Capítulo 4: Caras conocidas

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Decidí usar mi día libre de horarios, para hacer compras.

Para poder aprovechar la mañana, me apresuré en darme una ducha, poner talco a Jo, y vestirme con un sweater corto de algodón blanco, jeans claros, y unas botas Ugg's beige con pompones. Eran unas de las únicas prendas que tenía que iban acorde al clima del lugar.

Listos para salir, metí a Jo en el bolso y nos fuimos directo al centro comercial.

Quería cambiar mi ropa tropical y comprar algunos libros. Mi ropa era lo más importante, ya que un par de días después iba a llevar mis datos en un par de hospitales —lo busqué en Internet, y eran en total cinco los que hacían las prácticas que necesitaba—, para saber en cuál podría hacer mi residencia; por eso, debía verme presentable.

Mamá quería acompañarme para hacer las compras, y ella podía recién el sábado, pero aún faltaban un par de días porque estábamos en martes, y mi ansiedad no podía esperar tanto.

Una lástima, mamá.

De todos modos, no era como si necesitara mucha ayuda, y lo comprobé cuando en menos de una hora, y una vez terminada con las compras, entramos en Starbucks. Ya con mi frapuccino macchiato con caramelo, y un par de barras de cereal con frutas, nos sentamos en una de las mesas más retiradas.

Estaba leyendo uno de los libros que había comprado, mientras le convidaba la barra de cereal a Jo, que apenas sacaba la cabeza del bolso de una manera tímida, cuando visualicé a una chica con pantalón y chaquetilla azul marino; ella dio un mordisco a su muffin y se acercó a mí para decirme—: ¿Rebbeca? ¿Eres tú?

Dudosa, respondí con un asentimiento de cabeza un tanto confundida.

—Escuché que estabas de nuevo en la ciudad, pero no sabía si los rumores eran ciertos —dijo con mucho énfasis—. ¡Qué envidia tu bronceado, amiga!

Solo conocía a una persona que me llamaba así, amiga. Llámenme antisocial.

—¿Amber? ¿Amber Nicholson?

—Sí tonta, ¿quién más? Que el nuevo color de mi cabello no te confunda.

Amber era amiga mía en el instituto, aunque siempre pensé que solo se sentaba conmigo porque ella no era muy buena con las tareas. Me caía bien, pero era bastante tonta. Además, fue una de las pocas personas que se había animado a ingresar a mi casa, y que después de conocer a mis estrictos padres, siguió acercándose para pedirme los deberes.

Estaba distinta, su cabello —como bien lo dijo— tenía otro color. Estaba de un rubio casi blanco.

—Lo siento, es que hace muchos años no nos veíamos, ¿qué tal estás?, ¿qué has hecho de tu vida?

Tomó asiento al lado del bolso de Jo, que se había metido cuando escuchó su voz.

—Estoy más interesada en tu osadía nena, yo estoy siendo enfermera desde hace un par de años -dijo con una mueca.

—Yo necesito hacer mi residencia en un hospital, a eso he venido -dije y luego le di un sorbo al frapuccino—. Si no quieres perder tu muffin, aléjalo del bolso.

Ella no entendiendo, se volteó hacia el bolso, y brincó sorprendida al ver a Jo olfateando su mano.

—¡Carajo! —exclamó sorprendida, y ambas reímos—. Puedo hablar en el hospital donde trabajo, ya sabes, para que puedas empezar lo antes posible... ¿Los conejos pueden comer pastelitos?

La idea de Amber me gustó, no solo por empezar lo antes posible, sino también por tener una cara conocida cerca. No era una persona fácil para hacer amistades, eso ya había quedado claro. Estando en otro país era más fácil excusarme al no tener amigos, ya que era extranjera y... bueno, no había ninguna excusa decente. La gente ahí era muy amigable, pero nada pasaba de temas de estudio, y fuera de la universidad solo el saludo. También creía haber entablado una amistad con alguna de las señoras que venían a comprar frutas al mercado, pero nada especial.

Entre charlas y caricias de Amber hacia Jo, me citó al día siguiente en el hospital PrairieCare. Coincidimos en que el hospital donde ella trabajaba, contara con un área psiquiátrico. Era un enorme edificio de dos alas, uno especializado totalmente en el área de salud mental, y el otro —la parte central—, era un Hospital PHP/IOP. Ella solía estar de guardia en ambos lados, por turno. Y dijo que iba a hablar con sus superiores para facilitarme los trámites. Como ella trabajaba de enfermera y estaba aprendiendo parte de instrumentación quirúrgica, estaba prácticamente todo el día por ahí, y ya se tenía la confianza total de sus jefes.

Emocionada, volví a casa para compartir mi alegría con alguien.

Un pequeño gran problema [COMPLETA]Where stories live. Discover now