Capítulo 3

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Miré indecisa la ropa que se amontonaba sobre mi cama. Richelle iba a pasar a buscarme en diez minutos para ir al instituto y yo aún estaba ahí, parada como si los conjuntos fueran a contagiarme algo.

¿Puede recordarme alguien por qué dejé a Richelle elegirme la ropa? Con mi armario anterior todo combinaba con todo, básicamente porque el armario entero era igual. Ahora no sabía que hacer con todas esas camisetas estampadas y los pantalones de cortes distintos. Tanta libertad me estaba trastornando.

—¡¿Mamá?! ¡Necesito ayuda con la ropa!—Por suerte, mi madre sabía más de moda que muchos reporteros del corazón. A veces incluso daba miedo.

Llegó en cuestión de segundos, sonriendo y con los ojos muy abiertos. Parecía un vampiro sediento de sangre y no una madre emocionada por que su hija le pidiera consejo. Me giré hacia la cama, esperando que no hubiera visto mi cara de pánico por su expresión de zombie comilón.

—¿Algún look en concreto, cariño?

—No sé, cualquier cosa que no parezca sacada de un circo —Pensé un momento en Nick— y que me quede bien.

Mi madre se puso manos a la obra, seleccionando unos shorts negros -menos mal que me había depilado el día anterior- y una camiseta con manga francesa de color blanco. El conjunto quedaba bonito pero simple. Me gustó.

—¿Qué calzado piensas llevar, Lauren? — Miré a mi zapatero, y después a la cara asustada de mi madre.

Cuando se me estropeó la ropa, me esforcé por comprar cosas más bonitas. El problema es que mi calzado no se había visto afectado en ningún momento, así que ahí estaban todas mis deportivas y converse raídas, saludándome.

Me encogí de hombros, y mi madre salió corriendo de la habitación.

Raro.

Mi madre puede ser muy exagerada -Lo saqué de ella- pero irse a llorar por el estado de mis zapatillas me parecía un pelín excesivo.

Volvió a los treinta segundos, sin lágrimas en los ojos -fallo mío- y con unos botines blancos en la mano.

—Compré unos cuantos pares de zapatos bonitos por si alguna vez abandonabas tu estilo... deportivo. También te compré vestidos, y algunos complementos, ¡Y por fin ha llegado el momento de usarlos! —Fruncí el ceño. Eso era un poco siniestro. Y ofensivo. Y posiblemente ilegal. 

Pero no dije nada. Por una vez, tener una madre que se desesperaba porque vistiera mejor me estaba viniendo de perlas, y no iba a arruinarlo, aunque eso significara cerrar la boca ante su comportamiento escalofriante.

Terminé de calzarme y mi madre me puso de pie para echarme un vistazo,  chiscó la lengua y me empujó hacia una silla. ¿Perdón?

Volvió con unas planchas de pelo y se puso a trabajar.

—¿Mamá? Voy al instituto. A dar clase normal. No hace falta que me pongas como si fuera a graduarme. —Ni siquiera dio muestras de haberme oído. Me sentí ignorada.

Cuando terminó de plancharme el pelo cogió un set de maquillaje, pero me levanté de un salto, alejándome. Yo no me maquillaba, me parecía incómodo no poder tocarme la cara de forma natural. Además, tenía que ser fiel a mi filosofía de vida: Yo era como era, y no necesitaba aparentar nada. Esto era aplicable al maquillaje, la personalidad, los gustos y la talla del sujetador. 

Galleta para quien encuentre otro adolescente que piense así.

Me miré en el espejo antes de bajar. Mi pelo marrón, normalmente encrespado, caía liso hasta la mitad de mi espalda. Y la ropa nueva había convertido mi cuerpo alto y con curvas en un cuerpo... bueno, alto y con curvas. Me acerqué más, mirándome de cerca. Tenía las pestañas muy largas y la nariz muy mona, eso sí, pero el resto de mi cara no era nada del otro mundo.  Labios normales, barbilla normal, frente pequeña...

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