Capítulo 73: Gente equivocada

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Estaba siendo arrastrada con rudeza, aquella persona estaba alejándome de la multitud, y me dirigía por una callejuela hacia un pequeño parque desierto.

Traté de zafarme del agarre del sujeto que me llevaba a la fuerza, pero era imposible. Incluso me dio una bofetada cuando nuevamente quise gritar.

El miedo me invadió completamente, el alcohol había abandonado mi cuerpo, ya no me sentía exaltada ni mucho menos con fuerzas. Todo se había ido al caño.

―¡Joder, quédate quieta! ―Volvió a abofetearme, haciendo que mi mejilla ardiera del dolor, lágrimas de impotencia se hicieron presentes, saliendo en borbotones y acompañados de sollozos―. ¡Eres exasperante!

―¿Qué quieres de mí? ―hice la típica pregunta, mirándolo a los ojos para tratar de que la compasión le hiciera recapacitar, él me miró burlón y luego su cara se me hizo conocida. Su cabello canoso, su sonrisa siniestra y la pinta de mafioso que llevaba. Era uno de los sujetos que había visto en la esquina del departamento de Sam.

Volví a llorar desesperadamente en cuanto recordé lo que me dijo el rubio en aquella ocasión.

―No seas impaciente, muñeca ―dijo dándome un empujón contra un árbol―. Tengo un cuchillo en el bolsillo, si gritas, estará atravesado en tu garganta.

Abrí tanto los ojos, que un dolor agudo se hizo presente en mi nuca. Decir que tenía miedo era poco. Sentía pánico, terror, pavor y muchas otras de las cosas que uno siente cuando cree que va morir.

El tipo usó su cuerpo para aprisionarme contra el tronco del árbol, inmovilizando mis brazos con una de sus manos, y sosteniéndolas por encima de mi cabeza. Ni siquiera pude sentir repugnancia cuando empezó a lamer desaforadamente mi cuello, solo podía pensar en que no tenía ganas de morir.

Empecé a sollozar aún más fuerte, entonces con su mano libre estiró de mi cabello, haciendo que mi cuello quedara aún más expuesto. Sentía las lágrimas correr hacia allí.

―¿Por qué me haces esto? ―pregunté en un hilo de voz, sabiendo que aunque gritara, nadie podría oírme.

Sabía cuál era la razón. Querían vengarse, quería hacer pagar las deudas de Sam. Yo iba a morir.

―No tiene nada que ver contigo ―dijo lamiendo mi clavícula, con el cuchillo cortó mi pijama a la mitad descubriendo mis pechos, quise cubrirme pero apuntó el cuchillo hacia la piel de mi abdomen―. Solo te relacionaste con gente equivocada.

Presionó más fuerte mis manos, mientras yo me retorcía asqueada bajo sus succiones en mi piel, él presionó con su otra mano mi cintura y aproveché esa distracción para lanzarle un rodillazo a su entrepierna. Él no me soltó, pero se quejó por el dolor y maldijo entre dientes, aflojando un poco el agarre, entonces volví a golpear.

Reuní todas mis fuerzas para empujarlo, y así empezar a correr, pero él logró estirar mi cabello, haciendo que cayera de rodillas al suelo, sintiendo mi cuero cabelludo arder.

―¡Eres una maldita ramera! ―gritó colérico―. Pensarás en lo que hiciste cuando te corte ese bonito cuello, ¡justo después de follarte una y otra vez!

Empecé a llorar a los gritos bajo su amenaza, pero entonces la voz de Austin emergió de entre las sombras de los árboles.

―Suéltala, ahora ―dijo decidido, aunque la respiración le fallaba.

―¿Y si no quiero qué, niño? ―contestó mi agresor de manera desafiante.

Yo no podía hacer más que temblar por el pánico y el frío. Mis ojos no podían ver a través de los mechones de cabello que cubrían mi rostro y las lágrimas que borroneaban todo.

―No querrás averiguarlo ―respondió Austin.

De pronto escuché como el hombre que me había agredido era empujado de mi lado, rodando por el suelo. Mientras tanto Austin se inclinaba hacia mí tomándome en sus brazos.

Miré hacia atrás, y pude ver cómo Sam pateaba salvajemente al tipo tirado en la vereda. En otras ocasiones hubiese chillado de horror por ver semejante violencia. Pero ahora, estaba agradecida eternamente a la paliza que le estaba dando.

Austin me miraba preocupado, y me acariciaba como si temiera que me rompiera, contemplándome como alguien que mira algo que ama perderse en sus manos.

―¡Por Dios bendito! ―gritó Amber en cuanto me vio―. ¡Coño del cielo! ¿Estás bien?

Antes de que pudiera asentir en respuesta, mi cerebro decidió que mejor era pretender que no existía, por un rato.

Cuando volví a despertar, estaba en el Jeep con Amber. Las dos estábamos atrás mientras ella me soplaba con un periódico.

―¡Rebbeca! ―se apresuró a decir ella cuando me vio abrir los ojos.

―¿Cuánto tiempo pasó? ―pregunté, ya que no nos habíamos movido de aquel lugar.

―Ni dos minutos, nena. ―Amber miró hacia afuera, buscando con la mirada―. Ellos no tardan en llegar.

Me incorporé de su regazo y traté de cubrir mi pecho, Amber me miraba asustada, y la culpa se podía leer fácilmente en su rostro. Yo no sabía exactamente cómo me sentía.

Abrí la puerta y vomité. Ella agarró mi cabello desde atrás, y sostuvo mi abdomen para que no cayera hacia el asfalto. Cuando terminé, me ofreció una botella de agua y la acepté.

Estábamos aun con la puerta abierta cuando vi a Sam acercarse con pasos apurados, y a Austin corriendo detrás, tratando de detenerlo.

Cuando llegó a mí, tomó mi barbilla con la delicadeza que solo sus manos teñidas de rojo podían tener. Miró mi rostro de un lado a otro, bajando la vista hacia mi cuello y luego hacia mi pecho y mi abdomen descubiertos.

Su semblante era sombrío y tenso, sus ojos volvieron a los míos, y cuando hicieron contacto, una lágrima recorrió su mejilla.

Yo seguía aturdida.

Él me soltó, se alejó, golpeó el capó del auto e ingresó al lugar del conductor, sin decir una sola palabra.

―Vamos a llevarla a casa ―dijo Austin―. Ya tuvo suficiente por hoy, no hagas esto más difícil para ella.

Sam no respondió, y yo no entendía a qué se estaban refiriendo. Claramente quería ir a casa.

Amber no dijo una sola palabra, se encontraba acariciando mi espalda.

Cuando el rubio encendió el motor del auto, me acurruqué en el regazo de mi amiga y lloré en silencio. 

Un pequeño gran problema [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora