Capítulo 39

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—Al hospital. Adrian está en la UCI. 

Sentí como una losa caía sobre mí y mi corazón comenzó a latir aún más rápido. 

—No. Eso es imposible. Lo he visto esta mañana, estaba perfectamente. —Miré a Peter, que comenzaba a perder color, y volví a negar con la cabeza, cada vez más frenéticamente—. No puede ser. 

Peter miró de reojo a Cassie, que continuaba concentrada en la carretera, y se giró hacia delante, aunque pude ver que de vez que cuando me miraba a través del retrovisor. Yo desbloqueé el móvil, intentando marcar a mi padre sin que se me cayera el teléfono de las manos por lo mucho que me temblaban. 

Cassie lo vio y negó con la cabeza. 

—No les llames, Lauren. Ya saben que vamos para allá, no te preocupes. 

—¿Qué no me preocupe? ¡¿Me dices que mi hermano está ingresado y quieres que no me preocupe?! ¡¿Estás loca?! 

Peter hizo un movimiento imposible y apoyó la mano en mi pierna, intentando tranquilizarme. 

—Chst, escucha. No sabemos qué ha pasado, pero ahora está en el hospital y lo están tratando. Y ponerse de los nervios en un coche no va a ayudar, así que relájate —Me miró a los ojos y me obligó a acompasar mi respiración—. Así, muy bien. 

Cerré los ojos y me concentré en el sonido de su voz, intentando olvidarme de todo a mi alrededor. Sin embargo, continuamente me asaltaban imágenes de qué podría haberle pasado a Adrian, y cómo de grave sería, y otra serie de pensamientos inútiles y agobiantes. 

Por fin llegamos al hospital, y Cassie se giró hacia Peter, aún seria. 

—Voy a aparcar. Tú bájate con ella y acompáñala, por favor. 

Peter asintió y bajó del coche, cerrando mi puerta después de que yo saliera como si me hubiesen metido un cohete por el culo. 

Corrí al interior del hospital, seguida por Peter, y me acerqué a la primera enfermera que vi. 

—Disculpa, ¿Adrian Lynch? 

La enfermera me señaló un mostrador y me alejé de ella a toda prisa, perfectamente consciente de su mirada de lástima. 

Pero no me importó. Las miradas de lástima eran para los que tenían a alguien muerto, y Adrian no lo estaba. Adrian estaba bien. 

Tenía que estar bien. 

Apoyé los antebrazos sobre el mostrador y comencé a dar golpecitos en el suelo con el pie, impaciente. Peter se colocó a mi lado. Al fin, un señor con bigote se acercó a nosotros.

—¿Sí?

—Hola, vengo a buscar a mi hermano. —Cogí aire con fuerza, consciente de nuevo de mi pulso acelerado—. Adrian Lynch. Adrian John Lynch.

El hombre asintió y comenzó a teclear en su ordenador. Peter colocó una mano sobre mi hombro, apretando levemente, y el hombre levantó la mirada, transmitiéndome simpatía. 

—Está en la planta dos. 

—Vale, gracias. 

Me alejé a toda prisa del mostrador, lanzándome al primer ascensor que encontré abierto, y pulsé el botón de la segunda planta. Las puertas se cerraron detrás de Peter y yo elevé los ojos al techo, nerviosa. 

—Lauren. —Continué pendiente de los números que cambiaban a una velocidad exasperante—. ¡Lauren!

Fijé la vista en Peter, que me miraba con alarma.

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