34- Gustus

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Aviso: este capítulo contiene escenas que pueden herir la sensibilidad de quien lo lea. Si alguien no quiere leerlo, puede pedirme sin problemas el resumen con las partes más trascendentales.

–Pórtate bien con la abuela– su padre le abraza con fuerza, estrechando sus enormes y fuertes brazos alrededor de su pequeño torso, y la pequeña asiente con fuerza.

–¿Por qué no vienes conmigo, Papi?– los ojitos de la niña, de un intenso color verde esmeralda, se tornan cristalinos, mientras se aferra con más fuerza a su padre, intentando así no separarse nunca de él.

–Tengo que trabajar, mi niña– le revuelve el pelo con una mano, provocando la dulce risita de la pequeña Lexa. –Pero te prometo que antes de navidad estoy allí contigo y los abuelos, ¿vale?– le guiña un ojo, y sonríe ampliamente, consiguiendo contagiar a la pequeña, quién no tarda en imitar su gesto. El hombre clava sus verdosos ojos sobre los de su pequeña, ambos sonriendo de oreja a oreja, dejando ver todos sus dientes. Nadie podría negar que son padre e hija: son dos auténticas gotas de agua, idénticos.

–Voy a echarte de menos –confiesa, volviéndose a esconder en su cuello, y rodeando como puede con sus pequeños bracitos a su padre.

–Y yo a ti, mi pequeña. Pero no olvides una cosa –se separa de ella, para poder mirarle directamente a los ojos– papá te quiere mucho –Lexa sonríe tímida, y deja un beso en su mejilla– mucho, mucho –reitera, por si a su hija le quedaba alguna duda. –¿Ves a esa señora de allí? –señala con el dedo índice a una de las azafatas de la compañía aérea, y la mujer, al notar las miradas de padre e hija sobre ella, les saluda con la mano y una gran sonrisa en el rostro. Gustus vuelve a enfocar a su hija, agarrándole con fuerza de sus pequeños hombros– ella te va a acompañar hasta el avión. Tienes que portarte bien con la chica, ¿entendido? –la pequeña asiente, torciendo su labio cuando nota que comienza a temblar de nuevo, por las incontrolables ganas de llorar que vuelve a tener. –No llores, mi pequeña –la rodea con sus brazos, dejando un suave beso en su coronilla, y acaricia su pelo una última vez, antes de separarla de su cuerpo y levantarse, entregándole la mochila del superhéroe Spiderman a su hija. –Anda, ve –intenta mantenerse entero, retrasando lo máximo posible el romperse y llorar, porque no quiere que su hija le vea así. Vamos, joder, Gustus, que solamente serán unos días sin ella.

La pequeña comienza a caminar en dirección al control de seguridad, de espaldas, aferrándose con sus bracitos a una mochila que casi es más grande que ella, mirando todo el rato a su padre.

–Y recuerda, ¿qué vuelo es?

–¡El 209! –grita, para que su padre pueda oír la respuesta, y éste sonríe, orgulloso de su hija. Alza el pulgar para hacerle saber que su respuesta es correcta, y siente de nuevo su interior derretirse al completo cuando su hija vuelve a gritar, ya una vez entregado el pasaporte y habiendo sido recogida por la mujer que la acompañaría durante todo el vuelo. –¡Te quiero, papi!

–Y yo a ti, mi vida.

*****

–¿Qué tienes para mí? –pregunta el hombre con interés, removiendo su café doble con la cucharilla, haciendo un tintineo metálico al rozar con la cerámica.

Se encuentran en una cafetería de la ciudad neoyorkina, un escenario de entre los tantos otros que siempre elegían al azar para realizar esos encuentros, nunca repitiendo en el mismo lugar, ni a la misma hora, por motivos estrictamente de seguridad. La mesa donde están sentados, frente a frente, situada al fondo del lugar, es perfecta para poder mantener una conversación tan trascendental como la que tienen en esos momentos. Un asunto de vital importancia para el país entero, y, probablemente, su encargo más importante hasta la fecha.

Un encargo peligrosoWhere stories live. Discover now