31- Navidad

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¡Por fin!

Sólo puede pensar eso una y otra vez. Por fin. Dos simples palabras, que reflejan a la perfección el estado pletórico en el que se siente ahora mismo. Y es que, pese a todo, las navidades son su época favorita de todo el año. Poder ver a sus abuelos, volver a la casa donde vivió en su más tierna infancia y parte de su adolescencia, y aspirar el aroma que la acompañó durante tantos años, es una sensación imposible de describir con palabras.

Se encuentra en la cocina con su abuela, preparando galletas con forma de árbol de navidad para el postre de esa noche tan especial del año, su noche favorita, noche buena. Y, para no romper la tradición familiar, Amanda le regaña mientras Lexa, entre de forma intencionada y por su propia naturaleza torpe, ensucia la cocina, sin dejar un solo rincón a salvo de sus patosas manos, cubriéndolo todo de harina. Ríe como cuando era niña. Volver a su hogar, junto a su familia, siempre hace que esa parte inmadura e inocente que todavía vive en ella, salga a la luz, escapando del oscuro escondite donde permanece agazapado el resto del año.

–¿No están tardando mucho? –comenta preocupada Lexa, frunciendo el ceño al ver la hora que marca el reloj colgado de una de las paredes de la cocina. Esa mañana, antes de que ella se despertara, y aprovechando que la rubia, de forma totalmente ilógica, inexplicable, y por razones que escapan a todo entendimiento humano, se ha levantado antes que ella, su abuelo se la ha llevado a dar una vuelta por la ciudad.

Su abuela sostiene que Clarke ha accedido por voluntad propia, pero ella a lo largo de toda la mañana, ha estado a punto de llamar tres veces a la policía para denunciar el secuestro de su novia, negándose a creer que hubiese accedido por las buenas a salir a las nueve de la mañana, para pasear por unas heladas calles de Denver que, en esos momentos, ofrecen unas cálidas temperaturas de quince grados bajo cero.

Imposible.

–Estarán bien, no te preocupes –le sonríe cálidamente su abuela, pasando por su lado con la bandeja de galletas, y la introduce en el horno para hornear la primera tanda, no sin antes ver cómo una de ellas desaparece misteriosamente, cuando un brazo largo se asoma con agilidad por el hombro de la anciana. La ojiverde se lleva rápidamente la galleta a la boca, engulléndola casi sin tragar, para evitar que su abuela se la sustrajera de forma totalmente ajena a su propia voluntad. –¿Todavía con esa manía? –Lexa sonríe con la boca llena, y sus hinchados mofletes por la masa de las galletas, junto con las migas de colores que han quedado esparcidas alrededor de sus labios, le dan un aspecto cómico y de niña traviesa. –Hay cosas que nunca cambian –suspira resignada, negando con la cabeza, sin entender todavía, cómo después de tantos años, a su nieta le siguen gustando sus galletas crudas.

–Y bueno... abuela –carraspea varias veces, intentando ganar segundos y llamar la atención de su abuela. Nunca ha hablado de esos temas con la mujer, y ser la primera vez no ayuda a que esté calmada, sino más bien, todo lo contrario. –Qué... ¿qué te parece Clarke? –cuando sus verdes ojos enfocan a los de la morena, ésta retira la mirada, algo avergonzada, y se rasca la nuca en señal de timidez.

–Es un ángel –sonríe cálidamente su abuela, y Lexa estalla internamente en un ataque de risa por la ironía de la situación. No, un ángel precisamente no es. El corazón de Amanda bombea con fuerza, quizá demasiada para el ritmo normal de una anciana, y es que en todos los años de vida de Lexa, jamás había visto a su nieta con ese brillo tan especial reflejado en su mirada. Una de sus mayores pesadillas fue cuando, después de que su padre falleciera, su nieta parecía haber perdido por completo su infancia. Ella intentó darle todo lo que pudo, entregándole su corazón, tiempo y cariño al completo. Pero, pese a que Lexa siempre se sintió querida y amada por sus abuelos, jamás pudo llenar el vacío que Gustus dejó en ella.

Un encargo peligrosoWhere stories live. Discover now