Capítulo 53: Cotard

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El lunes me encontré con algo inesperado en el hospital. Una cosa que estaba realmente estaba fuera de todo lo que pude haberme imaginado que sucedería en algún momento: el doctor Alex había hablado con los otros psiquiatras tutores, para hacer un intercambio de pasantes.

Así fue, se deshizo de mí como un trapo viejo.

¿Cuál fue su excusa?

Pues, solo dijo que ninguno de sus pacientes estaba cómodo conmigo. Lo cual era una total mentira. Hasta ese día, solo había tenido problemas con dos personas. Una, que ni siquiera era un paciente al que llevara registro, quien fue el responsable de romper la cafetera en los gabinetes de papeleo, y la otra fue Melínoe, pero eso ni siquiera podía considerarse un problema.

El colmo de todo eso, fue que él ni siquiera me lo dijo de frente. No lo había visto a lo largo del día, y no podía entender qué fue lo que hice mal.

La verdad me sentí decepcionada. Me gustaba aprender con el doctor Alex, a pesar de que en la última semana no hizo más que ignorarme y tratarme como una mandadera.

Bueno, ¿para qué mentir? Lo que me gustaba era estar cerca de él y todas las emociones que me provocaba.

De todos modos, mi nuevo médico tutor no estaba mal.

Un hombre mayor, de unos cincuenta y largos, con cabello blanco, piel rosada y una barriga bastante pronunciada. Me refería a que no estaba mal en el sentido de aprendizaje, pues, aprendí mucho desde el primer momento.

El doctor Martin Scott era amable de una manera un tanto fría. No sabría cómo explicarlo, su trato era como si quisiese ser simpático, pero años de profesión lo impedían con seriedad. Al parecer, tratar con la salud mental de la gente te vuelve un poco tosco.

―Pues mira, con este paciente te puedes esperar cualquier cosa ―dijo él, mientras mirábamos la puerta cerrada de uno de los dormitorios―. Solo fíjate en sus ojos, sabrás si algo anda mal de inmediato.

Estábamos a punto de ingresar en la habitación de Lucius Baker, un hombre que padecía una rara enfermedad mental que le hacía delirar.

Síndrome de Cotard.

En palabras simples, Lucius pensaba que él estaba en aquel hospital porque queríamos robar sus órganos.

Sip, ese síndrome existe.

Cuando ingresamos, Lucius estaba acostado boca arriba en la cama, tapado con las sabanas y mirando hacia el techo con sus manos entrelazadas sobre su tórax.

―Lucius ―saludó el doctor Martin mientras se acercaba a él―. ¿Cómo has estado?

―Regular doctor, solo puedo estar regular ―respondió sin moverse del lugar.

El doctor me hizo un gesto para que guardara silencio, mientras se ponía frente a él y le pedía que se incorpore.

―Eso es bueno, antes no podías pasar de estar "derrotado" ―comentó Scott―. ¿Qué tal vas con tus nuevos enfermeros?

―No hablan mucho ―respondió, incorporándose con ayuda de sus manos, y cuando se dio cuenta de mi presencia, me miró fijamente. La verdad no pude descubrir si "algo andaba mal" como había dicho el doctor. Solo podía ver una mirada vacía―. Hola, querida. ¿Cuál es tu nombre?

Miré a Scott para cerciorarme de que no había problema en responder, y él solo asintió aprobatoriamente.

―Hola, yo soy Rebbeca Houston. ¿Cómo te sientes?

―Me siento muy bien, no siempre se me da de ver una chica bonita por estos lados ―dijo sonriendo amable―. Es una lástima que no pueda pararme, de otro modo te invitaría un café.

―¿Por qué no puedes pararte? ―pregunté, mirando al doctor para entender. Él solo se encogió de hombros.

―Pues, fue difícil de asimilarlo ―dijo apesadumbrado―. Hoy me desperté y estos bastardos amputaron mis piernas.

Levantó las sabanas de su cuerpo, mostrando sus piernas intactas.

Lo miré apenada, mientras él negaba con pesar. Se abrazó a sí mismo, balanceando su cuerpo adelante y hacia atrás.

El doctor Scott le dijo un par de cosas, pero Lucius no volvió a contestar, él solo se limitaba a cantar cosas sin sentido y balancearse. Una imagen bastante tétrica a decir verdad.

Cuando salimos, yo no sabía que decir.

―Hoy se lo tomó bastante bien ―dijo guiándome hacia la siguiente habitación―. Generalmente hace un escándalo. Dice ver cómo los enfermeros entran y salen de su habitación con cajones y bolsas de trasplantes que sacan de él.

―Eso suena horrible ―dije, imaginando ver aquellas cosas.

―Lo peor es que su cerebro manda aquella información. Es decir, el en verdad siente el dolor de lo que no tiene, o el dolor de que algo le falta.

***

Cuando fui a buscar a Amber, la encontré en la cafetería, pero ella no estaba sola.

―Hola ―solté cuando estuve frente a ella, me había acercado por su espalda, por eso no me sorprendió haberla asustado.

―¡Maldición! ¿Qué haces aquí? ―preguntó totalmente nerviosa, mientras pasaba su mirada de mí hacia la niña que tenía enfrente.

―Trabajo aquí ―respondí obvia―. ¿Quién es tu amiguita?

Le revolví el cabello en un gesto que yo hubiese odiado si fuera una niña, y le sonreí amable.

―Oh, ehmm... e-ella es, ella es la hija de una amiga ―respondió sin mirarme―. Mi amiga tuvo que salir y no tenía con quien dejarla.

―¿Cómo te llamas? ―le pregunté.

―Mi nombre es Dana, y estar aquí no es tan aburrido como esperaba ―dijo ella sonriente.

―Oh, eso es muy bueno ―dije desconcertada, tratando de sonreírle de regreso―. Amber, la verdad nunca te vi cuidando de alguien. Esto es nuevo.

Dana y yo reímos, pero Amber solo seguía mirándome asustada. 


Un pequeño gran problema [COMPLETA]Where stories live. Discover now