XXVIII

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Si supieras, oh princesa, lo esconde mis deseos
Si supieras que no puedo controlar mis sentimientos.

Sé muy bien amado mío que te mueres por amor
Pero debo decirlo alto, destino no oye razón

Si supieras amado mío lo que gritan mis deseos
Si pusieras que me muero por cumplir cada uno de ellos

¿Qué hice en mi otra vida, por qué me castigan los dioses?
¿Acaso no soportan la dicha y alegría de este hombre?


Comprende amado mío, que debes dejar de sufrirQue los dioses no imponen los destinos, que el sol volverá a salir.


Me sentía mareada por el cansancio de la visión, pero el ver a Cristian ir de un lado al otro de la habitación me dejó la cabeza hecha un nido, el mareo aumentó, caminaba con paso rápido, se detuvo varias veces e intentó decir algo, pero, al instante, volvía a caminar de ida y vuelta al mismo punto. Estaba cansada de verlo así, sabía que no sería nada sencillo descubrir que la mujer a la que llamaste toda tu vida nana, en realidad era tu madre, debía de ser muy impactante, pero quería verlo mejor antes de ponerme descansar, en un acto de terquedad pura, saqué fuerzas de algún rincón de mi cuerpo y me puse de pié.

— Cristian— dije, él se detuvo, dándome la espalda, me acerqué a él— Cristian.

— Julie, ¿estás segura de lo dijiste? — preguntó aún sin mirarme.

— Sí.

Me acerqué a él y lo abracé desde atrás, se quedó inmóvil por un momento y luego comenzó a temblar, casi al instante sentí en mis brazos gotas tibias, lo giré y él estaba llorando ¡Cristian estaba llorando! Era la primera vez que lo veía llorar, las lágrimas hacían brillar sus ojos, reflejaba tanta tristeza ¿tanto le había afectado saber la verdad? Pero si le alegraba saber que la reina no era su madre, ¿por qué estaba tan triste? De pronto se formó un nudo en mi garganta y comencé a llorar con él, comprendía el dolor que sentía, sabía que su corazón estaba roto, lo que no sabía era la razón, simplemente lo abracé con toda la fuerza que podía tener en ese momento y Cristian lloraba en mis hombros, triste, como si hubiera perdido a alguien.

Las pocas fuerzas que junte se me acabaron y mis piernas dejaron de funcionar nuevamente y, soltando a Cristian, caí al suelo, él me levantó rápidamente y me llevo a la cama. Con un "descansa" y besando mi frente se despidió.

— ¡no! — lo detuve— quédate conmigo aquí, descansa conmigo.

— ¿en la cama Julie?

— Como aquella vez en mi casa, por favor— dije— deja que me quede contigo, consolándote, como tú lo hiciste en aquella ocasión.

Cristian se acostó a mí lado, yo me acerqué y posé mi cabeza en su hombro, él extendió brazo y rodeó mi cuello.

— gracias— dije con los ojos cerrados, Cristian beso mi cabeza y me abrazó con un poco más de fuerza.

No supe en qué momento me había quedado dormida, pero cuando desperté tenía todas las energías recargadas, Cristian aún seguía a mí lado, él también dormía, sus párpados lucían un tanto hinchados, parecía formársele ojeras, en la mejilla y en la barbilla tenía pequeños vellos rojos, no me resistí y toqué su rostro. Rápidamente tomó mi mano, aún tenía los ojos cerrados.

— perdón, no quise molestar— dije

— Nunca me molestas— agregó abriendo los ojos. Sacó su brazo y se estiró un poco, yo me puse de pié.

HIJOS DEL FUEGODonde viven las historias. Descúbrelo ahora