Capítulo 1

1.5K 68 15
                                    

Me desperté cuando mi madre empezó a hacer el desayuno.

Hacía algunos meses que mi madre había redecorado la casa, y había tenido la increíble idea de sustituir nuestras antiguas sartenes por lo que parecían platillos de una orquesta sinfónica, y ahora se dedicaba a levantarme sin piedad cada mañana desde que empezaron las vacaciones de verano. ¿Para qué quieres un despertador si puedes levantarte con chirridos metálicos en el fondo de tu cerebro a las 9 de la mañana? Para nada, mamá. Gracias por tu amor.

Me incorporé en la cama, resignada. Sólo quedaba una semana de vacaciones y aún no había podido levantarme tarde ningún día por culpa de un par de sartenes. 

Patético.

Me puse mis zapatillas de corazones -penosas, sí, pero cómodas como una nube- y fui al baño a darme una ducha antes de que el sueño se hiciera con el control de mi cuerpo y me obligara a destruir esas asquerosas sartenes.

Cuando salí del baño seguía un poco empanada, pero ya no parecía un zombie famélico ni tenía el pelo como Simba. 

Créeme, era de agradecer.

Miré en mi armario con una mueca. La ropa bonita que tenía -bonita como sinónimo de «no repugnante» según mi amiga Richelle- estaba sucia y arrugada encima de una silla, o lo que yo recordaba como una silla. Tal y como estaba ahora de cubierta podía ser un unicornio.

Vale, necesitaba limpiar eso. Pero primero necesitaba vestirme, y lo que me quedaba como conjunto eran unos pantalones amarillos de campana y una camiseta corta rosa y marrón. Con modelitos así no sé cómo podía seguir soltera, la verdad.

Me lo puse con la esperanza de que diera tiempo a lavar algo decente antes de salir y bajé a desayunar con el montón de ropa sucia en los brazos.

—Buenos días, cariño. ¿Quieres desayunar? — me preguntó mi madre, vestida aún con un pijama alarmantemente revelador. Tenía que reconocerlo, mi madre estaba genial para su edad y haber tenido dos hijos, pero eso no significaba que tuviera la obligación de mostrarlo siempre.

—Sí, mamá. Oye, ¿Vas a poner alguna lavadora ahora? Esto corre prisa.

—No correría tanta prisa si no fueras tan desordenada, Lauren.

Ignoré su comentario y puse la ropa a lavar. Por suerte, mi madre me daba bastante libertad para ser tan desordenada como quisiera siempre que no hubiera riesgo biológico, asi que sabía que no iba en serio con la crítica. No demasiado, al menos.

Volví a la cocina y me senté para desayunar. Mi madre se acercó y me dejó un vaso de leche y y un plato de... ¿Galletas? ¿Me estás vacilando?

—Eh... Mamá, ¿Qué es esto?

—Galletas, Lauren. Ya sabes, las mojas y te las comes.

—Ja ja ja, muy graciosa, mamá. Ahora en serio, ¿Por que hay galletas si llevas media hora golpeando cazuelas?

—He estado limpiando la cocina. ¿Por qué lo dices?

¡Venga ya! Cuando te despierta el ruido de las cocinas del infierno, lo mínimo que esperas es un desayuno que compense. Pero no, resulta que después de ser cruelmente despertada a las nueve de la mañana en un día de verano, mi recompensa eran unas galletas recién sacadas de la caja del supermercado.

Muy satisfactorio, sin duda.

Cuando terminé mi triste desayuno corrí a tender la ropa, que por suerte se secaría rápido por el calor.

Empecé a sacar mis pantalones, primero despacio, luego cagando leches porque estaba viendo que ninguno conservaba el color original.

¿En serio? ¿Todo desteñido? Miré mis camisetas, llorando internamente por mi pobre armario, que de pronto estaba vacío de cosas ponibles.

BehindWhere stories live. Discover now