Capítulo 5: Problemas mentales

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En el día siguiente, mamá se sorprendió mucho al verme arreglada antes de que viniera a despertarme. Y como si no pudiera con su genio, se encargó de obligarme a comer las tostadas y yogur con frutas.

Les había dicho que debían abastecerse más de frutas, costumbre saludable que adquirí años anteriores. Comía frutas en todo momento, ya que, bueno... de eso trabajaba. No me pagaban por comer frutas —eso sería demasiado cool—, pero si me regalaban frutas en lo que iba del día.

—¿Dónde se quedará Jhon cuando no estés? —preguntó mamá mientras preparaba el café y ponía el periódico en la mesa para cuando papá se levantase.

—¿Quién es Jhon? —pregunté con notoria confusión. Lo único que faltaba es que haya inventado una persona para meterme drama y así tenerla con su nariz metida en mis cosas nuevamente.

—Jhon, tu hámster —respondió obvia—. ¿Dónde se quedará? Yo no estoy en todo el día, y no creo que Terrence esté interesado en cuidar animales.

—Además de que eso sería bastante peligroso —dije con cierto desdén—. Se llama Jo mamá, y es un conejo. Lo voy a encerrar en el baño de mi habitación, cuando iba a estudiar ya lo hacía.

—No entiendo cómo puedes vivir teniendo que limpiar sus desechos...

Reí al recordar los primeros días, tuve que olvidarme de mis cereales Nesquik. Pero su higiene no era muy difícil, solo debía cambiar la bandeja de sustrato cada medio día, además le acostumbré a hacer del dos encima de papel periódico.

***

Me vestí con unos pantalones de poliéster color beige que no cubrían mis tobillos, una camiseta básica blanca, y un blazer corto color azul marino. En mis pies, lo que vi más apropiado para llevar a un hospital —donde dependiendo la ocasión podría necesitar correr—, unas blancas zapatillas de plataforma.

Mi cabello castaño estaba planchado y suelto. Y de maquillaje solo usé un poco de máscara para pestañas y mi lápiz labial favorito color caramelo.

Me había preparado con gran esmero porque estaba ansiosa, y quería causar una gran primera impresión. Mamá me dio el visto bueno, y me acercó en su coche hasta el hospital.

Había quedado con Amber en encontrarnos en el estacionamiento a las ocho, pero luego me avisó en un mensaje que no iba a poder llegar porque estaba en urgencias, que debía hablar con la secretaria de recepción, que se encontraba en la entrada. Me informó que la secretaria se llamaba Olivia, y que solo debía darle mis datos y mi carpeta colgante con mis papeles de estudio. Amber iba a llegar unos minutos después.

Nerviosa, me dirigí hacia donde me había dicho, visualizando el lugar. Había un par de personas frente a un escritorio semi-pentágono de mármol que compartían dos uniformados, y me acerqué a la recepcionista que se suponía debía ser Olivia, ya que la otra persona era un varón. Las otras personas estaban en una fila, esperando a que éste se desocupara con la computadora para que los atienda.

—Buenos días, mi nombre es Rebbeca Houston y necesito hablar con Olivia —le dije a la chica que ahora me miraba con una sonrisa.

—Sí, soy yo. Nicholson dijo que ibas a entregarme una carpeta con tu expediente. —Se la tendí—. Y también necesito tu número de teléfono. Los demás datos me encargo yo de sacarlos de tu papeleo. ¿Me lo dictas?

Se lo dicté, aclaré que mi nombre llevaba dos B, y me explicó que me llamarían en cuanto debía ir a empezar con mi práctica, que de seguro iba a ser el siguiente lunes, pero que esté atenta. Me despidió con un amable "Hasta el lunes" y me giré para salir emocionada.

Al voltear, impidiendo mi camino se encontraba un hombre, joven y de buen ver, con una bata de médico dedicándome una sonrisa a modo de disculpa.

De manera torpe —por parte de ambos—, logré hacerme a un lado para que podamos seguir con nuestro camino. Pero para ese entonces Amber ya había llegado a mi campo de visión, sonriendo y levantando sus cejas con perversión.

—Así que ya conociste al buenorro del Doctor Fernández —dijo con sonrisa pícara.

Con ese doctor sí que me atiendo, pensé.

—¿Buenorro? —cuestioné riendo ante su ocurrencia.

—Ajá, es latinoamericano, así que ya tienen puntos en común, amiga.

No sé qué signifique, pero qué bueno que tengamos puntos en común.

—No entiendo por qué deberíamos tener cosas en común, amiguita —dije devolviendo su tono de malicia.

—Es que pronto van a tener muchos otros puntos en común. -Calló para esconder sus labios en una sonrisa recta—. Aparte de ser un bombón, es médico psiquiatra.

Boom, otro punto en común.

—Y es el médico encargado de tus prácticas aquí —añadió para regalarme una sonrisa, que, sin ser todavía psiquiatra, ya la catalogaba como una "sonrisa psicópata".

Y era entendible que se comporte de ese modo.

Con ese doctor hasta yo tendría problemas mentales.

Un pequeño gran problema [COMPLETA]Där berättelser lever. Upptäck nu