7- All that Jazz

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Todo está preparado para que empiece el espectáculo. Se encuentra sentada en la quinta fila, muy, muy cerca del escenario; tanto que incluso ella misma puede sentir el calor que desprenden los enormes focos que, desde lo alto de aquél teatro, apuntan directamente al centro del escenario, lugar donde, en apenas unos instantes, aparecerán esos increíbles bailarines, enfundados en trajes cuya tela es más bien escueta, para representar su obra teatral musical favorita: Chicago.

Recuerda la primera vez que fue a ver el musical, como si fuera ayer. Corría el año dos mil siete, ella tenía la tierna edad de dieciocho años, cuando, una de sus numerosas pretendientas, Nylah, la invitó a ver un musical en Broadway hasta entonces desconocido para ella. Una cita muy original, pensó.

Había oído hablar muy bien de la famosa película, protagonizada por nada más y nada menos que Renée Zellweger, Catherine Zeta-Jones y Richard Gere, pero su gustos cinematográficos nunca se habían centrado en los musicales, por lo que no había visto todavía la película. Sin embargo, tras recibir la invitación de esa sexy rubia, no pudo resistirse, y finalmente acabó aceptando su propuesta. Con el tiempo, y ayudada por la madurez que el paso de los años le proporcionó, pudo darse cuenta de la jugada maestra de Nylah. Y es que cualquier buena lesbiana, bisexual o hetero curiosa que se precie, son testigos directas de cómo su temperatura corporal y apetito sexual, aumentan significativamente con aquella función. Ver a un sinfín de mujeres, cuyos cuerpos están hechos para el pecado, capaces de provocar un infarto al corazón más sano, desfilar y bailar de esa forma, bastante ligeras de ropa, con esa lencería fina de color negro, contorsionándose para adoptar posturas hasta aquel entonces inimaginables para la inocente mente de Clarke, era algo que, simplemente y dicho de una forma muy burda, la ponía cachonda.

Nylah pues, había elegido el escenario perfecto para su crimen: conquistar a Clarke y llevársela a la cama. Y lo logró. Claro que no fue su primera vez, pues la rubia ya había experimentado con un par de chicos y una chica, pero de eso hacía ya tiempo, y Nylah, una rubia de pelo largo y bastante alta, con un cuerpo sexy y atlético, logró, gracias a aquél musical, colarse entre las piernas de Clarke, acabando así con un largo período de sequía sexual.

Después de aquella ardiente velada que compartieron, continuaron viéndose con encuentros esporádicos, cuyo final siempre era el mismo: sexo salvaje. Pasado un tiempo, Nylah pensó que aquello que tenían no era lo suficiente para ella, pasando a querer formalizar la relación que existía entre ambas. En otras palabras, ser novias, y Clarke tuvo que declinar amablemente su oferta. La rubia no era, ni sería absolutamente de nadie. Jamás. Nunca había tenido pareja, y, como su mejor amiga, Octavia, la voz de la razón y su Pepito Grillo personal, siempre le había dicho, estaba mucho mejor así. Sin complicaciones, sin ataduras, sin problemas y, lo mejor de todo, sin el dolor que el desamor te causa.

Había visto en numerosas ocasiones, sobretodo en películas y en libros, lo que el amor, cuando se acababa, hacía a las personas. Tenía que admitir que, tal vez, el amor, mientras duraba era hermoso, maravilloso, podías sentir que flotabas en el aire, podías notar mariposas en el estómago, o cómo con solo mirar a los ojos a la persona que amabas, eras el ser más afortunado del planeta. Pero aquello, sencillamente, no estaba hecho para Clarke Griffin.

No es que el amor no hubiera llamado a su puerta; lo había hecho en numerosas ocasiones, pero Clarke, en cuanto notaba que empezaba a enamorarse, huía despavorida, corría sin mirar atrás, como si le estuviera persiguiendo el ministerio hacienda para obligarle a pagar sus deudas con el estado.

Las luces del escenario se apagan, sumiendo a la sala en una completa y pasajera oscuridad, sacando a Clarke de su ensimismamiento mental, obligándola a regresar al presente, donde se encuentra sentada junto a sus amigas Raven y Octavia, en aquél teatro de Broadway en una noche de sábado. El telón se abre lentamente y los primeros en aparecer tras la gruesa tela de terciopelo rojo, son los músicos. Pronto el auditorio se llena de eufóricos aplausos y vítores: la gente está muy emocionada e impaciente por ver uno de los mayores espectáculos de la ciudad de las luces y los musicales.

Un encargo peligrosoWhere stories live. Discover now