La Piedra de la Resurrección

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La Piedra de la Resurrección

Pansy se sentía poderosa liderando a su sequito de serpientes, nuevos miembros, algunos demasiado jóvenes para estar seguros en lo que se estaban metiendo,  pero al fin fueron seleccionados por sus talentos y destrezas, lo que nublaba su entendimiento con un orgullo vanidoso y altanero, no sabiendo que serían solo peones en los planes de los Parkinson. Quizás pocos serian lo que sobrevivirían, pero ese era posiblemente un detalle que se negaban contemplar ante todas esas promesas de poder y riquezas.

Una nueva marca les distinguía a aquellos nuevos, a eso que no llevaba ya la marca del innombrable en el antebrazo, una de menor proporción en una zona más oculta, en la espalda sobre el omoplato derecho, una serpiente el signo distintivo enroscándose en una calavera.

Draco y Theodore sabían de los riesgos y estaban dispuestos a perder la vida en ese intento por escoger un bando diferente al que por tradición les correspondía.

Fue una noche de luna llena la escogida para crear esa nueva orden, hacia frio y el viento soplaba con fuerza agitando las copas de los arboles, en la oscuridad varios encapuchados caminaban en silencio adentrándose en las entrañas del bosque prohibido. Bajo sus pies crujían las hojas secas, ese era quizás el único sonido de su presencia en ese lúgubre lugar.

Cuando se adentró lo suficiente, en un claro iluminado por varias antorchas se encontraba Vladimir y Pansy al centro con los rostros ocultos tras una máscara plateada, siguiendo las viejas usanzas.

-Bienvenidos, están aquí para sellar su destino. -Dijo solemne Vladimir, mientras todos se alineaban frente a él.

Aquellos que ya llevaban la marca tatuada en su piel al igual que los novatos fueron sometidos a un nuevo ritual donde se mesclaron la sangre de todos los miembros con la de su líder, al cual prometían lealtad a costa de sus vidas.

Con una daga de plata se cortaron uno a uno la palma de la mano dejando correr la sangre que se deposito en una copa, al final fueron los Parkinson quienes  hicieron lo mismo. Como parte de la  iniciación fueron torturados hasta casi desfallecer, los más fuerte resintieron sin gritar, solo se retorcían en el suelo frio, contorsionándose ante tanto dolor infringido que se sumaba al ardor de esa nueva marca impresa en su piel que quemaba como el infierno. Aunque el dolor no era menos para aquellos que ya poseían la marca en el antebrazo, pues fueron remarcados con un hechizo y su piel volvió a arder como aquella primera vez mientras el tatuaje recobraba el color perdido.

Draco se mantuvo firme en toda la ceremonia, sin más expresión en su rostro que la frialdad que se destilaban también en su mirada. Mentiría si dijera que no tenía miedo, había estado tentado en desistir de sus intentos, pero algo le hizo quedarse. Le basto acordarse de esa mestiza que vio morir bajo su orden para aferrarse al coraje necesario para mantenerse firme.

¿Qué más daba morir? Si hacía meses atrás ese había sido su único deseo, que mejor que morir al menos por una buena causa.

Él  no era como los estúpidos y valiente Gryffindor que entregaría su propia vida por sus ideales, el era un Slytherin astuto que nunca expondría su pellejo de esa manera, pero a estas alturas de su vida y después de haber vivido los desastres de una guerra, perdiendo a su familia, aprendió muchas cosas, entre ellas que cada uno debe de pelear por sus propias batallas y no solo dejarse mover como una pieza más al servicio de otros.

Theodore a su derecha se mantenía firme, también inexpresivo con muchos pensamientos en su mente mientras era sometido al ritual de iniciación. Tampoco le importaba morir siempre y cuando se llevara al infierno un par de esos asquerosos que pretendían ser mejores cuando solo eran escoria.

Sanando Mis HeridasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora