20- Adiós, Lexa

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Aviso: Este capítulo contiene escenas violentas, que pueden dañar la sensibilidad de algunos, no quisiera que os llevarais una sorpresa desagradable.

            
Sus ojos se encuentran vidriosos, cerrados, incapaz de abrirlos por el escozor que la esencia y el olor a cebolla cruda, del saco negro con el que le tienen cubierta la cabeza, le provoca. Pese a que desde que salieron de su apartamento, sus captores le habían tapado el rostro con aquel asqueroso y mugriento saco, Lexa sabe perfectamente dónde se encuentra.

Ha estado allí demasiadas veces; imposible olvidar el trayecto desde su apartamento. Cinco giros a la derecha, uno a la izquierda, dos más a la derecha, continuar recto cinco minutos y seis segundos, a una velocidad constante de diez kilómetros hora, por el denso tráfico de las mañanas de Nueva York, pese a ser domingo; continuar avanzando hasta llegar a la incorporación a la autopista que rodea la ciudad por las afueras: después un trayecto de veinticuatro minutos a una velocidad constante de ochenta kilómetros hora, para tomar la salida 307 a la derecha. Un par de giros más a la derecha, el último a la izquierda y ya habían llegado.

Y los muy gilipollas han seguido exactamente la misma ruta que Lexa siempre hacía.

Desde que sabe hacia dónde se dirigen, no ha dejado un solo instante de pensar en una cosa: volver a reencontrarse cara a cara con Roan, para poder sacarle toda la información acerca de Clarke, que lleva semanas negándose a proporcionarle. Y va a conseguirlo, pese a no encontrarse, precisamente, en una situación de superioridad frente a su ex agente.

El coche se detiene, haciendo un ruido metálico al pisar los frenos, y sus captores abren las puertas al mismo tiempo. Lexa, que se encuentra en el asiento central de la parte de atrás de ese vehículo todo terreno, de color negro y con cristales tintados, nota cómo es agarrada por los brazos y tiran de ella desde ambos extremos.

–Idiota– exclama el de su derecha, visiblemente molesto– Ya la cojo yo– el otro hombre la suelta, bufando, y se aleja del vehículo. Su primer captor tira de ella, esta vez en una sola dirección, y la saca del coche sin ningún tipo de consideración. La agarra con tanto ímpetu, que por propia inercia, Lexa cae al suelo; al tener los pies y las manos esposadas, le es imposible mantener el equilibrio.

–Diviértete un rato si quieres– exclama uno de los secuestradores desde el fondo –pero el jefe la quiere viva por lo menos cinco minutos más, hasta que pueda hablar con ella– Lexa nota cómo el captor se agacha, riendo mientras acerca su boca a la oreja de la morena.

–Oh, sí, me voy a divertir mucho torturándote, puta– y antes de que pueda reaccionar, un fuerte dolor en el rostro, especialmente en la boca y la nariz, le deja perfectamente claro que acaba de recibir una patada en la cara. Pronto nota el sabor amargo de su propia sangre, la cual cae por su rostro, manchando y empapando el saco de cebollas. Al oír su voz de tan cerca, Lexa está segura de que le conoce, y tras varios segundos más, logra identificarlo como Emerson, uno de los sicarios de Roan, cuya carrera siempre había estado a la sombra de las hazañas y actuaciones de la ojiverde. Su ambición y envidia, le habían llevado a odiarla desde que la conoció; un odio que fue en aumento, hasta volverse enfermizo.

Y ahora, después de que Lexa haya perdido su condición de intocable frente a Roan, Emerson disfruta con el sabor de la venganza, relamiéndose ante la sola posibilidad de poder torturar a Lexa por todos esos años en los que ha tenido que vivir a su sombra.

–Vamos– agarra a la ojiverde por la axila, tirando de ella hacia arriba, obligándola a ponerse de pie. Comienza a caminar torpemente, imposibilitada de dar grandes pasos por las esposas que aprietan con fuerza sus tobillos. La sangre sigue brotando de su nariz y boca, manchando su camiseta.

Un encargo peligrosoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora