Capítulo 3: Saliendo del cascarón

1.3K 191 132
                                    


Después de cenar con mis padres y evitar que papá me llevara en coche al hotel —cosa que por poco no logro—, fui caminando a paso lento por las calles de ida al piso que había pagado. No eran muchas las veces que andaba sola por la noche, pero el hotel no estaba muy alejado de la casa de mis padres de todos modos.

La gente que aún rondaba fuera de sus casas nos miraba con algo de curiosidad, suponía que por esos lados no era algo cotidiano ver pasear a un enorme conejo blanco atado a una correa. No me importaba en realidad, cuando estaba en Cuba también nos miraban de reojo. Pero mi mascota debía estar en constante movimiento porque de otro modo, se estresaba, y eso era motivo suficiente como para dejar de lado la inseguridad del qué dirán.

Acepté en quedarme en casa de mis padres en los próximos días, solo hasta que consiguiera dónde alquilar. Ellos no estuvieron muy contentos por lo último, pero suponía que fue su peor es nada.  No era que me desagradaba la idea de pasar tiempo con ellos, eso sí quería hacer. Pero solo eso, un tiempo. Un pequeño tiempo.

Y mientras más pequeño, mucho mejor.

***

Los días siguientes fueron aburridos, por no decir tediosos y deprimentes. Había pensado que al volver, tendría millones de cosas por hacer, lugares que visitar, conversaciones para ponerme al día de las circunstancias, pero ni siquiera tenía amigos con quienes encontrarme a dialogar.

Y mis padres estaban pendientes de mis cosas en todo momento.

—Buen día Becky, el desayuno está preparado en la mesa. —Mi madre corrió las cortinas de la ventana, haciendo que la claridad ingrese por esta, aunque no era tan potente como para decir que el sol estaba en lo alto del cielo.

—¿Qué hora es? —gruñí, cubriendo mi cabeza con la almohada.

—Es hora de que te levantes, cariño. —De un tirón la almohada se alejó de mi cara, y gruñí aún más fuerte—. Voy de salida al trabajo, si necesitas algo, no dudes en hablar con tu padre.

Besó mi frente para luego agregar un "nos vemos en la noche" y salir de mi habitación. Por mi parte, quise volver a cubrirme con la manta, para dormir un poco más, pero pronto Jo estaba saltando encima de mí y olfateando mi rostro.

—Vamos, apenas unos días ¿y ya estás de su lado? —Le tiré mi almohada cuidadosamente—. Traidor.

Jo me miraba, como pretendiendo entender mis palabras...

En contra de mi voluntad, me levanté de la cama para ir al baño y arreglarme. Al salir descubrí que apenas pasaron unos minutos de la siete de la mañana. ¿Por qué mi madre se esmeraba en levantarme tan temprano si ni siquiera era capaz de dejar que fuera sola al supermercado?

Bueno, estaba siendo exagerada; no era como si me retuvieran, o me tuvieran encerrada en la casa todo el tiempo. Es solo que, de ir sola o tardarme más de la cuenta en algún trámite, ya estarían lanzando miles de preguntas de a dónde fui, con quién estuve, por qué de demoré tanto, si estoy usando protección o métodos anticonceptivos. O simplemente mamá usaría esos ojos cargados de desilusión que tanta culpa me generaban, pero sabía que era parte de un pequeño trauma que todos cargábamos, de distintas maneras, pero lo hacíamos.

Papá no se metía en esos temas, él solo acataba las órdenes de mamá. Y la verdad, no sabía qué pensaba al respecto. Él era el topo. Todo lo que hacía, se lo contaba a ella. Y ni siquiera era algo disimulado.

Por ejemplo, cuando bajé a desayunar, lo vi sentado en la mesa leyendo el periódico. Me acerqué a él, y nos miramos cautelosamente; él acomodó sus anteojos y tomó su teléfono móvil del bolsillo izquierdo del pantalón.

—Raquel, el pichón ha salido del nido. Repito, el pichón ha salido del nido.

—¿Qué estás haciendo? —pregunté mientras me sentaba a la mesa y lo veía con los ojos entrecerrados.

—Oh, estoy avisando a la hurraca de tu madre que ya bajaste a desayunar. —Volvió a guardar el móvil—. Me dijo que le mande audios por WhatsApp.

—Iba a quejarme por llamarme pichón, pero definitivamente hurraca es peor.

—Yo soy el águila, pero Raquel no sabe de esos apodos —dijo y yo reí por lo bajo, mi padre tenía ese humor que compensaba todo lo que no me caía bien de él—. Y preferiría que no se lo comentaras...

—Podríamos hacer un trato —dije sonriendo maliciosamente, aunque solo era un pequeño juego que teníamos, pues ambos sabíamos que yo no me animaría a decirle hurraca a mi madre, por más de que aquello no haya sido idea mía.

—¿A qué quieres llegar, pequeña tramposa?

—Yo no le digo a mamá hurraca lo del apodo, y tú no le dices sobre mis horarios.

Lo pensó por unos segundos, mientras yo untaba mermelada en mi tostada. Esa era su forma de "desobedecer las leyes" sin sentirse culpable.

—También alejarás a esa enorme rata de la mesa.

Claro que no.

—Hecho —sentencié, y nos dimos un apretón de mano, cerrando así nuestro trato.

Un pequeño gran problema [COMPLETA]حيث تعيش القصص. اكتشف الآن