Capítulo 34: Oscuridad

554 96 67
                                    

Cuando llegamos al misterioso callejón oscuro al que me citó Sam, el taxista ―de nombre Natanael― me preguntó si estaba segura de que ese era el lugar. Y con lo poco que conocía a Sam, sí era capaz de hacerme ir hacia un lugar tan tétrico como ese, en la oscura y vacía noche.

Natanael se ofreció a bajar conmigo, preocupado por dejarme sola, pero me negué cuando pude distinguir a Sam entre las sombras, fumando un cigarrillo.

Sam se acercó al taxi, pidiéndole al conductor que se marchara. Él me miró por unos segundos, y ante mi mirada desconcertada ―por la actitud del rubio―, se negó.

―Lo lamento joven, la señorita vino conmigo y se irá conmigo.

―No te preocupes, yo la llevo a casa ―dijo, y después se dirigió a mí―. Tenemos que pasar por Austin.

―¿Qué? ¿Dónde está él? ―pregunté nerviosa, y mirando hacia los lados para saber si había alguien más acompañándonos, ya sea Alex o Austin.

―Te lo explico en el camino, vamos.

Asentí, y me volví para tomar mis cosas y despedirme de Natanael.

―Niña, si necesitas ayuda, no dudes en llamarme. Tienes mi número.

―Se lo agradezco ―dije y empecé a alejarme, pero no se marchó hasta verme desaparecer tras Sam.

Siguiendo a Sam, solo supe ponerme nerviosa. Él caminaba como si nada, como si fuera uno solo con la noche, por los pasillos oscuros, y yo empezaba a temblar de miedo.

Miraba hacia los costados, pensando que en cualquier momento algo o alguien podía salir de entre las tinieblas. Y estaba en eso, cuando choqué contra la espalda de Sam.

―Bien, ¿Tienes lo que te pedí? ―preguntó sin darse la vuelta.

―Sí, lo tengo. ¿Qué es lo que está pasando? ―cuestioné, empezando a rodearlo para quedar frente suyo.

Cuando lo vi, no pude evitar jadear. Sus ojos estaban inyectados en sangre, y su mandíbula tan tensa que podía escucharse el chirriar de los dientes haciendo fricción.

No pude evitar apartarme por la impresión

―Muy bien, dulce Becky ―dijo y nuevamente se acercó peligrosamente a mi rostro, para terminar extendiendo su mano―, no tenemos todo el día, te agradecería si hacemos todo esto lo más rápido posible.

Le entregué lo que me pidió y lo vi acercarse a una especie de banca bastante deteriorada, bajo una farola que titilaba.

―¿Traes bolígrafo? ―preguntó, y yo le pasé el mismo con el que había hecho firmar a la señora Marga ―, perfecto.

Quise dejarlo ahí, escribiendo palabras y garabatos en el papel, alejarme y volver a casa, pero cuando terminó, se levantó bajo mi mirada expectante y me tomó la mano, como si temiera que pudiera escapar.

La verdad, su presencia me ponía los pelos de punta, él era realmente escalofriante.

Llegué a pensar que podía leer mis pensamientos asustados, ya que dejó escapar una risa que en mis oídos resonó bastante siniestra, y tiró de mí hasta adentrarnos más en el callejón.

―¿Dónde vamos? ―pregunté nerviosa, y totalmente arrepentida de haber aceptado ser parte de aquello que no sabía ni de qué se trataba. Qué digo nerviosa, estaba nerviosísima, al borde de entrar en un ataque de pánico.

―No hagas ruido ―pidió, presionando más su agarre, casi arrastrándome.

El miedo me invadía, y sentí las lágrimas amontonarse en mis ojos, no sabía en qué lío me había metido, y de verdad estaba asustada.

Quería soltarme de su agarre, correr, gritar y llorar. Lo que sea con tal de no estar a su lado un segundo más. Recordaba cuando lo vi por primera vez, asustado y luego lo recordé golpeando salvajemente a Alex.

Sin pedir permiso, lágrimas silenciosas cayeron por mis mejillas.

Hicimos un giro más, y luego salimos en un desolado aparcamiento poco iluminado, donde estaba su Jeep. En un momento, Sam se giró a verme, y terminó soltando mi mano sorprendido y horrorizado.

―¿Estas bien? ¿Por qué lloras? ―dijo, cambiando su faceta extrañamente, esta vez se mostró de manera dulce y tomó mi rostro entre sus manos, de una manera delicada.

Bien, eso no me lo esperaba. Me había imaginado miles de cosas, y en todas él era un loco sin sentimientos, pero verlo preocupado me hizo replantearme todo. Yo siempre estaba prejuzgando.

En el momento, me sentí estúpida por pensar siempre en lo peor, y solo le pude sonreír a su amabilidad y preocupación.

―No es nada, solo que el frío arde en mis ojos ―mentí, mientras trataba de alejarme de su tacto, pero sin lograr el cometido.

―No te asustes preciosa, yo no te haré daño. Solo necesito de tu ayuda ―dijo y dio un ligero apretón en mi mejilla, para después encaminarme a su auto y abrirme la puerta del copiloto, sin esperar mi respuesta.

Después de ingresar, terminé dando un respingo darme cuenta de que había otro tipo sentado atrás.

Sam encendió la luz cuando entró y pude ver al tipo de atrás sonriendo, golpeado, con morados bastantes importantes y uno que otro corte sangrante. Inmediatamente intenté volver a abrir la puerta, pero el rubio volvió a detenerme poniendo los seguros.

Mi corazón palpitaba de manera desmesurada a causa del terror, y me ponía aún peor la tranquilidad que mostraba el rubio.

―No te preocupes por él, tiene las manos atadas ―dijo Sam de manera casual, como si eso pudiera reconfortarme.

De todos modos, me giré para mirar sus manos y comprobarlo.

―Uhmm, ¿Dónde se supone que vamos? ―pregunté fingiendo calma, cuando en realidad quería hacer millones de preguntas a los gritos.

En mi cabeza pensaba que si no lucía alterada, no iba a darles motivo para hacerme daño.

Sam sonrió complacidamente y puso el auto en marcha antes de responder.

―A la estación de policías.

Un pequeño gran problema [COMPLETA]Where stories live. Discover now