18- La cita diurna- no diurna, parte 2

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Durante la caída, intenta mantenerse de pie, pero el fuerte impacto contra el cemento, hace que sus piernas se doblen, cayendo de bruces al suelo, boca abajo sobre su americana. Lexa oye el ruido de un cristal rompiéndose, y agarra rápidamente la prenda gris, sacando de su bolsillo interior los restos, convertidos ahora en pequeños trocitos de vidrio, de la botella de agua bendita que Anya le había traído esa tarde.

Mierda. Ahora sí que está completamente desprotegida, a merced de lo que Clarke quiera hacer con ella. Y si realiza mentalmente el recuento de cómo está siendo la velada hasta ahora, el resultado es más bien desalentador. Cita: desastrosa. Naturaleza vampírica de Clarke: comprobada. Agua bendita: esparcida por el suelo, americana y mano. ¿Qué podría ir peor?

Lleva su mano, mojada por el agua bendita, hasta el lado derecho de su cuello en un gesto automático, masajeándolo, intentando aliviar el dolor que la caída ha causado en esa parte de su cuerpo. Logra recobrar la compostura, alzando la vista para encontrarse a una Clarke que la mira con una expresión divertida en la cara, intentando contener su risa.

–No te rías, sólo los gatos saben caer de pie, y es porque tienen cola– bufa Lexa molesta, y Clarke, sin poder contenerse más, estalla en una sonora carcajada. La ojiverde se sacude los pantalones con las manos, intentando eliminar el polvo del suelo que ha quedado impregnado en la fina tela de su pantalón de traje color gris, a la vez que aprovecha para secarse las mojadas palmas.

–Me alegro de que no tengas cola– comenta Clarke divertida –Aunque quizá alguna vez te haga ponerte un arnés para que me folles con él– Lexa para en seco sus movimientos, abriendo los ojos de par en par, sintiendo cómo unas simples palabras han provocado que su cerebro suspenda toda actividad neuronal.

Clarke se gira mientras se muerde el carrillo para esconder una sonrisa que pretendía asomar por sus labios al ver la expresión de la ojiverde, que más bien ahora mismo debería llamarla ojiverdenegro, y comienza a caminar por las calles de su ciudad. Lexa, tras tomarse unos segundos de más, consigue reaccionar, acelerando sus pasos hasta poder alcanzarla, situándose a su lado.

–¿A dónde vamos?– pregunta curiosa, mirando al frente, tratando de controlar sus nervios y su excitación.

–Es sorpresa– la morena ladea su rostro para mirarla, y enarca una ceja –si no te importa, a partir de este momento me encargo yo de la cita– ríe –creo que será lo mejor– y si el ego de Lexa estaba moribundo, ahora está enterrado a cinco metros bajo tierra, como mínimo. ¿En qué estaría pensando cuando eligió aquel restaurante? Probablemente, en demostrar si la teoría de Anya era verdadera o no. Y lo peor de todo, es que realmente su mejor amiga se halla en lo cierto.

Continúan caminando en silencio por las ruidosas calles de Nueva York, ambas absortas en sus pensamientos, hasta que Clarke detiene sus pasos frente a un puesto de perritos calientes.

–Esto es incluso más romántico que el sitio que he reservado– le concede Lexa, haciendo que Clarke suelte una de esas risas tan roncas, que provocan que la morena pase de un estado sólido a líquido en apenas unos segundos.

Continúan con su paseo hacia lo desconocido, o por lo menos para Lexa, perrito y refresco en mano, mientras el frío de la noche va calándose en sus huesos lentamente. Pasada media hora, Lexa por fin sabe cuál es su destino, el Brooklyn Bridge Park, un parque natural situado a orillas del río East, debajo del puente de Brooklyn. Un lugar tranquilo, cuyas vistas de Manhattan dejan sin aliento a todo aquél que decide visitarlo. Y, de noche, la panorámica del centro de la isla es todavía más espectacular, con sus enormes rascacielos, alzándose de forma majestuosa sobre la inmensa oscuridad del cielo, iluminados por miles de luces que se cuelan a través de sus centenares de ventanas.

Un encargo peligrosoWhere stories live. Discover now