Capítulo 48: Eres una hija de perra

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Después de ese traumático suceso, me quedé sentada en el único y triste sillón de la sala, mirando perdidamente hacia la pared mientras sostenía una bolsa de guisantes congelados en mi mandíbula. Pero tuve que reanimarme cuando vinieron a visitarme.

Amber había llegado un par de horas antes a Minnesota, y me llamó para invitarme a LivingRoom, pero cuando me escuchó, prácticamente llorando, decidió venir a verme.

Ella preparó la cena; mi padre había dejado bolsas y bolsas con cosas para el hogar en la entrada, y por supuesto, la comida no faltaba.

Cuando le conté todo lo que pasó con mi madre, Amber simplemente me abrazó en señal de apoyo, dejándome llorar sobre su hombro hasta que ya no tuviera lágrimas; pero luego cambió el rumbo de la conversación y terminamos hablando de todo lo que ocurrió con Alex, Austin y Sam.

Mi amiga estaba totalmente sorprendida por todo lo que escuchaba de mi boca, con ella no me salteé ningún detalle. Incluso le conté cómo me hacía sentir la cercanía de Austin, y la cercanía de Alex. Ella no paraba de decirme que era una jodida perra con suerte, que tenía a tres tipos guapos tras de mí.

Esa era Amber, siempre buscando el lado divertido de las cosas.

Terminamos riendo a las carcajadas mientras bebíamos cervezas, que, al parecer, Sam le había enseñado que se guardaban en el maletero; no solo a mí me enseñaba cosas productivas.

―Muy bien, nunca antes tuve una noche de chicas ―dijo ella, mientras yo ponía una crema para alisar su cabello―. Es divertido después de todo.

―Te lo dije ―respondí a través del barbijo, mis ojos estaban llorosos porque el producto que usaba en la cabellera de Amber era demasiado tóxico―. Bueno, en estos momentos estoy sufriendo, pero me he divertido bastante.

―Bueno, la belleza duele ―contestó también con los ojos rojos, ya que a ella también le afectaba demasiado, mirándome desde abajo, a través del espejo que teníamos enfrente―. ¡Mierda! ¡Eso está morado!

―¿Qué cosa? ―pregunté asustada, pensando que podía ser su cabello.

―¡Tu mandíbula! ¡Tienes un morado enorme! ―Se incorporó para inspeccionarlo, corriendo mi barbijo―. Maldita sea, ese fue un golpe rudo.

―Lo sentí ―dije recordando, en verdad dolía bastante―. Tenías que verle, estaba desquiciada.

―Oh querida, no hacía falta verla esta noche ―soltó rápidamente, en un tono de honestidad dolorosa―, no quiero sonar grosera, pero tu madre nunca estuvo muy cuerda que digamos.

En otro momento me hubiera molestado ese comentario, y me sorprendió el hecho de que no quisiese defenderla.

―Supongo que sí ―contesté, conteniendo la rabia de volver a pensar en ella, recordando cómo me humilló en mi propio hogar.

Lo que le dije a mi padre era totalmente cierto. Ella dolía en mi pecho, lo había atravesado, comprimiéndolo. Sentía como todo lo que quería gritarle y no lo hacía por respeto por ser mi madre, se atragantaba, atorándome y haciendo un nudo enorme en mi garganta.

Se sentía fatal.

―No lo supongas, dilo ―incitó Amber―. ¡Tu madre está loca!

Me lo pensé un poco. ¿En realidad podía decirlo en voz alta? ¿No era una falta de respeto? ¿Qué más daba, de todos modos?

Pensaba que el hecho de ser mi madre no era razón suficiente como para estar obligada a respetarle. No podía respetar a alguien que no se merecía respeto, que me había ofendido con la intención de humillarme, ya que eso sería faltarme el respeto a mí misma. Me dolía, claro que me dolía, porque era mi madre. Yo era una mujer respetuosa con todos, porque las personas son respetables, hasta que te demuestren lo contrario. Y ella me había demostrado que no tenía ese derecho, hasta que se lo gane nuevamente, si es que estaba dispuesta a hacerlo.

Pero por mi parte, estaba dispuesta a cerrar ese lazo y sanarlo, aun si eso implicaba llamar loca a mi madre.

―¡Mi madre está loca! ―grité como ella, sintiendo como cada palabra fluía de manera correcta sobre mis labios.

―¡Dilo más fuerte! ―recomendó mi amiga.

―¡Mi madre está loca! ―levanté aún más la voz y sintiendo una especie rara de alivio continué: ―¡Estas desquiciada! ¡No tienes derecho de hacerme creer que yo soy la del jodido problema! ¡Toda mi maldita vida controlaste mis pasos! ¡¿Sabes qué?! ¡Eso se terminó! ¡Tú eres una maldita perra!

Tan pronto como escuchaba mis propios gritos, podía sentir la propia tranquilidad, el peso de todas esas palabras hizo que mi comprimido corazón se sintiera mejor.

Ella ya no me molestaría más... Ya no tenía que preocuparme por ella. Recordé las palabras de mi padre, y confiaba en que iba a ser así, porque le creía.

Por fin podía decir que esa parte de la historia quedó atrás. No fue la mejor manera, pero a veces es necesario rompernos un poco para surgir. Eso era catarsis, creo.

¡Oh por Dios! ¡Era magnífico!

No me sentía mal como al principio, para nada. Lloré lo que tuve que llorar, después de eso el peso no existió, había abandonado mi cuerpo para nunca más volver, o por lo menos no volver mientras yo no le permitiese. Me hacía sentir libre, sin remordimientos. Me sentía viva.

Por fin estaba viviendo. Y la mejor parte de todo, es que todavía me faltaban muchos problemas por resolver.

Eso fue solo el inicio.

―Eres una hija de perra ―dijo Amber sonriendo y abrazándome―. Gracias por hacerme parte de tu caótica existencia.

Un pequeño gran problema [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora