Capítulo 39: Momentos incómodos

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Después de mi corta respuesta, Austin soltó bruscamente mi muñeca y salió del apartamento muy deprisa. Incluso dejó su camiseta en el sillón.

¿Estas coleccionando ropa de hombre, o qué?

Mis pensamientos me hicieron salir del pasmo que dejó la reacción de Austin, ya que en un momento parecía interesado por saber por qué estuvo Alex aquí, y de pronto se iba, dejándome con la respuesta, y millones de dudas.

Oh pequeño Austin, sigues estando rayado.

Suspiré con cansancio y me dirigí al cuarto de baño para preparar la bañera y empezar a desvestirme. Lo que necesitaba en esos momentos era un buen baño de relajación, un té y a la cama.

Estaba solamente en ropa interior cuando había ido hasta la cocina para dejar preparado mi infusión caliente, y escuché sonar mi teléfono desde la sala, con el tono de llamada de Amber. Los últimos acontecimientos habían hecho que me olvidase su existencia, mi buena amiga.

Corrí apresurada para contestar, porque no podía esperar para contarle todo lo sucedido, pero antes de llegar, grité con horror, cubriendo mi cara ante lo que veía frente a la puerta.

―¡Diablos! ―gritó Sam alarmado― ¡Rebbeca! ¡¿Qué estás haciendo desnuda?! ¡Cúbrete!

―¡¿Qué estás haciendo tú aquí, de nuevo?! ―De pronto empecé a oír como inhalaba y exhalaba― ¡Sam!

Yo seguía sin moverme, cualquiera en mi lugar hubiese corrido a buscar algo con qué cubrirse, pero yo me quedé ahí esperando inútilmente desaparecer, mientras mi teléfono seguía sonando en su lugar.

―¿Por qué te cubres el rostro? ¡Tapate a ti! ―gritó Sam de nuevo, pero cuando saqué las manos de mi cara, lo vi mirando directamente hacia mis pechos, desconcertado. Con la mayor velocidad que mi torpeza me permitía, los cubrí con mis brazos y sentí mi cuerpo arder en vergüenza.

Sabía que fue muy pronto cerrar aquella lista de cosas estúpidas que hice en las últimas horas.

―¡Voltéate! ―exigí, para que no viera mi cuerpo desnudo al correr rápidamente hacia mi habitación.

Cuando regresé, ya vestida y cubierta desde el mentón hasta los pies, lo encontré mirando hacia la puerta.

―Ya estoy vestida, puedes girarte ―le dije aún muerta de vergüenza, pero el negó con la cabeza―. ¡Sam! ―volví a gritarle. Él se giró, y su cara estaba totalmente roja―. ¿Qué rayos estás haciendo aquí?

―Yo vine a uhmm, vine a pedirte disculpas ―balbuceó mientras una nueva capa de rubor cruzaba su cara, sus orejas debían arder―. Me comporté como un idiota hace un rato.

Yo asentí, coincidiendo en que había sido un idiota. Y estuve a punto de preguntarle por qué había reaccionado así, pero otra pregunta se me adelantó.

―¿Es que acaso no sabes que no puedes ir ingresando a las casas de los demás como si nada?

El cuerpo humano era algo natural al igual que su desnudez, pero aun así me parecía algo muy íntimo. De todos modos, sabía que era infantil hacer un drama por tan descuidado bochorno, eso era lo que haría siendo yo naturalmente, pero me esforzaba por ser un adulto.

Él tragó saliva, todavía no pudiendo hacer contacto directo con mis ojos, su mirada vagaba hacia todos lados, menos en mí. De pronto su vista se posó en algo en el sillón: la ropa de Austin.

―¿Becky? ―preguntó en un tono áspero. Nunca iba a cansarme de repetir que la velocidad en que podían cambiar sus estados de ánimo eran sorprendentes... y escalofriantes.

―¿Si? ―pregunté dubitativa, no olvidaba cómo se había puesto la última vez que encontró una prenda de Alex en mi baño.

Él no respondió, su mandíbula estaba tensa mientras recorría el camino desde la sala hacia mi habitación con la mirada, y luego me sonrió con malicia. Terminó dirigiéndose con los pasos apresurados hacia allí, y yo corrí tras él, sin abrir mi boca por temor.

Abrió la puerta de un golpe, haciendo que Jo se sobresaltara en su lugar, y yo fui hacia él tomándolo en brazos, tratando de calmar su acelerado corazón.

Dato curioso: los conejos pueden sufrir paros cardiacos con mucha facilidad.

Sam se adentró, revisó bajo mi cama, y abrió el armario de ropa.

―¿Qué estás haciendo? ―pregunté por fin, aún estaba sentada en el suelo acariciando a Jo mientras lo veía revolver mi habitación. El me miró por unos segundos, suspiró y se dejó caer sentado en mi cama.

―Yo pensé que ―calló de golpe―... ¿Dónde está Austin?

Lo miré con el ceño fruncido un momento, pensando. Entonces, acomodé las ideas y mi mandíbula se desencajó. También estaba casi segura de que por poco mis ojos salían disparados de sus cuencas.

―¡¿Estás pensando que Austin y yo ...―Cubrí mi boca de golpe, negándome a seguir con aquella conversación.

Él tan solo suspiró, y terminó relajando sus hombros.

―No puedes culparme. Estabas desnuda, y la ropa de él estaba en el sillón ―comentó con una sonrisa divertida.

Negué repetidamente mientras sentía que la sangre había abandonado mi cuerpo; por lo menos, no me había sonrojado. Dejé a un lado a Jo, captando la atención del rubio que me volvió a mirar ceñudo.

―Creo que es una de las disculpas más raras que he presenciado ―dije suspirando.

Él se rió negando.

―Estás chiflada ―soltó él, mientras yo lo miraba incrédula. Él no estaba en posición de decir aquello―. De todos modos, no respondiste mi pregunta.

―¿Cuál?

―¿Dónde está Austin?

Yo recordé lo que pasó con él, y me encogí de hombros.

Nos quedamos callados durante un momento y recordé lo incómodo que podía llegar a ser su presencia. No nos conocíamos en nada, y todavía no podía entender totalmente su regreso. ¿Había regresado solo para pedirme disculpas? Es decir, estaba claro que lo mínimo que podía hacer era disculparse conmigo después de casi haberme golpeado. Pero él no se veía como un tipo que pidiera disculpas.

Me tensé al instante, volviendo a recordar que estar cerca de él era peligroso. El drama anterior no me permitió pensar con claridad el riesgo que corría, pero era esa clase de riesgo que llegaba a tu vida sin poder evitarlo.

De esos que ni siquiera golpean la puerta.

De pronto, el sonido del timbre rompió el silencio y me levanté de golpe.

¿Quién podría ser?

Junto a Sam nos miramos, sin saber cómo reaccionar, hasta que él volvió a recostarse desganado.

―¿Esperas a alguien? ―preguntó, sin emoción particular, pero lo dejé atrás sin responder, mientras sonaba el timbre insistente.

Y cuando abrí la puerta, me sorprendí totalmente.

Un pequeño gran problema [COMPLETA]Where stories live. Discover now