24- Los accidentes son algo que sucede...

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Quizá, para cualquier otro neoyorkino de a pie, esa mañana de domingo es como otra cualquiera. En las heladas calles no hay ni una sola alma; son las ocho de la mañana, y prácticamente todo el mundo piensa que, en el mes de Diciembre, su cama y un buen edredón son la mejor compañía para pasar una mañana en casa.

Pero aquella no es una mañana como otra cualquiera; no por lo menos para Lexa. La ojiverde se encuentra en la cocina del apartamento de Clarke, cubierta de harina hasta las cejas, vistiendo solamente un pantalón de pijama de color antes gris, y ahora blanco por las manchas de harina,  y una camiseta de manga larga a juego, que ha tomado prestadas del armario de la rubia. Lleva puestos sus cascos bluetooth, conectados de forma inalámbrica a su teléfono móvil, y canta y se mueve al ritmo de la música, mientras intenta preparar un desayuno medianamente decente.

La cocina de Clarke, lejos de parecer una parte como otra cualquiera de su apartamento, se ha convertido en algo parecido a los restos de un campo de batalla tras la guerra. El polvo blanco cubre prácticamente todas las superficies: encimeras, cocina, armarios... incluso el suelo. Varias cáscaras de huevos se hallan rotas en el fregadero, con su contenido esparcido por la barra americana que separa la cocina del salón; y hay más leche vertida por la superficie de mármol, que en la botella de plástico o en el bol que está usando para hacer la masa de las tortitas.

Joder. Es que cuando habló con Sara, hacía apenas diez minutos, no le había parecido tan difícil hacer unas malditas tortitas. ¿Quién te mandaría a ti cocinar, Woods? Y es que la Lexa cocinera llevaba muchos años dormida, y está bastante desentrenada. El estar preparando la mezcla para la masa de las tortitas, llena su pecho de nostalgia, trayendo a su mente recuerdos de su tierna infancia.

Flashback

–Ahora lo cubrimos con una capa de chocolate– comienza a pasar el cuchillo plano, especial para untar cremas y alimentos líquidos sobre los pasteles en la repostería, esparciendo el derretido líquido marrón alrededor de la tarta.

–¡Síiiii!– exclama una emocionada pequeña, dando pequeños saltitos alrededor de su abuela. –¡Chocolate!– el brillo de su mirada, junto con su interminable y amplia sonrisa, provocan la risa de la mujer.

–Lo introducimos en el horno– Lexa mira muy atenta los movimientos de su abuela, queriendo grabar en su retina, todos y cada uno de los pasos que la mujer mayor hace, para poder imitarla cuando vuelva a Nueva York con su padre, después de navidades, y poder hacer sus deliciosos pasteles en casa –y ahora ya sólo toca esperar– se sacude las manos en el delantal de color naranja, a juego con el de su nieta, y ésta la imita, haciendo que sonría, con el corazón encogido por la ternura que ese gesto despierta en ella.

La mujer posee una mirada verde intensa, como la de su hijo y nieta, tiene el pelo corto y canoso, y varias arrugas cubren su rostro, adornado siempre por una sonrisa dulce y amable; y es que las navidades siempre han sido su época favorita del año, especialmente desde que su nieta Lexa, de apenas ocho años de edad, viene a verla, junto a su hijo, a su casa, en Denver, para pasar con ellos las fiestas navideñas. La compañía de su pequeña revoltosa de ojos verdes es el mejor regalo que puede recibir. No lo cambiaría por nada del mundo. Sale de la cocina, dejando a una pequeña Lexa allí, con sus ojitos clavados fijamente en el horno, observando con detenimiento, casi sin pestañear, cómo va cocinándose el pastel a través del cristal.

Vuelve al salón, dónde su marido se encuentra viendo un partido de los Broncos de Denver, el equipo local de fútbol americano, sentado en el sofá, con una lata de cerveza sin alcohol en la mano.

–¿Ha llamado ya Gustus?– su marido aparta la mirada de la televisión, clavando sus celestes ojos en los verdes de su mujer.

–Sí. Ha dicho algo de una complicación de última hora en su encargo, y que no podrá venir hasta el 23– Amanda suspira pesadamente, imaginándose la carita de pena que va a poner Lexa cuando le diga que su padre no va a venir esa noche, y que tendrá que esperar dos días más, como mínimo, para verle. 

Un encargo peligrosoWhere stories live. Discover now