Capítulo 38

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El domingo amanecí de buen humor. No sabía si era por mi conversación con Evan de la noche anterior, por lo bien que tenía el pelo o por el hecho de que fuera el primer día de aquel año en el que el frío no me llegaba al hueso nada más levantar la manta; pero estaba segura de una cosa: hoy iba a ser un buen día.

Bajé al piso inferior dando saltitos por la escalera, dedicando una sonrisa a todos los miembros de mi familia, que me miraban sorprendidos desde la cocina.

Mi padre lanzó un vistazo suspicaz a mi hermano.

—¿Qué droga le has dado?

Adrian se encogió de hombros y se metió una galleta en la boca.

—A mí no me eches la culpa, la tengo escondida.

Mi madre le dio una colleja y yo rodé los ojos, sentándome al lado de mi padre.

—Buenos días, familia. Da gusto bajar alegre un día y que todos crean que te has fumado hasta el moho de las paredes.

—Cualquier cosa menos fumar distancias, Lauren.

Mi padre dio la razón a Adrian con un asentimiento y me tendió un vaso y la leche.

—Bueno, vamos a fingir que ésta no va de drogas hasta las cejas —esquivó mi manotazo con una risa y miró a mi hermano—, cuéntanos, Adrian, ¿Qué tal con Patrice?

La cara de mi hermano se puso como un pimiento asado y me miró con desesperación.

Podía entender lo incómodo que podía ser hablar de esto, considerando que su premisa hasta este momento era «No os aprendáis los nombres de las chicas que vengan porque no me los aprendo ni yo», y ahora tenía una novia más maja que el pan a la que, si mis cálculos no fallaban, no quería perder.

Y acercarla demasiado a mis padres pirados puede que no fuera la mejor táctica para conservarla.

—Bien, bien, va todo bien. Mamá, ¿Me pasas una cucharilla?

Mi madre asintió con una sonrisa y se inclinó hacia el cajón de los cubiertos, dejando que medio pezón se saliera de su bendito sitio.

Lo del exhibicionismo en mi madre empezaba a ser un problema.

Mi padre dio vueltas a su café con gesto de mafioso, enarcando una ceja.

—Adrian, si no te conociera diría que intentas cambiar de tema.

—Joe, déjale en paz. Tú a su edad eras un maldito salido, y no creo que le contaras ninguna de tus actividades a tus padres. —Mi madre se llevó una mano al pecho, como si estuviera recordando cosas preciosas y no el comportamiento depravado de mi padre—. Qué bonita es la juventud, por favor.

—¿Quieres recordar viejos tiempos? —Adrian y yo nos miramos, con idénticos gestos de asco y pánico. Mi padre se volvió hacia nosotros, como si acabara de recordar que aún seguíamos ahí—. Chicos, ¿Vais a salir hoy?

—¡Sí!

Nuestra voz sonó casi tan desesperada como nuestra alma. Mi hermano sacó el móvil del bolsillo, revisándolo con evidente nerviosismo.

—He quedado con Collin Lyell, y no creo que le quede mucho para venir, así que... mejor me voy cambiando de ropa.

Se levantó y escapó a toda prisa por las escaleras, sin duda deseando alejarse de las hormonas de mis padres.

Sentí sus miradas sobre mí y me encogí en la silla.

—Yo... esto, yo creo que... voy a quedar con Cassie. Definitivamente sí, voy a quedar con ella.

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