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It's one thing to fall in love. It's another to feel someone else fall in love with you, and to feel a responsibility toward that love — David Levithan


Ahí estaba él, con su traje azul marino, con un maletín de cuero en su mano derecha, sus zapatos tan brillantes que se reflejaban en él las ruedas de su automóvil color gris, su cabello naranja bien peinado con gel en todo el cuero cabelludo, pero no me importaba lo horrible que parecían estar pasando sus cabellos tan estáticos, porque podría quedarme mirando sus ojos verdes toda mi vida.

Sólo sabía que se llama Cristian porque una vez vino a casa a pedir un poco de azúcar, sé qué parece que somos una buena vecindad, pero él se acababa de mudar y, mamá y yo especialmente, sabíamos lo que implicaba mudarse, olvidar cosas, dejar atrás todo por lo que trabajaste alguna vez.

Pero bueno, esas eran desventajas de vivir con una madre soltera que sube y sube de posición en su trabajo. Lo que implicaba el cambio constante de hogar.

Mi pasatiempo favorito, desde que llegó el nuevo vecino, era sentarme en la ventana de mi habitación y mirar como Cristian salía de su casa e iba a trabajar, siempre vestido elegante y bastante apurado, él vivía en la casa de en frente una casita modesta, no tan grande, al menos no lo parecía desde mi habitación, tenía un jardín hermoso lleno de rosas y margaritas, sus paredes estaban pintadas de ocre dando un toque rústico y diferente a mi aburrido barrio.

Mi nombre es Julieta, pero mi madre me dice Julie, como nos cambiábamos de casa, como mínimo, cada 6 meses, a veces más, a veces menos, tenía una maestra particular llamada Margarita que recorría el país entero con nosotras, tenía la misma edad que mamá, 40 años, y se llevaban muy bien, tanto que hasta me era sospechoso.

Ya habíamos cumplido un récord de tiempo, hacía nueve meses que vivíamos ahí, un barrio del interior del país, caracterizado por sus bastos espacios verdes, muy tranquilo, a veces demasiado. Yo esperaba quedarme más tiempo para poder por lo menos saludar y ser amiga de Cristian. Al parecer su pasatiempo era cuidar sus plantas, casi todos los domingos salía temprano a regar, a cortar el pasto, si era necesario, y cuidaba de cada flor, se notaba bastante atento con ellas.

Lo que daría por ser una de esas rosas o margaritas-pensaba

A veces me encantaba perder mis pensamientos en lo poco que veía de su sala e imaginar que, en ella, me besaba mientras estábamos sentados en el sillón que, por lo que distinguía, era de cuero y estaba junto a una mesita que tenía el florero de arcilla como adorno.

Aquel día, mamá había llegado más temprano a casa y yo ya había terminado los deberes que me dejó Margarita, llevó pizza para cenar, a pesar de que yo había pedido específicamente hamburguesas con queso.

—Es viernes de pizza Julie, no te quejes tanto, mañana serán las hamburguesas— dijo Margarita, como siempre del lado de mamá.

— no, es viernes de hamburguesa—lo dije separando en sílaba— y mañana es sábado de pizza, mira hasta tengo la remera de los viernes de hamburguesa— me quejé, era algo que hacía con frecuencia, casi era una profesional en el arte de quejarme.

— pues si quieres cenar, comes lo que traje, Magui, ¿dónde está el orégano? — dijo mamá ignorando mis pucheros.

— en la alacena.

— ¿Desde cuándo eres Magui? — pregunté entre cerrando los ojos.

— desde que nací, que tú no me trates con cariño, por más de que vivo con ustedes hace más de seis años, no quiere decir que tu madre no lo haga— respondió.

HIJOS DEL FUEGODonde viven las historias. Descúbrelo ahora