Capítulo 2

1K 61 4
                                    

—¡SUELTA ESAS CAMISETAS, LAUREN!

Me sobresalté con el grito de Richelle, dejando caer al suelo las cinco camisetas básicas que llevaba en las manos. Durante toda mi vida había llevado ropa cómoda, sin que me importara un pimiento cómo me quedaba o si estaba a la moda. Yo pensaba renovar mi armario -gracias a mi pequeño accidente- con ropa del mismo tipo.

Al parecer Richelle no tenía la misma intención.

—Cariño, necesito que pienses un momento en esto. Ahora tienes la oportunidad de comprar ropa nueva y renovar por completo tu armario, y me niego a que parezca que vas vestida con unas cortinas atadas con una goma.

—Rich...

—¡NO! Deja que te escoja yo la ropa, y te prometo que será cómoda.—Puso cara de perrito abandonado, abriendo sus ojos ambarinos y sacando el labio inferior. Si yo pusiera esa cara, probablemente terminaría en algún hospital intentando explicar que no era un ataque epiléptico. Ella, en cambio, parecía una modelo enseñando su pintalabios nuevo. 

Qué injusto es el mundo.

Me ofendía que pensara que yo no era capaz de comprar ropa bonita -aunque no lo fuera-, y que pensara que podría hacerme dudar poniendo esa cara -aunque pudiera-.

Se me pasaron por la cabeza mil maneras de negarme a que eligiera nada, pero la verdad es que esto podría ser divertido. Comprar nunca había sido mi fuerte, de acuerdo, pero a todo el mundo le gusta ir bien vestido y yo no era la excepción.

Intenté convencerme a mi misma de que iba a aceptar por eso, por la diversión del cambio de look, y no por los ojos azules que llevaban toda la mañana fulminándome en mi mente.

Me golpée internamente por estúpida. No había hablado con él y difícilmente lo había visto, pero no podía sacar a Nick de mi cabeza. Un comportamiento penoso, la verdad.

Asentí, y no me dio tiempo a arrepentirme porque ya me había vuelto a meter en los probadores.

          ♦          ♦          ♦          ♦

Cinco horas más tarde, abrí con grandes esfuerzos la puerta del asiento del copiloto -agarrar doce bolsas limita bastante la movilidad de las manos- y me desincrusté del coche de Richelle, respirando con dificultad.

Me agaché para despedirla a través de la ventanilla con mi único dedo libre, pero ella ya no estaba prestándome ninguna atención. Estaba mirando a Nick, que caminaba desde su casa hacia nosotras.

Al verle, lo único en lo que pude pensar fue en el ridículo espantoso que había hecho esta mañana. Me sonrojé, pero Nick no me dirigió una segunda mirada antes de centrar su atención en Richelle. ¿Hola?

—¿De dónde venís, chicas?— Eso, ¿De dónde venís, chicas, cargadas con bolsas de centro comercial? Tan observador no, Nick.

Richelle se echó a reír y le contó la historia de mi accidente con la lavadora. Sinceramente, no creo que el chico necesitara tanto detalle.

Nick levantó la mirada cuando Richelle terminó de relatar mis aventuras, y sonrió abiertamente ante mi espanto.

¿Se pueden tener los dientes tan blancos y perfectos? Sonreí avergonzada en respuesta, no sé si por la historia o por cómo estaban reaccionando mis hormonas.

Vamos a ver, no estoy ciega, siempre ha habido chicos que me han parecido más o menos atractivos. Es cierto que en mi instituto la población masculina general daba un poco de asquete, pero había excepciones que yo había sabido valorar.

BehindWhere stories live. Discover now