Capítulo Ocho

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—¡Eres mía!— sentí como las asquerosas manos se deslizaban por mi cuerpo, tocando cada pequeña parte de mí. —Sólo yo, Alexis. Solamente yo para follarte. Para amarte— susurró con voz perversa en mi oído.

Intentaba soltarme, zafarme de su agarre pero me encontraba atada. Busqué algo, o alguien que me ayudase, sólo encontrándome con un par de ojos verdes, observándome y luego la figura de Alexander se materializaba, no para ayudarme, sino para darme la espalda y alejarse.

Abrí los ojos, sentándome con rapidez en el mueble y me llevé una mano a la frente.

Las pesadillas.

Los estúpidos sueños habían regresados. Pesadillas los cuales no me habían permitido disfrutar mientras dormía en los últimos cuatros años. El psicólogo lo había mencionado, necesitaba dejar ir esa parte de mí, que lo que sucedió no era mi culpa. Necesitaba dejar lo sucedido con Jace y a Alexander atrás, me había costado casi cuatros años y cinco meses atrás finalmente lo entendí y las visitas al psicólogo habían terminado.

Todo había sido una cruel mentira, Alexander acababa de regresar a mi vida y nuevamente las pesadillas con las cuales tanto luché estaban de regreso.

—¿Te desperté?— la voz de Holly me trajo a la realidad. La miré y sonreí. Ella se había negado en ocupar mi cama pero había terminado ganando aquella pelea. Ella ocuparía mi cama mientras yo el mueble hasta que buscáramos algo más espacioso para ambas.

—No. Fue sólo una pesadilla— una horrible pesadilla que había regresado junto con Alexander.

Nunca supe que tanto tocó Jace cuando me dejó inconsciente, con lo único que vivía era sabiendo que había introducido sus asquerosos dedos en mi interior, desgarrando mis paredes por forzarme.

—¿Qué hora es?— pregunté, frotándome los ojos para apartar el sueño.

—Ocho y cindo de la mañana.

Mi turno en la heladería era temprano aquel día, me puse de pie y me dirigí al baño donde tomé una rápida ducha y lavé los diente. Cuando regresé a la cocina Holly seguía allí, no parecía haber desayunado.

—¿No has comido?— pregunté con una ceja alzada. Ella negó, roja por la vergüenza. —Puedes comer, Holly. Ahora somos tú y yo, no tienes que tener vergüenza— sonreí. —Es bueno ya no estar sola.

—No quiero abusar— se disculpó.

—Qué va. Puedes disponer de lo que desees.

—Todo esto es tan nuevo. Siempre quise una hermana— sus ojos se llenaron de lágrimas y no pude evitar sonreír.

—Veamos que tenemos para comer— abrí el refrigerador, todavía quedaba algo de frutas del desayuno de ayer que había hecho Alexander. Sentí como me estremecía al recordar lo sucedido con él. No quería pensar en eso. Había estado mal, muy mal.





—Chica suertuda— susurró unas de mis compañeras en mi oído al moverse tras mi espalda.

Levanté el rostro luego de deslizar el trago en la barra hacia la clienta y me concentré en mi compañera. —¿Por qué?— pregunté sin entender.

—Rex, el boxeador— sonrió. —Ayer estuvo aquí y por lo que sé fue para hablar con el jefe y escuché que se trató sobre ti

¿Alexander había hablado con mi jefe? ¿Ayer? Ayer en la mañana había estado en mi cocina, y no precisamente desayunando.

Falling with you  (F.F.L #2)Where stories live. Discover now