Capítulo 3

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—No deberías haber venido —le advirtió al verla entrar en el balcón.

—¿Y qué querías que hiciese? —Le preguntó Lena de malas maneras. Estaba tan molesta que ni siquiera llevaba la coleta alta castaña que la caracterizaba desde que se convirtió en soldado, y al verla con la amplia túnica negra y aquel pelo rebelde, casi se vio transportada a su infancia, cuando aún creía que su papel tenía algún sentido—. Ya estoy harta de estar en esa habitación sin moverme.

—Te mandaron reposo apenas hace dos semanas— le recordó Aisdal.

—¿Sabes cuantas horas son eso? Esos malditos curanderos no saben hacer nada, sólo mandar reposo.

—Eso no es cierto. Además, la culpa es tuya.

—¿Mía? —Replicó Lena cada vez más alterada.

—Por supuesto —contestó sin dejarse amedrentar—. Ellos te advirtieron que, si no tenías cuidado en tu estado, tendrías que guardar reposo. Te lo advirtieron varias veces, pero tú no les hiciste el menor caso. Por eso ahora estás así— le recordó y Lena replicó algo incomprensible de manera que ella asintió mientras se volvía de nuevo a la ciudad, ya que aquella era la manera que tenía Lena de admitir que otro tenía razón.

—Recuerdo la última vez que estuvimos aquí. El día de la maldita fiesta —añadió con voz lúgubre.

—La fiesta no tuvo nada que ver con lo que pasó, fuiste tú sola.

—Sola no —negó golpeando suavemente la prominente barriga—. Y mientras yo estoy encerrada aquí, ese inútil...

—Era el riesgo de estar con él y lo sabías —la interrumpió Aisdal—. Además, nos vendrá bien otra generación de luchadores de tu familia. De hecho, deberías tener más hijos.

—¿Y tener que quedarme aquí dentro encerrada mientras los demás salen? —Se negó Lena escandalizada—. No he estado entrenando desde los cuatro años para quedarme apartada como un mueble.

—Cierto, pero tu linaje es muy bueno. Sería un desperdicio perderlo.

—Lo sé, pero no quiero permanecer aquí dentro. Mi destino está ahí fuera y si no fuese por mi descuido...

—Un descuido afortunado, que casi nos pasa desapercibido —la regañó mirándola—. Causaste muchos problemas al consejo al mantener tu estado en secreto tanto tiempo. Podríais haber muerto los dos.

—Por eso no lo dije. Porque sabía que en cuanto lo descubriese el consejo, me prohibiría salir. Tal y como ha pasado —añadió más lúgubremente.

—Desde luego. Nacen pocos niños y en cada incursión perdemos a mucha gente, demasiada, sobre todo últimamente. Parece que algo los tiene alterados —murmuró mirando más allá de los muros de la ciudad, más allá del valle.

—Saben que falta poco.

—¿Lo saben o ellos son los que de alguna manera nos mueven? —musitó.

—¿Cómo? —Le preguntó Lena y ella negó. Aquellos eran asuntos de los evaluadores, los soldados ya tenían bastante con sus propios problemas como para preocuparse también por aquello— ¿Han decidido ya a quién enviarán como emisario esta vez?

—No —negó Aisdal—. La elección es difícil, ya que debe ser alguien joven para poder hacer frente la viaje, pero al mismo tiempo experimentado para poder representar correctamente a la ciudad. Además, debe saber defenderse llegado el caso y no ser un lastre, y los soldados deben estar dispuestos a defenderle.

—Y eso es más difícil de lo que parece, ya que el último emisario es demasiado mayor para enviarlo de nuevo y no hay nadie que agrade tanto como él.

EvaluadoresWhere stories live. Discover now