Capítulo 40: ¿Esto es en serio?

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Había dejado atrás a Sam, puede que hablando solo, y me apresuré a abrir la puerta, pero cuando lo hice, me sorprendí al ver quién era la persona que había estado tocando insistentemente el timbre.

―¡Por Dios! ¿Por qué diablos no contestabas mis llamados? ―gritó Amber, ingresando al apartamento.

Había olvidado ese pequeño detalle.

―Yo ehmm, lo siento ―murmuré, no sabía qué decir realmente, ni el porqué de su insistencia―, estaba por contestarte, pero algo surgió.

En ese preciso momento, nos quedamos petrificadas al ver a Sam acercarse hacia nosotras a través del pasillo que separaba mi habitación de la sala, acariciando al peludo Jo que estaba en sus brazos.

Bien, eso no se veía bien en ningún sentido.

―Nicholson ―dijo él, despreocupado, con un movimiento de cabeza en señal de saludo.

La mirada confundida de Amber era deslumbrante.

―¿Esto era lo que no te dejaba responder? ―preguntó cuando salió de su conmoción, aún con el ceño fruncido y mientras lo apuntaba.

―En realidad, no sé qué sigue haciendo aquí ―contesté, mirando como mimaba a Jo ensimismado―. ¿Sam?

―Estaba buscando a Austin, dulzura ―dijo él, siguiendo en lo suyo―. Pensé que eso había quedado claro.

Amber nos miraba, alternando su vista de uno al otro. Se le notaba nerviosa, y quería preguntarle cuál era el motivo de su llamada, su visita, y su estado tan ansioso, pero simplemente me quedé callada, esperando que simplemente las cosas se solucionaran por sí solas.

―Bien, no entiendo nada ―informó la rubia, estirando sus cabellos en un gesto de frustración―. Creo que necesito un trago.

Sam palpó sus bolsillos con su mano libre, para sacar sus llaves y lanzárselas a mi amiga, quien las atajo apenas, cuando rebotó en su pecho. Ambas lo miramos desconcertadas.

―¿Qué? ―cuestionó él, mirándonos ―. Yo también necesito un trago.

―¿Estas de broma? ―preguntó la rubia, y agradecí que fuera lo suficientemente inteligente como para decidir que era una pésima idea beber con Sam―. Tengo mi propio auto abajo, voy a conducir el mío.

La miré indignada. ¿En serio?, ¿acaso yo era la única persona cuerda aquí?

¿Te recuerdo tu lista de cosas cuerdas que hicimos?

―No quería que conduzcas mi Jeep ―dijo Sam confundido―. Tengo whisky en el maletero.

Claro, y lo decía de la manera más obvia del mundo. Porque todos teníamos botellas de alcohol en el maletero.

―Bien, eso acelera el proceso. ―Amber giró sobre sus pies para dirigirse hacia la puerta rápidamente, y en mi mente lo vi como si tan solo quisiera escapar de la situación, algo que yo también quería, pero lastimosamente estábamos en mi apartamento―. Vuelvo en un parpadeo.

Cuando se fue, Sam se instaló cómodamente en mi solitario sillón, dejando a Jo en su regazo. Yo miré a mi amiguito blanco con recelo, él parecía realmente cómodo con aquel intruso.

―¿Qué crees que estás haciendo? ―le pregunté, todavía no entendía qué seguía haciendo en mi sala. En mi apartamento. En mi vida. En fin.

―Estoy esperando a que vuelva la enfermera con una botella de Jack Daniels ―dijo entusiasmado, mientras se frotaba las manos y se relamía los labios―, esto será como una de mis fantasías.

¿Es que todos tienen fantasías con agentes de la salud?

―No me refiero a eso ―le dije rápidamente, para no empezar una conversación incómoda―. Me refiero a qué sigues haciendo aquí. Ya te disculpé, sabes que Austin no está conmigo. Ya puedes marcharte ―agregué señalando la puerta, pero él solo reía―. ¿Qué es tan gracioso?

―Me caes bien, Rebbeca ―dijo él, con un tono simpático y bastante raro―. Eres una amiga bastante peculiar.

―¿Somos amigos? ―pregunté conmocionada―. ¿De qué estás hablando?

Él se encogió de hombros volviendo a acariciar a Jo.

―Bueno; me ayudaste a sacar a Austin, nos tomamos de la mano, me invitaste a tu casa ―dijo, mientras comenzaba a enumerar con los dedos, y yo lo miraba como ya estaba acostumbrada: confundida totalmente―, te vi casi desnuda...

Lo silencié poniéndome roja nuevamente, él me seguía mirando con una simpatía totalmente inocente.

―No es necesario que sigas, Sam ―le dije, aturdida por la conversación.

―Y, sobre todo, porque me perdonaste el haberte hecho daño ―dijo, pura honestidad sonaba en su voz mientras me miraba a los ojos―. Tú no me haces sentir como si fuera un demente.

Tragué saliva sin saber qué decir.

―Es por eso que eres mi amiga, ya tenemos confianza ―dijo volviendo a acariciar suavemente a Jo―. Además, tu mascota es muy bonita.

Suspiré, resignada. A lo mejor no era tan malo, tener su amistad implicaba que no debía tenerle miedo, y eso me relajaba un poco. De todos modos, mi lado racional me decía que no debía bajar la guardia.

Me senté a su lado, manteniendo una distancia prudente entre los dos.

―Deberíamos buscar a Austin ―murmuré, de pronto sentí la pereza apoderarse de mi―. Él parecía muy enojado cuando se marchó.

―Entonces no deberíamos buscar a Austin ―dijo susurrando cerca de mí, como si se tratara de un secreto―. Cuando esté tranquilo, volverá. No irá muy lejos, todas sus cosas están en mi auto.

―Además, no tiene camisa ―dije pensando en que seguramente andaba deambulando con el torso desnudo por la fría noche, me preocupaba porque podía enfermarse.

―Ese no es un problema ―volvió a susurrarme, y estaba tan agotada como para que ni siquiera me molestase su cercanía.

Dormiste toda la tarde, Rebbeca, señaló mi subconsciente.

Pero los acontecimientos recientes me habían agotado mucho mentalmente.

Suspiré pesadamente, y Sam volvió a acomodarse en el sillón, al mismo tiempo que entraba Amber con una botella de Jack Daniels en cada mano.

Esta será una noche interesante.

Un pequeño gran problema [COMPLETA]Where stories live. Discover now