26- ¿Vamos de acampada?

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–¿Qué ha sido ese ruido? –Vuelve a preguntar, ante el permanente silencio que parece haberse instaurado en la rubia. Al oír esa frase, siente cómo el nudo de su garganta se destensa al instante, recuperando el aliento y suspirando de forma aliviada. Por un momento, llegó a pensar que Lexa había presenciado la escena, dejándola sin más opciones que sincerarse de una vez por todas.

Pero, al parecer, esa confesión puede esperar un poquito más.

–La mujer que viene a limpiarte el apartamento –contesta en un tono neutro, intentando disimular los nervios que todavía recorren su cuerpo, algunos de ellos resistiéndose a abandonarlo.

–¿Sara? –pregunta extrañada, frunciendo el ceño –Pero si solamente viene los martes –se rasca la cabeza, sin entender por qué la mujer ha decidido adelantar su visita semanal, y mucho más en domingo.

Jodidamente genial. Maravilloso. Piensa Clarke. Y es que no podía tener más mala suerte, o el karma es demasiado sabio y sabe escoger la mejor manera de intentar devolvérsela. O tal vez, solamente es el destino, intentando enviarle señales, mensajes altos y claros, con bengalas incluidas, de que ya va siendo hora de abrirse por completo a Lexa y confesarle su mayor secreto. Pero, sin embargo, la rubia prefiere taparse los oídos y cerrar los ojos, haciendo caso omiso a esas señales luminosas y acústicas, cual marmota que pospone la alarma de su teléfono móvil "solamente" cinco minutos más, intentando disfrutar de esa felicidad efímera que tiene junto a Lexa, antes de enfrentarse a la verdad, y que ésta la golpee en la cara, con la mano abierta y sin piedad.

–Me ha dicho que ya vendría después u otro día, que no sabía que estabas acompañada –Lexa se encoge de hombros, y antes de que tenga opción a responder, traga hondo al ver cómo Clarke se dirige a la cama, comenzando a gatear de manera felina, con su hambrienta mirada devorándola, al mismo tiempo que se muerde el labio.

Clava sus uñas en el abdomen de Lexa, arañando su piel mientras recorre un camino de bajada hacia su entrepierna, y la ojiverde deja escapar un sonoro suspiro, fruto de la excitación y el leve dolor que ese gesto le ha provocado. Y, de nuevo, Clarke la ha anulado por completo, impidiéndole que sea capaz de pensar más allá de ese momento, de perderse en el cuerpo de la rubia mil y una veces, entregándose al placer más carnal, dónde no importa nada ni nadie más, salvo ellas dos. Lexa y Clarke.

Su pequeño paraíso dentro de ese mundo infernal. Su propio jardín del Edén.

Clarke acerca su rostro lentamente al de Lexa, mientras que, con el dedo índice puesto sobre su pecho, la obliga a tumbarse en el colchón, sentándose a horcajadas sobre ella, y comenzando a besarla con pasión, arrancando un gemido de sus labios. Cuando la falta de oxígeno las obliga a parar, la rubia alza un segundo su vista, en busca de las esposas, su turno para hacer con Lexa lo que le plazca. Pasea su mirada por el cabecero de la cama, reparando en el reloj digital situado sobre una de las mesitas de noche.

–¡Mierda! –salta del colchón, dejando a una Lexa entre excitada y confusa, y comienza a vestirse a toda prisa. –¡Mierda, mierda, mierda! –busca sus pantalones, llevándose una mano al pelo, recogiéndolo hacia atrás en un gesto nervioso, y resoplando frustradamente al no encontrar ni su sujetador ni la camiseta.

–¿Qué sucede? –Lexa ha decidido unirse en la búsqueda de la ropa de la rubia, dirigiéndose hacia el fondo de su apartamento, encontrando la camiseta y alzándola en un gesto triunfante.

–Son las nueve y cinco –localiza su sujetador y comienza a abrochárselo con mucha prisa.

–Sí... las nueve y cinco, de un domingo –remarca ese hecho, como si no fuera ya lo bastante evidente. No entiende por qué, de pronto, Clarke parece tener la necesidad imperiosa de abandonar su apartamento a toda prisa, dejándola con el calentón que ella misma ha provocado.

Un encargo peligrosoWhere stories live. Discover now