Capítulo 42

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         La oscuridad los rodeaba. Apenas la tenue claridad de algunas plantas que dibujaban los contornos del pasillo que atravesaban los iluminaba, pero dado que al menos podían ver algo, decidieron apagar las teas y reservarlas. Además, a pesar de que ellos no podían distinguir apenas sus propias manos delante de su cara, los soldados de Liniven se movían por allí como si la visibilidad fuese completa, por lo que se habían convertido en sus ojos, haciendo que la incomodidad dentro del grupo aumentase gradualmente, especialmente por parte de los que decidieron acompañar al Sr. Nersan, que por ahora se veían obligados a avanzar con ellos ya que sólo existía un camino. Pero nadie protestaba, ya que eran conscientes de que lo que tenían detrás era mucho peor y de que aunque por ahora estaban teniendo suerte, en cualquier momento los alcanzarían.

         Hacía varias horas que terminaron de bajar aquella escalera con tan sólo una víctima que resbaló precipitándose al vacío. Después de aquello siguieron avanzando a un ritmo que puso a prueba incluso a los soldados, pero de repente, después de que el Sr. Medkiavar desapareciera momentaneamente, disminuyeron el ritmo. Y aunque todos sentían curiosidad por saber qué pasó y qué hicieron sus guías, nadie se atrevió a preguntar nada. Todo el mundo tenía la sensación de que si los interrogaban, los soldados de Liniven los abandonarían y nadie quería arriesgarse a quedarse solo.

         Finalmente se detuvieron en una pequeña gruta donde se arrebujaron en sus ropas y comieron un poco. Los más afectados parecían los supervivientes de Lexta, conscientes de que, en esos momentos, los habitantes de su ciudad, la gente que quedó atrás, sus familiares y amigos, estaban siendo salvajemente torturados y mutilados para convertirlos en seres que dentro de poco intentarían matarlos. Y el estado de ánimo de los demás no era mejor, ya que aquello hacía revivir en todos el recuerdo de lo que ocurrido en su propia ciudad abriendo heridas que no estaban cerradas. Sin embargo, ella se negó a dejarse llevar por aquel clima general de desesperación. Aún estaban vivos y si querían seguir estándolo, lo primero era descubrir de una vez qué ocurría con la gente de Liniven, cómo era posible que supiesen tanto, el porqué de su manera de actuar. De manera que, en lugar de sentarse con su grupo, se sentó frente al Sr. Medkiavar, que la ignoró y continuó hablando con sus hombres usando unos términos que a ella le resultaban totalmente incomprensibles, ella incluso diría que de vez en cuando hablaba un idioma diferente, a pesar de que en teoría eso no era posible. Los idiomas se unificaron cuando quedaban treinta ciudades y desde entonces, aunque existían pequeñas diferencias, eran capaces de comunicarse sin problemas, especialmente desde que el número de ciudades se redujo a siete.

—Sois persistente —le dijo de repente el Sr. Medkiavar sin mirarla devolviéndola a la realidad, de manera que lo miró—. Pero no puedo daros ninguna explicación, esta vez no. Aunque si tenéis paciencia, dentro de poco sabréis lo que ocurre.

—A la gente no le ha gustado lo que ha pasado —intervino el Sr. Flearen sentándose a su lado y Aisdal lo miró. No tenía buen aspecto, parecía haber envejecido varios años desde que llegaron a la ciudad, incluso con aquella luz, o tal vez debería decir falta de luz, era evidente lo que para aquel hombre suponía lo ocurrido y de repente se dio cuenta de que, seguramente, ella también tendría un aspecto muy parecido. De que todos lo tenían.

—Están vivos. Eso es lo único que les debería importar —replicó el Sr. Medkiavar.

—Cierto, pero temen que os volváis contra nosotros.

—Si tuviésemos algún interés en que muriesen, no nos habríamos tomado tantas molestias para salvarlos. No, nos son más valiosos vivos, creedme.

—¿Por qué? —preguntó el Sr. Flearen.

—Necesitamos parejas —contestó el Sr. Medkiavar.

—¿Y eso por qué? ¿La población ha sido diezmada? ¿Un ataque? ¿Alguna enfermedad?

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