Capítulo 36

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—El niño está descansando y se ha reforzado la vigilancia —informó el evaluador. Parecía cansado, como todos, y es que el rapto de aquel niño había puesto de manifiesto algo que para ella era evidente: que la situación no era ningún juego y que aquello sólo era un ejemplo de todo lo que estaba por venir, un amable ejemplo.

—Gracias —asintió el Sr. Flearen haciéndole un gesto para que se fuese. Habían comenzado a imponer las medidas que ella les dio con carácter de urgencia y aquello los estaba llevando a todos a la extenuación, pero nadie quería despertar al otro lado de las murallas o, aún peor, con los atacantes dentro—. La verdad es que debería decir que me entristece lo que ha pasado —comenzó el Sr. Flearen—, pero dado que el niño fue recuperado, puedo admitir en voz alta que me alegro. Por fin estoy viendo avances en las decisiones del consejo y por fin estas se adaptan a lo que está pasando. Todo esto ha servido para que despertásemos a la realidad y estoy contento. Lo único que lamento es haber perdido un tiempo tan valioso —añadió.

—Creo que ninguno queríamos aceptar que la situación era tan desesperada —murmuró una de las mayores cabizbaja.

—Cierto —admitió el Sr. Flearen—, pero eso no cambia el hecho de que lo sea. Hemos perdido demasiado tiempo y por eso propongo que empecemos ya con las resoluciones finales.

—¿Resoluciones finales? —preguntaron varios mayores a la vez.

—Discrepo —protestó el mayor Nestimol—. No creo que sea necesario llegar a eso, tan sólo aumentando la vigilancia...

—¿Qué? —lo azuzó el Sr. Flearen—. ¿Los vigilaremos mejor? Porque aumentar la vigilancia, no nos permitirá detenerlos cuando nos ataquen, ya has visto los informes, se han multiplicado por dos durante la noche y el flujo no deja de aumentar. Tal y como nos advirtió la Sra. Aisdal, todos los atacantes se están reuniendo aquí y seguramente esa es la razón por la que no nos han atacado todavía, porque están esperando a los demás.

—Quizás no ataquen —replicó el mayor Nestimol.

—Nos están sitiando —le recordó el Sr. Flearen.

—Sí, pero si no nos han atacado hasta ahora, quizás no lo hagan. Todos sabemos que los atacantes, cuando están sitiando un lugar y vienen más grupos, aceleran su ataque. No tiene sentido que los esperen, nunca antes lo han hecho.

—Tampoco nunca antes habían actuado tan coordinadamente —intervino el Sr. Medkiavar.

—Nadie os ha pedido vuestra opinión —replicó el Sr. Nersan.

—Ni a vos se os ha dado permiso para vetar a los demás —le advirtió el Sr. Flearen—. Además, estoy de acuerdo con el Sr. Medkiavar —continuó rápidamente—. Hasta ahora el comportamiento de los atacantes ha ido en contra de todo lo que sabemos de ellos, de manera que no es descabellado pensar que, en este caso en concreto, tampoco podemos basarnos en lo que sabemos.

—Cierto, es más fiable la opinión de la gente que ya los ha visto en acción —asintió uno de los mayores señalándolos a ellos tres.

—¿Sra. Alnea? —Le preguntó el Sr. Flearen.

—Están esperando algo. No sé el qué ni la razón, pero lo están haciendo. Yo aconsejaría al consejo que comenzase los protocolos finales, de hecho, ya deberían haber comenzado —añadió haciendo que todos comenzasen a hablar.

—Era evidente que os ibais a poner a favor de ellos —la acusó el Sr. Nersan disgustado.

—Os equivocáis —negó la Sra. Alnea— En estos momentos, si me hubiese dejado llevar por mis opiniones personales, estaría sentada con vos, pero lo que está en juego es la gente de esta ciudad de manera que estoy intentando dar mi opinión: La ciudad está condenada. Los atacantes están esperando a que llegue algo, y en cuanto lo haga, atacarán. Es cuestión de tiempo y el tiempo es un enemigo tan implacable como ellos y no admite excusas, por eso yo aconsejo que se comiencen los protocolos sin más.

—¿Sra. Aisdal?

—Mi opinión ya les fue entregada por escrito junto con los protocolos que nosotros seguimos, corregidos en función de lo que ocurrió después.

—¿Sr. Medkiavar?

—No quedará nada de esta ciudad.

—¿Sr. Nersan?

—Sólo hace falta más vigilancia, nosotros...

—Creo que ya hemos oído la opinión de todos, ahora si nos disculpan, tenemos que tomar una decisión con urgencia —declaró el Sr. Flearen, de manera que los cuatro se levantaron y salieron.

—Condenaréis a esta ciudad —los acusó el Sr. Nersan saliendo.

—La ciudad ya están condenada, vos la destruiste, ¿recordáis? —replicó Aisdal.

—Así no conseguirás llevarte bien con él —le advirtió la Sra. Alnea.

—No es eso lo que me preocupa en estos momentos —negó.

—Ya me han dicho que no os preocupa en exceso las opiniones de los demás, es un signo distintivo de los evaluadores de Xritt y en especial vuestro.

—¿Quién os ha dicho eso?

—Es algo que se comenta por toda la ciudad —contestó la Sra. Alnea encogiéndose de hombros—. Según se dice por eso sois tan buenos, porque nunca os importa lo que los demás puedan opinar de vosotros. Os educan para que eso no os importe, aunque no todos consiguen el mismo grado de... resistencia —añadió.

—Hagas lo que hagas te van a criticar —le explicó Aisdal—, de manera que ya que lo van a hacer, por lo menos que sea por algo que has decidido tú, no otros.

—Entiendo —asintió Sra. Alnea marchándose y al volverse vio que también había desaparecido el Sr. Medkiavar, de manera que se marchó.

Quería hablar con él sobre lo que había pasado con el niño y la manera en la que fueron rescatados y es que, tal y como imaginaba, quien la salvó fue uno de los soldados de Liniven, que la dejó en una habitación con el niño antes de marcharse, de manera que nadie vio nada, al parecer ni siquiera Rush. Ella era la única que sabía del peculiar rescate y nadie hizo demasiadas preguntas más preocupados por lo que aquella entrada significaba que por cómo fue rescatado el niño y ella, antes de comunicar nada, quería estar segura de sobre qué iba a informar.


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—¿Qué ha pasado? —Le preguntó Rush en cuanto entró.

—Se han quedado decidiendo qué hacer.

—¿Otra vez? —protestó Rush contrariado.

—No, esta vez es distinto. Se han dado cuenta de la gravedad de lo ocurrido y han decidido actuar. Dentro de poco tendrán una resolución en firme y empezaremos a trabajar.

—No será nada fácil —murmuró Rush mirando por la ventana—. Su disciplina es mucho más relajada que la nuestra, por lo tanto, si nosotros tuvimos problemas...

—Por eso tenemos que preparar un protocolo de actuación —asintió ella.

—Pero si aún no han decidido nada.

—Pero lo harán, y puesto que ya hemos pasado por lo mismo, nos pedirán consejo. Y dado que no hay tempo, prefiero empezar ahora, ¿me ayudas?

—Claro —asintió— ¿Por dónde comenzamos?

—Medidas disciplinarías —respondió cogiendo una hoja y comenzando a escribir.


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