23- La recompensa

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AVISO: Hacerse con un kit de supervivencia, que contenga como mínimo agua fría y un ventilador, antes de empezar a leer el capítulo. Tener piscina o ducha cerca es altamente recomendable.

Lexa sigue a Clarke por el angosto pasillo, adentrándose en el interior de su apartamento, sin ser capaz de decir ni hacer nada más que no sea respirar, por pura necesidad, y avanzar sus piernas, derecha izquierda, derecha, izquierda... siguiendo el ritmo que marca Clarke. Sus ojos están clavados en su espectacular trasero, realzado por ese sexy tanga de color negro, que está volviendo completamente loca a la ojiverde.

Cuando llegan a la habitación, Clarke se echa a un lado, dejando el interior de la estancia visible para la Lexa, quién, de nuevo, se ve obligada a agarrarse al marco de la puerta, incapaz de sostenerse por sí misma, tragando saliva sonoramente.

Confirmado. De esta no salgo viva.

Lo raro es que sigamos vivas, Lexa, opina la Lexa cachonda. Y no puede estar más de acuerdo con ella.

El cuarto de Clarke, una estancia bastante amplia, con ventanas al frente, un gran armario en uno de los laterales, y presidido por una cama de matrimonio, situada debajo de la ventana, y frente a la puerta, está solamente iluminado por la tenue luz de unas velas, situadas estratégicamente sobre ambas mesitas.

El olor a vainilla se impregna en sus fosas nasales, endulzándole los sentidos, embriagándola por completo y, por si eso fuera posible, excitándola aún más. Clarke se sitúa detrás de ella, posando sus manos sobre su cintura, acariciándola.

–No tengo claro para quién va a ser la recompensa en realidad– susurra con esa voz ronca sobre su oído, fundiendo todos los circuitos internos de Lexa, dejando a la ojiverde a su merced. Clarke acerca sus labios hasta su cuello, y ésta ladea su cabeza, permitiéndole así más acceso. Comienza a dejar suaves besos por su piel, dando pequeños mordisquitos, justamente en el lugar en el que se marca el pulso, arrancando excitados jadeos y leves gemidos de los labios de la ojiverde.

Lame ese sensible trozo de piel, recorriéndolo de arriba abajo, hasta pasar su lengua por el lóbulo, al mismo tiempo que con sus manos acaricia el abdomen de la morena, quién siente cómo las caricias de Clarke se gravan a fuego sobre su piel, erizándola a su paso, pese a estar todavía con el vestido puesto.

Muerde su oreja con suavidad, provocando un ronco gemido de Lexa, quién, de no encontrarse sostenida por las firmes manos de Clarke, ya se habría caído al suelo de seguro. Comienza a bajar lentamente la cremallera de su vestido. Lexa siente cómo su excitación aumenta sin control, propulsada por el excitante sonido de la cremallera descendiendo en picado por su espalda, dejando esa porción de piel al descubierto.

Clarke deja suaves y ardientes besos sobre la piel que va exponiéndose, descendiendo por su espalda, acompañando al vestido en su caída. De los entreabiertos labios de la ojiverde escapan leves gemidos y entrecortados jadeos, dejándose llevar por ese mar de sensaciones que provoca Clarke en su interior.

Cuando por fin la fina tela negra yace en el suelo, Clarke se sitúa frente a ella, mordiéndose el labio inferior, al mismo tiempo que contempla con lujuria ese cuerpo que tiene ante ella. Y es que toda Lexa está hecha para el pecado. Su morena piel, con sus abdómenes tonificados, sus pechos, redondos y bonitos, sus carnosos labios que le gritan en silencio "devórame", y esos jodidos e intensos ojos verdes. Dios, si es que la mirada de Lexa es lo que le hace perder completamente la razón. Esa forma que solamente tiene Lexa de contemplarla, como si fuera la persona más importante del planeta; la mujer más bella y sensual sobre la faz de la tierra.

–Siéntate– ordena la rubia. Lexa asiente, incapaz de articular palabra, quedando sentada sobre el borde de la cama, mirando a Clarke desde su posición, sin atreverse a pestañear ni una sola vez; no quiere perderse esa increíble visión que tiene delante ni por un segundo.

Un encargo peligrosoWhere stories live. Discover now