Capítulo 70: Mentiras ocultas

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Después de conversar un poco para enterarme de quiénes eran los que nos asechaban y hasta qué serían capaces de hacernos si nos encontraran en la calle, volví a la habitación por petición del rubio; sentía miedo hasta de existir, por lo tanto, dejé a Sam ―según él― vigilando. Y así pude dormir un poco, tres horas eran mejor que nada.

Cuando salió el sol, otra vez él nos acercó al hospital; más temprano que de costumbre, para poder ver a Maddison un momento. Después de dejar al rubio vagando por los pasillos, nos dirigimos a la sala donde se encontraba mi hermana, y la vimos mucho más animada que la noche anterior, conversando muy alegre con Amber.

―Toc toc. ―Hice el ademán de golpear la puerta, para interrumpir con permiso; Dana ingresó corriendo hacia su madre y la envolvió en un abrazo.

―¿Cómo estás, cielo? ―preguntó Maddison, sonriente.

―¡Bien! ¿Sabías que Becky tiene un conejo? ―comentó intrépida―. La muy tonta no sabía que era alérgica.

―No hables así, es tu tía ―regañó su madre, con dulzura―. Me enteré, papá me lo comentó por mensajes.

Saber que mantenían contacto me hizo sentir fuera de lugar, como que si nunca fui partícipe realmente de la familia Houston. Trataba de que me diera igual, pero el pequeño ardor en el pecho era inevitable.

Nos quedamos conversando cosas insignificantes durante un tiempo, tiempo en el que no paraba de corroborar la hora en el reloj de mi teléfono móvil. No quería retrasarme.

―Ma, no quiero ser impertinente, pero debo dar los exámenes la siguiente semana.

―No te preocupes, estoy segura de que entenderán tu inasistencia ―repuso mi amiga, pero mi hermana hizo una mueca.

―No puede faltar, ya lo teníamos previsto. Estoy pagando mucho la colegiatura, y no puedo hacer que se retrase ni un poquito más.

―Con más razón, deberías postergar un poco las fechas ―insistió la rubia.

―Ya no podemos, lo hicimos la última vez que vinimos ―informó la niña, bufando―. Debo ir a rendir los exámenes y cumplir horarios extras.

―Pero tú debes recuperarte ―solté preocupada, dirigiéndome a Maddison―. ¡Debes estar en reposo!

―Ella no puede faltar.

―¡La acompaño! ―soltamos Amber y yo al unísono, y luego nos miramos confundidas, mientras Maddison reía.

―Ustedes tienen sus obligaciones, no tienen que hacerse responsable de mi hija ―dijo mientras sonreía con agradecimiento―. Además, hoy me dan el alta, estoy bien.

―Pero Maddy ―susurró mi amiga, y ante mi mirada de desconcierto y la sonrisa pícara de Dana, continuó―: son. Maddison, debes cuidarte y seguir con la quimioterapia. Puedo sacar mi licencia ahora y acompañarla, mientras tú te quedas y sigues con lo tuyo...

―No es como que si en Chicago no existieran centros de salud ―se burló mi hermana―. Deja tu licencia para cuando podamos salir de vacaciones todas juntas ―sugirió, y por un instante me sentí animada por pensar en ese grupo de cuatro chicas pasándola bien. Un inmenso sentimiento de pertenencia me hizo sonreír un poco.

Amber y Maddison intercambiaron miradas, de un lado triste, y del otro una más reconfortante.

Después de un momento, tuve que irme hacia el consultorio del doctor Scott, para encontrármelo fumando en un narguile, con toda la habitación infestada de humo.

―¡Por Dios, Rebbeca! ―soltó el muy profesional―. ¡Casi me da un infarto! Pensé que podía ser algún superior.

―Scott, es horario de trabajo ―le reproché, sorprendida―. Con que así comienzan tus días...

***

Por la noche, después de que le dieran el alta a Maddison, esta me comentó que papá le había pagado por dos años un departamento en las periferias, cerca del Living-room, en donde trabajó durante un tiempo en el que se había propuesto volver a vivir en Minnesota; pero la educación de Dana y su arraigo hacia el país vecino hacía que siempre desistiera.

Estábamos nuevamente en el Jeep de Sam, yo de copiloto, mi hermana y mi sobrina junto a Amber en la parte de atrás, dirigiéndonos al departamento de la primera.

Mi amiga insistió en quedarse con ellas, para cuidarlas, y Maddison aceptó, con ayuda de la persuasión de Dana. Yo también quise participar, pero eso implicaba que Sam se quedara custodiándonos, y no quería involucrar a más personas en esto, ni mucho menos el lugar de residencia de mi hermana y su hija.

―Entonces, ¿tú eres mi cuñado? ―preguntó mi hermana, incorporándose un poco para poner su rostro descuidado entre mi asiento y el de Sam.

Sam asintió, yo negué, y Dana rió.

―Es una larga historia ―repuso la niña―. Y bastante confusa.

―Somos amigos ―repliqué, pero Sam solo negaba―. En fin, da igual.

Cuando nos despedimos de las chicas, recordé algo muy importante.

―¡Sam! ―llamé, sobresaltándolo―. ¡Tenemos que buscar a Jo!

Inmediatamente llamé a mi padre, pidiéndole la dirección del lugar en el que estaba, y él tan solo respondió que me lo llevaría a mi apartamento en unas horas, que me podía ir tranquila.

―¿Qué quieres cenar? ―preguntó Sam, distraído. Y no esperó a que respondiera, ya que estacionó su auto frente a una gasolinera, y mientras me dejaba cargando combustible, se dirigía al minimercado.

No hablamos más. Aquel día no tenía muchos ánimos de conversar, pero me resultaba molesto que él tampoco lo intentase. Era como estar relacionados por obligación, y eso era desesperante.

Cuando bajamos del Jeep y subimos a mi piso, ni siquiera tuve ganas de preguntarle qué había comprado para la cena. Tan solo entré y me dejé caer en el sillón, quedando profundamente dormida.

En los últimos días, mis sueños eran prácticamente los mismos: muchas formas en las que Austin y yo concretábamos un tierno y apasionado beso, junto a miles de formas de Sam golpeando a mi chico, recordándome que estaba metida en sus redes y que no podría salir por más que quisiera.

Me desperté sobresaltada, no quería presenciar otra vez una pelea de ellos dos, porque aún cuando era ficticia, no me parecía una escena agradable.

El olor de la cena me golpeó, recordándome que no había ingerido nada durante todo el día.

―Mmmm, que bien huele ―dije mientras me dirigía a la cocina, donde estaba Sam cocinando―. No tenía idea. ¿De dónde aprendiste a cocinar?

―La abuela Marga siempre pone los canales de gourmet, a veces cocinamos juntos ―contestó, concentrado en revolver lo que parecía una salsa de queso.

―¿Te ayudo en algo? ―pregunté, lavando mis manos en el grifo para terminar de cortar las verduras.

―¡No! ―Me detuvo cuando agarré un cuchillo―. Deberías ir a descansar un poco más. ―Confundida volteé a verlo a los ojos, y tomó mis manos para besarlas y luego explicar―: No me gusta que se metan en las cosas que hago, si no lo necesito.

―Está bien.

―Traje frutas, si no quieres dormir podrías comerlas. Sé que te gustan mucho.

Sam se estaba esforzando por ser un caballero, y lo apreciaba demasiado.

―¡Muchas gracias! ―agradecí, mientras hacía puntillas de pie para besar su mejilla.

Me alejé de él dejándolo sonrojado, y me dirigí hacia la puerta porque habían llamado.

―Tengo algo que decirte ―soltó mi padre aún desde el umbral, me hice a un lado para que pudiera ingresar. Inmediatamente tomé a Jo y lo besé―. Tu hámster hizo cariñitos con otro.

―¿Eso es verdad? ―le cuestioné a Jo, alejándolo para mirar sus ojitos, emocionada―. ¡Oh amiguito! ¡Ya era hora de que tengas una novia!

―He ahí la cuestión ―dijo Terrence, con una sonrisa nerviosa―. Resulta que Jo, no es amiguito. ―Lo miré pasmada, a mi padre primero, y luego a mi mascota que estaba colgando en el aire, en mis manos―. Puede que pronto tenga Jocitos.

Un pequeño gran problema [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora