Con Woo Hyun a su lado. Y no le tomó mucho darse cuenta que en casi todas esas fotos Woo Hyun salía con él, como si nunca se hubiera separado de él.
—¿Y las de nuestra boda? ¿No hubo fotos ese día?
—Están en la sala.
Woo Hyun tiró de él con suavidad, llevándole hasta la pequeña y cálida sala de estar, en dónde las paredes se hallaban adornadas con cuadros de ellos dos. Vestían de blanco y lucían felices.
—Es cierto. Estamos casados.
Susurró Sung Kyu, rozando la imagen de su propio rostro con la yema de los dedos, pero sin poder recordar aquel momento en lo absoluto. Nam volvió a rodearlo con sus brazos, recargando el mentón en su hombro.
—Me hiciste el hombre más feliz del mundo cuando aceptaste casarte conmigo.
—Yo… ¿yo te amo, Woo Hyun?
—¿Lo haces?
—No lo sé.
Pero la cercanía del otro no le parecía mala y le alegraba en demasía que no fuese un secuestrador, que fuese bueno y lo quisiera, porque él… ellos…
¿Por qué el lobo siempre tiene que ser el malo?
Se tambaleó al pensar en eso, en lo que podría significar.
—¿Kyu?
—Lo siento —pero el recuerdo se había esfumado—. Estoy un poco… trastornado por esto. Yo… ¿siempre es así?
—Sólo a veces.
—Ah.
Se mantuvieron en silencio durante un rato, con Woo Hyun abrazándole, sin prisas, demostrándole su amor de forma sencilla. Y Sung Kyu no pudo evitar cuestionarse si acaso su cuerpo sería capaz de recordar al hombre de cabello dorado.
—Ahora querría ver ese jardín.
Nam asintió, volviendo a tomarlo de la mano para llevarlo. Sung Kyu se sintió conmovido al notar los rosales.
—Todas son blancas.
—El blanco es tu color favorito.
Y Woo Hyun cortó una para él, cuidándose de arrancarle las espinas antes de dársela.
—Gracias.
—Te amo, Sung Kyu.
El joven sin memoria se sonrojó, bajando la vista, pero sin saber que responder. Woo Hyun estaba acostumbrado ya, pero no se resignaba, pese a lo que dijeran los médicos y la ciencia, pese a la magia nula en ese caso, Nam no perdía la esperanza de que Sung Kyu algún día pudiese recordarlo. Por eso dedicaba horas a hablar con él, a convivir, a mostrarle cosas que para él eran nuevas. Jugaron toda la tarde en el jardín, con Woo Hyun respondiendo las preguntas casuales de Sung Kyu. Con Woo Hyun teniendo detalles dulces y románticos durante todo el día. Con Woo Hyun intentando conquistarle. Y por la noche prepararon la cena juntos.
—Creo que me gusta el pollo.
Comentó Sung Kyu.
—Pruébalo y decide.
Woo Hyun no intentaba meterle los recuerdos del viejo Sung Kyu, no quería atormentarlo con eso, así que lo animaba a decidir por el Sung Kyu actual. Si el anterior amaba algo y éste lo odiaba, Nam lo entendería y lo apoyaría, porque eso formaba parte de los deberes del amor. Tanto como él mismo. Y su deseo por besar a Sung Kyu. Un simple roce en los labios mientras su esposo se veía distraído.
—Eso es…
—Lo siento, pero no puedo pasar sin besarte tanto tiempo —y acarició la áspera piel de su mejilla con ternura —te amo.
Sung Kyu asintió, mordiéndose el labio, pero mirando hacia afuera una vez hubieron terminado de cenar y mientras Woo Hyun lavaba los platos. La noche había caído y Kim sabía lo que eso significaba. Al día siguiente lo olvidaría todo de nuevo. Y miró la ancha espalda de Woo Hyun. No era justo para él. Hacer todo eso cada día, ¿tan grande era el amor que sentía Woo Hyun por él? ¿Y Sung Kyu? ¿Qué era lo que sentía Sung Kyu por él? Y recordó las palabras escritas en la libreta negra. Ellos estaban profundamente enamorados. Y eso significaba que él también amaba a Woo Hyun.
Apagaron juntos las luces y subieron al piso de arriba. A su habitación, aunque Woo Hyun le dijo que si quería dormir solo él lo entendería.
—No. Quédate conmigo.
Woo Hyun le sonrió, pero no intentó nada más. No quería forzar a Sung Kyu, pero tampoco podía contenerse mucho tiempo, así que lo besó en los labios con pasión, notando que era correspondido. Y se animó a deslizar una mano por debajo de la camiseta de su esposo, rozando su piel.
Sung Kyu soltó un gemido, apartándose, con la piel ardiendo y el corazón descontrolado.
—Lo siento. Me descontrolé un poco.
—No. No es eso, Woo Hyun. Es sólo qué… —Sung Kyu se mordió el labio inferior, aunque sin atreverse a mirarlo—. ¿Hemos hecho el amor antes?
Nam lo obligó a mirarle, pero tratando de no presionarlo.
—Te hago el amor todo los días, bebé.
—¿Todos…?
—Hay muchas formas de hacer el amor, Sung Kyu.
Y eso fue suficiente para él, siendo el propio Kim quién lo besara está vez, rodeando el cuello del rubio con los brazos. Woo Hyun correspondió el gesto, recostando a su esposo sobre la cama, dejando a sus manos deslizarse por su piel, desnudándole de forma lenta, sin apurarlo. Y el cuerpo de Sung Kyu respondía a sus caricias, porque él no había olvidado. Cada parte de la perfecta anatomía de su esposo lo recordaba. Sung Kyu jadeó al sentir los dedos de Woo Hyun abrirse paso en su interior, pero no le pidió que se detuviera. Estaba convencido de que lo que le había dicho el otro Sung Kyu era cierto, que ellos se amaban profundamente. Estaba convencido de que él amaba a Woo Hyun.
El deseo de Nam por su esposo no había disminuido con los años, le parecía que era todo lo contrario. Su deseo por Kyu crecía a la par de su amor, porque sentía que cada día que pasaba lo amaba más. Tanto como amaba enterrarse en su interior, sentir la estrechez de su marido, sus uñas enterrarse en su espalda y escuchar sus gemidos de placer ante cada una de sus penetraciones. Conocía el cuerpo de Sung Kyu a la perfección. Sabía muy bien como hacerlo llegar al clímax. Y no tardando nada en seguirle, llenando el interior de Sung Kyu con su esperma.
Continuaron entrelazados después de terminar, regularizando sus respiraciones.
—Gracias.
—¿Por qué?
—Por amarme de forma incondicional, por estar conmigo, por hacer que me enamore de ti cada día —Sung Kyu entrelazó sus manos con las de Nam—. Te amo, Woo Hyun. Y está vez no lo olvidaré. No te olvidaré de nuevo.
Woo Hyun lo besó por respuesta, pero no dijo nada. Habían vivido esa situación tantas veces… No podía decir el número exacto de veces en las que Sung Kyu le había dicho que no lo olvidaría, pero al final… la vida seguía su curso y su amado lo olvidaba todo. Lo olvidaba a él.
—¿Por qué el lobo siempre tiene que ser el malo?
Susurró Sung Kyu entonces, con los ojos cerrados, somnoliento.
—¿Qué dijiste?
—No… lo sé.
Y se había dormido, desnudo, lleno de sudor y semen, pero cómodamente entre los brazos del hombre al que amaba y al que olvidaría amar al día siguiente. Era un ciclo. Era… era… era…
Sung Kyu jamás recuperaría sus recuerdos.
Sung Kyu jamás podría recordarlo.
Para eso, haría falta un milagro.
Nam Woo Hyun despertó mucho antes que Sung Kyu a la mañana siguiente, dejándole en la cama para ir a preparar el desayuno, pero sin poder apartar de su mente la última pregunta de Kyu.
Los lobos.
El libro de cuentos de Sung Kyu, ese que había desaparecido años atrás.
¿Cómo sabía él eso? ¿Sería acaso que Sung Kyu lo había recordado? ¿Sería que se estaba curando, pese a las palabras de los doctores? Y la ansiedad lo llenó de golpe, haciéndole dejar de lado el carrito del servicio y correr hacia la habitación que compartía con su esposo. Lo encontró despierto, de pie junto a la ventana, con la confusión y la incertidumbre pintando su bonito rostro.
Y no pudo luchar contra dos contradictorios sentimientos.
La decepción.
—Buenos días, Sung Kyu.
El aludido lo miró, abriendo los ojos de golpe, con el labio inferior temblándole ligeramente. Y las mejillas empapadas en llanto.
La esperanza.
—¿Woo Hyun?


FIN
Ciudad de México.
Martes 11 de Octubre de 2016.

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