Capítulo 71: Houston, tenemos un problema

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Pasó un mes después de aquel movido día, y nuestras vidas volvieron a estar tranquilas y parecían normales.

Lo primero y principal, Jo terminó siendo amiguita, y también terminó teniendo seis conejitos, de los que mi amigo ―no novio― y yo nos hicimos cargo orgullosamente.

Amber volvió a ser la amiga de siempre, esa que se escondía en el baño para conversar con su conquista ―conquista que no quería decirme quién era―, y se emocionaba por hacer noche de chicas en las que se sumaba mi novio ficticio.

Maddison y Dana volvieron a Chicago, que era el lugar en donde vivían ambas, pero regresaban a Minnesota de vez en cuando para seguir su tratamiento con el apoyo de mi padre, y los cuidados de Amber y... un poco de los míos. Aparte, teníamos un grupo de WhattsApp familiar, en el que estábamos metidos Terrence, Maddison, Dana y yo. Se sentía bien tenerlos en mi vida, de una forma rara, pero tenerlos al fin.

Sam no se despegó de mi lado en ningún momento, incluso en el tiempo que pasaba en el hospital, él me esperaba afuera, o vagando por los pasillos, charlando con algunos doctores o enfermeros, de lo más casual.

Por otro lado, Austin no se dignó a volver a verme, y eso me ponía de mal humor. ¿Acaso todos los chicos que me gustaban iban a hacerme lo mismo? Primero lo hizo Alex, y luego él.

Eres patética, Houston.

Y ya que habíamos nombrado al ―como lo llaman― imbécil de Alex, cabe resaltar que volvimos a retomar una amistad, basada en el hospital y en regaños de ambas partes por habernos involucrado con Sam en algún momento. Alex estaba avergonzado por las cosas que había hecho, pero lo comprendía muy a mi pesar. De todos modos, me aclaró que siempre me consideró una buena persona, y si no podía tener algo romántico conmigo, al menos me cuidaría como amiga. El rubio reía con gracia ante eso último, siempre. Y yo, bueno... no sabía qué pensar.

En fin, todo estaba calmado, y todos lo disfrutábamos. Habíamos olvidado incluso todo lo que nos agobió en su momento e hicimos nuestra rutina diaria como se debía.

Un viernes, después de otro largo día en el hospital, nos habíamos reunido en la casa de Amber a beber cervezas y mirar películas en pijama; pero cuando Sam apareció en su Jeep, salimos a la acera a fumar hierba.

―Ustedes dos son una mala influencia ―señaló Amber, y con su dedo acusatorio sostenía el blunt―. Diría tres, pero el niño no viene hace mucho.

―Tengo hambre ―me quejé, para evitar hablar de Austin y llenarme de mal humor.

―Deberíamos ir a Mc ―opinó Sam, buscando sus llaves entre su ropa.

Los tres nos metimos al vehículo sin rechistar, como estábamos acostumbradas a los planteos que hacía el rubio.

Cuando nos habíamos sentado en una mesa bastante alejada, después de ordenar, Sam recibió una llamada.

―Estoy ocupado ―dijo después de contestar―. Sí... ajá. ¿Por qué no irías? ―Sam se veía molesto―. Deberías ir, siempre te lo estoy diciendo. ¿Por qué nunca me haces caso? ―Su rostro se puso serio y luego nos miró indignado―. Me colgó.

―¿Quién? ―pregunté curiosa. Nadie debería colgar a Sam, o hacerlo enojar.

―Austin ―respondió, aún indignado―. Tenemos un problema...

―¿Otro? ―preguntó Amber, mientras masticaba su hamburguesa.

―Debemos ir a una fiesta... ―Mi amiga chilló emocionada y él la miraba con un deje de repugnancia por la escena de ella y su boca llena de comida―. Bueno, nos vamos.

―¿Qué? ¡Estoy en pijama! ―me quejé.

―¿Y qué? ―preguntó Sam―. No intentas impresionar a nadie, ya tienes un novio. Además, es una fiesta de ingresantes universitarios, no pasa nada.

―Él tiene un punto ―dijo Amber, dirigiéndose a la salida del local―. Yo también estoy de pijama, y la verdad no me interesa impresionar a un grupo de chiquillos.

―Hablando de eso, tenemos que buscar primero a Austin.

***

Pasaron un par de horas desde que habíamos ido a buscar a Austin y terminamos obligándolo a que asistiera a aquella fiesta, porque según Sam, el chico debía divertirse con personas de su edad.

―¡Por Dios! ―gritó Amber, mirando de arriba abajo a un chico bailando―. ¡Si así te mueves ahora, no sé qué pensar!

―¿Esto no es ilegal? ―pregunté, mirando a un par de chicos que parecían como de dieciséis años. Mi amiga encogió sus hombros y siguió bailando.

A pesar de estar vestidas con ropa para dormir, habíamos conseguido que un grupo numeroso de chicos se amontonaran a nuestro alrededor. Nosotras bailábamos entre las hormonas, mientras Sam miraba la escena desde el rincón, muy frustrado a decir verdad.

El primer rato que pasamos en aquella fiesta, él estuvo espantando a todos los que se me acercaban, inclinándose tanto hacia mí, que pude sentir su peso aplastante en varias ocasiones. Le tuve que explicar que solo iba a bailar con Amber y que no lo iba abandonar. Y así quedó, en el rincón, mirando como un perrito moribundo a aquellos pubertos que intentaban tocarnos. Cada tanto alguien se acercaba a él, y cambiaba la cara, pero tan solo por unos minutos

Me enteré más tarde, que la idea principal de estar allí no era acompañar a Austin, sino vender un poco de mercancía. Austin estaba al tanto de la mayoría de los aglomeramientos juveniles, y por eso siempre que sabía de alguno, avisaba al rubio para así ganar algo de dinero.

Habíamos bebido tanto, y la combinación de cervezas y vodka, lejos de marearme, tuvo el efecto contrario. Me sentía exaltada, como si pudiera llevar el mundo por delante.

La adrenalina me hacía mover el cuerpo al ritmo de la música, divirtiéndome como nunca antes lo había hecho.

―No puedo creer que la estés pasando tan bien junto a un grupo de chiquillos ―me burlé por encima de la música, imitando sus palabras y riendo.

―¡Nunca antes me sentí tan deseada! ―gritó ella exaltada, mientras un chico la tomaba por la cintura bailando.

A pesar de estar divirtiéndome, muy en el fondo de mi cabeza sabía que había algo raro en todo aquello.

Un pequeño gran problema [COMPLETA]Where stories live. Discover now