15- Clar...¿qué?

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Lexa aguarda en silencio, a la espera de que Anya, que permanece con los ojos abiertos de par en par, cual niña en su primera visita a Disneyland, decida volver a hablar.

–¿Qué es Clarke?– pregunta cuando la no respuesta de su amiga logra agotar la poca paciencia que le queda. Los recientes acontecimientos de las últimas semanas han llevado a la ojiverde a un estado de ansiedad ininterrumpida; ya se ha acostumbrado a convivir con la presión que siente en la boca de su estómago, y que le oprime las entrañas, además de soportar los desbocados latidos de su corazón.

–Un vampiro– y lo dice así, sin más. Sin lubricante ni anestesia. Sin tan si quiera parecerle algo ilógico, totalmente convencida de ello, como si se tratara de afirmar que el fuego quema o sin oxígeno mueres.

¿Clarke...un vampiro? Eso es imposible, ¿acaso los vampiros existen? Claro que sí, pero en películas fantásticas, en novelas fantasiosas y en Rumanía, no en Nueva York, Estados Unidos, y mucho menos con Clarke Griffin por nombre. Si alguien le afirmara que puede usar pegamento como lubricante para tener sexo usando un arnés, se lo creería antes que la afirmación de su mejor amiga; así de simple.

–No digas tonterías, Anya, los vampiros no existen– la castaña se cruza de brazos, visiblemente ofendida por la respuesta de la ojiverde.

–Como si las personas que sobreviven a dos tiros en la cabeza, se les ponen los ojos rojos, poseen una gran fuerza y beben sangre que sale de tu cuello si existieran– touché. Lexa decide quedarse callada, al no encontrar argumento alguno que pueda rebatir aquello. Anya acaba de hacer un jaque mate en toda regla, un home run y un touchdown directo desde el kick off.

–Me niego a creer que Clarke es un vampiro– decide recurrir a la negación como último recurso ante aquel debate que, incluso antes de empezar ya tenía claro ganador.

–¿Por qué?– Lexa abre los ojos de par en par, para luego fruncir el ceño. ¿De verdad no estaba nada claro?

–Porque no quiero pensar que soy una necrófila– Anya estalla en una sonora carcajada, y Lexa frunce todavía más su ceño. Si no fuera porque se trata de su mejor amiga, ya se habría levantado de aquella mesa, y abandonado el bar. –No te rías, joder– Anya se seca un par de lágrimas que ese ataque de risa ha provocado, y alza las manos pidiéndole disculpas a la morena. –¿No se supone que los vampiros están muertos?–

–Así es– afirma, acompañando a sus palabras con un gesto de cabeza.

–Pues eso...soy una puta necrófila– la expresión de Lexa cambia automáticamente de enfado a asco, hasta que recuerda cuán sexy y buena está esa "muerta", y lo viva que parecía la noche anterior en su cama.

Pasados unos minutos, en los que ambas permanecen calladas, con las miradas clavadas sobre la mesa, Lexa decide romper ese silencio, suspirando profundamente antes de concederle el beneficio de la duda a su mejor amiga.

–Supongamos que Clarke es un vampiro...

–Lo es– la interrumpe la castaña y Lexa frunce el ceño, molesta por ese corte. –Prosigue– Anya levanta la mano para pedir dos cervezas más, y Lexa, de un solo trago, se acaba la suya, preparándose así para la siguiente ronda.

–Eso no lo sabemos Anya...– su mejor amiga pone los ojos en blanco, antes de volver a clavar sus marrones esferas sobre el intenso verde de las de Lexa. –Pero, vamos a suponer que es un vampiro... ¿qué narices hago?–la castaña frunce el ceño y Lexa se encoge de hombros –quiero decir, joder, es un puto vampiro...y, no sé...– niega con la cabeza mientras deja salir todo el aire de sus pulmones. Da un largo trago a la cerveza que les ha traído la otra camarera, mucho menos juguetona y, dicho sea también, considerablemente menos pechugona; aunque esa noche a Lexa ese dato le importa más bien poco, tirando a nada.

Un encargo peligrosoOù les histoires vivent. Découvrez maintenant