Epílogo

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Las doce de la noche.

Medianoche, y en vez de volver a su carroza corriendo cual cenicienta, allí está, haciendo cola alzando la mano ya por orgullo propio más que otra cosa, esperando a que ocurra el milagro y el camarero la atienda de una vez.

Llevaba meses sin pisar el club Sky, y la verdad es que no le apetecía demasiado salir esa noche, pero su amiga Raven había insistido en que era imprescindible que alguien le acompañara, porque su novia-no novia iba a venir con su mejor amiga, y no quería que "la pobre chica" hiciera de aguantavelas. Así que después de que Octavia jugara magistralmente su carta de "yo he quedado a cenar con mi novio", a ella no le quedó más remedio que acompañar a su amiga latina hasta ese club nocturno.

Cuando por fin logra ser atendida, pide su copa y la de Raven, quien mira impaciente hacia la puerta de entrada. Se dirigen a la pista de baile, donde pasan unos minutos entre risas, movimientos tontos y otros más subidos de tono. La sonrisa de oreja a oreja que aparece de forma automática en la cara de su amiga, le indica que Anya ya ha llegado. Gira sobre sí misma para enfocar también a la camarera, quién viene acompañada por la misteriosa amiga aguantavelas, a la cual no puede ver bien todavía, puesto que va detrás de ella, y la luz oscura de la discoteca no favorece su campo de visión.

Cuando llegan a su altura, la rubia saluda efusivamente a la supuesta amiga con derecho a roce de Raven, dándole dos besos, antes de enfocar con su cristalina mirada a su acompañante. Y cuando lo hace, siente que su corazón se salta un latido, como mínimo.

Aún con esa tenue luz, puede vislumbrar su verdosa mirada, penetrante e intensa como ninguna otra que haya podido contemplar antes. Se siente un poco cohibida por la forma en la que tiene de mirarla aquella completa desconocida, que sin embargo, tiene la sensación de haber visto antes.

La morena lleva un pantalón de cuero ajustado que realza su espectacular culo y una camisa de cuadros negra y roja que le queda un poco holgada, disimulando de manera injusta su cuerpo de infarto. Unas botas negras y una chaqueta a cuero forman el resto del atuendo que ha elegido para esa noche, con el único propósito de lograr acercarse a su víctima, seducirla y realizar ese encargo tan particular.

Clarke en cambio, lleva un vestido negro ajustadísimo, que realza sus curvas, y un escote en forma de V que deja ver de forma muy sugerente sus grandes atributos, capaz de provocar infartos suficientes para colapsar todos los hospitales de la ciudad neoyorkina.

Se miran durante varios segundos más, sin pronunciar palabra, hasta que finalmente es la morena quien decide romper ese silencio extrañamente cómodo que se ha instaurado entre ellas.

-¿Sabes cuánto pesa un oso polar? –sonríe de lado divertida, al mismo tiempo que la profesora enarca una ceja sin entender la pregunta. –Lo suficiente para romper el hielo –Clarke suelta una sonora carcajada que llega a los oído de la morena en forma de música angelical. Había extrañado demasiado ese sonido, y poder escucharlo de nuevo es pura magia.

Se siente muy extraña actuando de esa manera, como si no se conocieran, e intentando disimular, aunque sabe que sin conseguirlo con demasiado éxito, todo lo que Clarke provoca y despierta en ella. Su corazón late con fuerza, bombeando sangre sin parar, cual barco de vapor funcionando a toda máquina mientras cruza el atlántico, surcando el agua a toda velocidad.

Joder. Es que la tiene allí delante, con esa mirada, su mirada favorita en el mundo, esa sonrisa que viste de la mejor de las maneras sus labios preferidos, adornados por el maldito lunar que se posa suavemente sobre éstos, y su espectacular vestido, y eso no facilita en absoluto la ardua tarea de controlar sus impulsos más primitivos, los cuales la empujan a saltar hacia ella para besarla con auténtica pasión allí mismo. Pero no, sabe que no debe hacerlo, que debe ser paciente, por mucho que duela, por muy difícil que sea. Debe reconquistar a Clarke Griffin de la forma que sea, sin importar el tiempo que le lleve realizar su último encargo.

Un encargo peligrosoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora