Capítulo 26

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Y llegó el jueves.

Y con el jueves llegó la convivencia.

Y con la convivencia llegó mi asco.

Asco, ya no sólo por la excursión, si no también porque el examen de física me había salido mal, y asco porque Richelle había logrado convencer al calzonazos de su novio de que no la dejara.

—¡Lauren! Levántate ya si no quieres llegar tarde.

Llegar tarde es el plan, mamá.

Ahogué la cara en la almohada con un ruido gutural, pero tuve que girar la cabeza para no morir asfixiada. Finalmente me incorporé con desgana.

—¡Mamá, me encuentro mal! No puedo ir a la convivencia así. —Dejé caer mi cuerpo sobre la cama de nuevo —. Será mejor que me quede en casa.

Escuché los pasos de mi madre subiendo las escaleras y su voz tranquilizadora.

—No te preocupes, Lauren. Seguramente sólo sean los nervios por la aventura. —Abrió las cortinas de mi ventana con un movimiento firme y se giró para enfrentarme —. Levanta el culo del colchón, que sólo podrás hacer esto una vez en tu vida.

Y salió por la puerta tarareando una canción.

Que injusto es el mundo, ella tan ilusionada y yo con ganas de encadenarme al dosel de la cama.

Pero al cabo de dos minutos tuve que afrontar la realidad:

No hay escapatoria, la convivencia es inevitable.

Bajé al piso inferior como un alma en pena y al llegar al último escalón casi me como el suelo al tropezar con mi mochila.

Mi madre la había hecho ayer en cuatro segundos de frenesí y a mí sólo me había dado tiempo a meter el desodorante antes de que estuviera todo organizado.

Sacudí la cabeza para despejarme -o intentarlo, al menos- y me senté en la mesa de la cocina, donde mi madre había colocado una taza de café y tostadas como para alimentar a una manada de elefantes.

—Desayuna bien, cariño, que no sabes cuándo podrás volver a comer algo.

Muy optimista todo, mamá.

Me comí como pude tres de las tostadas y tragué el café, que abrasó mi garganta.

A pesar de seguir dormida, conseguí ponerme mis vaqueros y calzarme unas cómodas botas, y antes de que pudiera darme cuenta estaba sentada en la parte trasera del coche de Cassie con la mochila en el regazo.

Despedí a mi madre desde la ventanilla, que se estaba llevando las manos al pecho como si me fuera tres años a la guerra.

—¿Y esa cara de perro, Lauren?

Me recosté en el asiento y bufé.

—No quiero ir de excursión.

Evan se dio la vuelta con una sonrisa cansada.

—Ni tú ni nadie, Lauren. —suspiró —. Ni tú ni nadie.

          ♦          ♦          ♦          ♦

Al parecer sí había gente que quería ir, y la lista empezaba y terminaba en Jackson.

El chaval estaba entusiasmado, era como ver a mi madre con músculos. Durante el trayecto en autobús se dedicó a ignorar nuestros gemidos y caras cansadas, contagiando su alegría a...

Bueno, a nadie.

Yo ocupé mi sitio al lado de Cassie, justo delante de Evan y Josh y estratégicamente colocadas para no tener que oír ni una palabra ilusionada de Jackson.

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