XXVI

80 11 12
                                    

Me ha sido revelado que amarte no puedo
Me ha sido mostrado que extrañarte no debo
Príncipe de mi alma escucha con atención
El oráculo me ha dicho cuál es mi obligación

Muy a pesar mío, muy dentro de mi tristeza
Debo cumplir con lo que ha pedido el fuego ardiente de la promesa.


El ósculo que posó en mis labios era tierno y cálido, sus labios se paseaban y jugaban suavemente en los míos. ¿Qué hacía un hombre de 30 años besando a una niña de 17? En ese momento no estaba interesada en la respuesta porque el hombre con el que soñaba estaba besando mis labios. Mis manos pasaron a abrazar su cuello y él me acercó más contra su cuerpo, tenía que estar de puntas pie para no alejarme, sin despegar sus labios de los míos comenzó a jugar con mi cabello. Sus labios, beso tras beso, bajaba hacia mi cuello y sus manos hacia mi espalda, sentí que sostenía la remera que llevaba puesta desde el día anterior, cuando sus manos tocaron mi espalda me di cuenta de lo que estaba por suceder. Con sus labios en mi cuello y sus manos en mi torso me atraía cada vez más a su cuerpo y poco a poco me empujaba al lecho. De pronto tropecé con la cama y caí de espalda, él se apartó un poco para ayudarme a subir completamente y yo lo atraje a mí con desesperación, el beso se hacía cada vez más profundo e intensó, rápidamente se sacó la remera e intentó sacármela a mí, mi cuerpo se resintió un poco a continuar con lo que estaba sucediendo, entonces intenté detenerlo, pero el pelirrojo quería continuar.

— Yo no puedo... — dije apartando un poco los labios

— Y yo no debo— agregó y volvió a besarme.

— Cristian, me encantaría pero...

Mis manos comenzaron a sudar y mis piernas temblaron levemente, un poco nerviosa lo rechacé y me puse de pie, el collar que tenía puesto parecía pesar muchísimo, Cristian se acercó volvió a besar mis labios y yo retrocedí unos pasos, me senté en una de las sillas que estaban junto a la mesa, apartándome de él, toqué el collar y lo miré, la piedra parecía arder. Cristian sostuvo mis manos y todo se puso negro.

Poco a poco se fue aclarando mi visión, una mujer idéntica a mí, inclusive tenía el lunar rojo al final de su ceja derecha y los ojos color miel pero, con el cabello rojo lleno de bucles hermosos, estaba parada en medio de una pradera, a lo lejos vino corriendo un joven rubio gritando un nombre, "Umadalia", detrás suyo, aún bastante lejos, estaban un montón de vestainos.

— Tienes que irte, no te dejará vivir— dijo ella, su voz me sonó algo familiar.

— ¿Por qué tienes esta apariencia? — preguntó el muchacho.

— De ésta forma me dejaran vivir por más tiempo a ti no, ve con Barsha, ella te va a proteger— dijo Umadalia, ella estaba llorando y le dio un beso, tiro algo en el suelo y el joven desapareció, los guardias que habían llegado se quedaron atónitos ante la polvareda, pero cuando recuperaron los sentidos capturaron a la mujer. Rápidamente la escena cambio, estaba dentro del castillo de los hijos del fuego, la misma mujer de bucles permanecía parada en medio del salón del trono.

— Umadalia, identifíquese mejor— exigió el rey, un hombre pecoso y de cabello naranja. La mujer no habló.

— Tu rey te está hablando— dijo la mujer que estaba junto al rey, era la misma que había visto en la visión con Axalia, la madre de Cristian y del actual rey de Vesta, sólo que mucho más joven.

— ¡Este no es mi Rey! — gritó Umadalia desafiándolos.

— ¡que arrogancia! — dijo la mujer.

HIJOS DEL FUEGODonde viven las historias. Descúbrelo ahora