8- La cita

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-¿Qué tal va con la zombi sexy?- pregunta dando un trago a su cerveza, mientras la mira muy interesada.

-No es una zombi, ya te lo he dicho- mueve la cabeza, negando ante el comentario de su mejor amiga, mientras se muerde el labio inferior intentando, de forma poco convincente, esconder su sonrisa para no darle esa satisfacción.

-La has matado dos veces y sigue viva, así que sí, es una zombi- afirma, como si su argumento fuera el más lógico del mundo, y no se tratara de un completo y absoluto disparate.

-Si fuera un zombi ya habría intentado comerme el cerebro- da un sorbo a su cerveza, y se encoge de hombros, contestando con total naturalidad. Ella también sabe jugar al juego de los argumentos absurdos, fantásticos e irreales que se dicen como si fueran la verdad más absoluta y pura.

-¿Quieres decir que no lo ha hecho? - pregunta en tono burlón, mientras frunce el ceño y forma media sonrisa con sus labios –porque te noto muy atontada, la verdad-.

-Que te den Anya- vuelve a beber de su botella de cerveza, sintiendo cómo aquél liquido elaborado a base de cebada, calma su sed mientras recorre de principio a fin su garganta.

-Ojalá, pero no sabes lo que cuesta encontrar a un hombre competente en ese aspecto- suspira frustrada –a veces pienso que necesitan hacer un máster o un doctorado para saber dónde está el punto G, porque ni explicándoselo saben encontrarlo- Lexa mira a su amiga con una sonrisa de autosuficiencia, una expresión tan suya, y tan utilizada, que Anya es capaz de entender a la ojiverde sin que ésta abra la boca siquiera. Si fueras lesbiana, esto no te pasaría, piensa la morena. –En realidad, con que sepan dónde está el clítoris, me conformo- Lexa no puede evitar escupir la cerveza que en esos momentos se encontraba en el interior de su boca, salpicando a su amiga y toda la mesa en la que se encuentran sentadas. Ambas estallan en una incontrolable carcajada, que da paso a un prolongado ataque de risa, de esos que hacen que apenas puedas respirar, y tras varios minutos, la morena siente un tremendo dolor en las costillas que la obliga a detener, forzosamente, esa risa que no acaba de irse.

-No puede ser un zombi- dice de repente, retirándose con su dedo índice las últimas lágrimas tras haber dado por concluido su ataque de risa. –A los zombis se les mata pegándoles un tiro en la cabeza, y eso ya lo he hecho, dos veces- mira directamente a su amiga, clavando sus verdes ojos en los marrones de ésta. Ambas parecen haber olvidado que, fuera de contexto, si alguien pasara por el lado de su mesa y las oyera hablar, pensaría que, o bien han perdido la cabeza, o son miembros de algún club de rol y dedican su tiempo libre a inventar y jugar a historias de fantasía.

-Cierto- Anya da un golpe en la mesa con el fondo de la botella de su cerveza, resignada, al parecer se ha quedado sin argumentos válidos tras la irrefutable evidencia aportada por Lexa. Si esto fuera un juicio, el magistrado habría alzando la maza bien alto, para después dar tres golpes y declarar inocente de zombificación a Clarke Griffin. Se levanta la sesión, señoría. Y gracias, porque a la morena no le hacía ninguna gracia ser acusada por zombifilia. Lexa sonríe satisfecha y alza su botella, para brindar virtualmente por su victoria. Qué bien sienta tener la razón.

-¿Pues entonces qué es? A parte de la tía que hace que se te caigan las bragas al suelo solamente con mirarte- Anya levanta el brazo para llamar la atención de la camarera, que en esos momentos pasa por su lado, pidiéndole una segunda ronda de cervezas, ya que las que están tomando están en los últimos momentos útiles de sus vidas.

-No hace que se me caigan las bragas- niega con efusividad, moviendo la cabeza enérgicamente, como intentando auto convencerse a sí misma de ello; pero en realidad, ni ella misma se lo cree. Clarke Griffin hace que pierda las bragas, la respiración, la cordura y, a este paso, va a perder hasta la vida. Cuando la tiene cerca, de esa manera tan íntima, a escasos centímetros de su piel, en los momentos en los que puede sentir su entrecortada y caliente respiración sobre su cuello, y el tacto de su cuerpo bajo la yema de sus dedos, añadido a la humedad de su sexo...sencillamente no hay palabras para describir lo que siente en esos instantes. No, Clarke Griffin no es un zombi, ni se ha comido su cerebro, pero sí, con esa sonrisa y esos labios, logra embotarle la cabeza, atrofiarle la mente y anularle el entendimiento por completo, siendo capaz de volverse loca y perder el norte, sin desear si quiera recuperar ni el rumbo ni el timón.

Un encargo peligrosoWhere stories live. Discover now