XV

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Las olas del mar anuncian
Que te has ido de mi lado
Las nubes grises también lloran
Porque a otro ser has amado


Yuki seguía inconsciente, yo me había sentado a su lado y lo sostenía para que no se lastimara con cada freno o rama que pisaba el carruaje, el camino era horroroso, necesitaban con urgencia calles más transitables; varias veces intenté reanimar a mi amigo pero, al parecer, lo habían golpeado muy fuerte, porque no despertaba.
Tomé su mano y la apreté, no sabía qué podía pasarnos, no quería que lo lastimaran por mi culpa, Yuki y su familia fueron muy amables conmigo desde que había llegado, hacía más de un mes. Si algo sucedía con él estaba dispuesta a matar a quién le hiciera daño, con un amigo como él nadie debía meterse, me juré a mí misma que iba a cuidarlo.
La carroza era bastante caliente, hasta tenía la sensación de que dentro de ella hacía más calor que afuera. La puerta tenía una ventana sin rejas pero lo bastante pequeña como para que nadie pudiera salir, por ahí entraba el oxígeno que nos permitía vivir. Miré por ella y divisé a lo lejos un arroyo. Cerré los ojos recordando lo que había pasado en aquella ocasión en la entrada del pueblo de los hijos de la tierra, traté de pedir al agua que se acercara, pero no hubo respuestas.

— ¡Quiero agua! — grité y lo repetí varias veces, nadie se había dignado a responder, volví a gritar lo mismo con algunos insultos más y luego, después de muchas palabras sin ética, el carro se detuvo de golpe, yo caí y Yuki sobre mí.

— Los hijos del fuego no necesitan agua— dijo alguien desde afuera.

— yo sí— respondí sacando con cuidado a Yuki que estaba sobre mí.

— ¡por Aisha! — exclamó, sus pasos se acercaban— eres tan molesta, es una pena que no pueda matarte.

— no sé cómo viven ustedes pero yo necesito agua— respondí, la verdad era que Yuki me preocupaba más.

— Niña— dijo abriendo la puerta, una parte de Yuki seguía sobre mí así que lentamente lo acomode en suelo— no tengo agua así que tendrás que ir por ella, no somos tus sirvientes.

— está bien, pero déjame llevar a mi amigo— dije

—no, eso no está en juego

— ¡Ay por favor!, está inconsciente, ni siquiera podré huir con él en mi espalda— suplique.

Después de rogarle un poco más, olvidando todas las barbaridades que dije anteriormente, me dejó llevarlo, más por mi insistencia que por piedad. Con dificultad lo cargué sobre mi espalda, era mucho más pesado de lo que suponía, no estaba segura de que mis piernas iban a soportar todo su peso, pero aparté mis dudas y caminé lentamente y a medida que nos acercábamos a la orilla del arroyo sentía un poco más de aire fresco, al llegar bajé a Yuki lo más lentamente posible para no lastimarlo, miré hacia atrás y el pelirrojo vestido de guardia medieval me miraba junto a otros dos locos de feria, me acerqué al agua y moje mi cara, junté agua en mi mano y me acerqué a Yuki, lo hice varias veces hasta que él abrió los ojos.

— ¿te duele algo? — pregunté.

— la cabeza— respondió, lo ayudé a sentarse y le di de beber agua con mi mano.

— ¿puedes caminar? — pregunté mientras él seguía bebiendo.

— sí, sólo necesito más agua— respondió Yuki— ¿cómo estás tú? ¿Te hicieron daño?

— ¡Ay Yuki! — lo abracé, realmente me había tenido muy preocupada y escucharlo hablar normalmente me tranquilizaba tanto, de pronto sentí en mi mano una gota tibia.

— ¿te lastimaron? — preguntó Yuki poniéndose de pié.

— No, no, estoy bien— dije con la voz entre cortada tratando de evitar que el sollozo se convirtiera en llanto— es que me asusté, pensé que te habías muerto, no reaccionabas, estaba muy preocupada.

HIJOS DEL FUEGODonde viven las historias. Descúbrelo ahora